Ángel Fernández Palacio
Me gustan las librerías, me gusta pasearme por los pasillos e ir mirando los libros hasta que una portada llama mi atención, entonces leo un poco, si suena aburrido lo dejo donde estaba tal cual, pero si me parece interesante, apunto el nombre y lo busco en la biblioteca. Suena cutre, pero es verdad.
Antiguamente los libreros me preguntaban que si me podían ayudar, ya no. Supongo que es porque me ven los zapatos, y saben que un tío que lleva unos zapatos tan reventados no va a gastarse un euro en un libro.
Hace poco leí en algún lado un estudio sobre el calzado que decía algo así: “Los individuos que usan zapatos muy caros pertenecen a personas con altos salarios (el señor obvio ha venido a visitarnos), los llamativos son de personas extrovertidas. Zapatos muy limpios, aunque no necesariamente nuevos, pertenecen a personas limpias escrupulosas y cuidadosas (el señor obvio sigue estando entre nosotros). El calzado práctico y funcional es de persona agradable, botines son para personalidades agresivas, y los que optan por zapatos incómodos pero bonitos, son personas tranquilas”.
Yo uso botines, según esta mierda de estudio soy un tipo agresivo, me levanto por la mañana, me amarro los cordones y salgo a la calle a matar gente.
El hecho de que alguien haya podido cobrar por realizar este tipo de estudios es lo que me anima a no dejar de escribir. Si estas personas han logrado ganar dinero escribiendo estas gilipolleces, yo quizás también pueda conseguirlo. Hay cosas en este “estudio” que son muy obvias, pero no podemos andar por ahí soltando que los que llevan botines son agresivos. Yo me he peleado dos veces en mi vida, una de ellas fue en el colegio y la otra pelea fue con un arbusto, que por cierto, ganó. Empecé bien, pero me fui desinflando. A mi favor he de decir que, ese día estaba borracho y que se notaba que el arbusto estaba curtido en este tipo de peleas callejeras.
Volvemos a las librerías.
El otro día paseando por el Fnac encontré un libro que me llamó la atención, se llamaba “La Cucaracha” y trataba sobre cucarachas que se despiertan siendo humanos. Una versión divertida y distinta de lo que podría ser la Metamorfosis de Kafka, pero a la inversa. La idea me parece cojonuda. Una de las cucarachas del libro era el primer ministro de Reino Unido. Tengo que buscar este libro en la biblioteca, creo que me va a gustar.
El tema del libro me hizo recordar una historia que me pasó hace muchísimo tiempo. Yo tendría unos quince años, era verano, hacía un calor infernal en Sevilla y me acaba de acostar. No creo que fuese más tarde de las 23:30. Escuché cerca de la cama un ruido, como si alguien arrugara un trozo de papel, encendí la luz de la mesita de noche y allí estaban, dos cucarachas follando. Esto me cabreó bastante, no porque se lo estuviesen pasando mejor que yo, que evidentemente sí, sino porque me pareció una falta de educación.
El piso de mis padres era pequeño, pero para unas cucarachas sería enorme. Podrían haberse ido debajo del frigorífico, que en proporción a estos bichos sería como un campo de fútbol techado, pero no, tenían que ponerse a follar en mi cuarto, cerquita de la cama. Seguramente eran una pareja de esas que se ponen cachondos cuando hay gente mirando.
Al poner que el piso de mis padres era pequeño he pensado que alguien debería de hacer un estudio sobre esto. Uno que empezara por decir: Las personas con alto poder adquisitivo viven en casas grandes situadas en barrios buenos, y los pobres viven en pisos pequeños en barrios chungos. Necesitamos este tipo de estudios para darnos cuenta de las cosas, no sea que nos equivoquemos y pensemos que los ricos también viven en barrios malos con casa pequeñas. Por cierto, ¿Os habéis dado cuenta la cantidad de pisos enanos en barrios de mierdas que tienen televisores enormes? ¿Puede ser porque contra más grande sea la televisión más puede sacarte de tu realidad? Un 3D a lo bestia. “Nuevo Samsung 3D súper absorbente, un televisor que te hará creer que vives la vida que quieres y no la que tienes”.
Esto es una teoría que me acabo de inventar sobre la marcha, pero me he dicho, ¡coño! voy a escribirlo no sea que haya que hacer un estudio sobre televisores. Tengo un colega que vive en un piso de 40 metros cuadrados y tiene un televisor de 20 metros, esto es una exageración, pero por pocos metros. Seguro que ve un capítulo de la serie “Cuéntame cómo pasó” y Antonio Alcántara le sacaba dos palmos. Es acojonante.
Volvemos al tema de las cucarachas, tengo que centrarme más, empiezo a escribir sobre libros y acabo hablando de tamaños de pisos y televisores.
Como iba diciendo, la luz no molestaba a las cucarachas, al revés, se volvían más activas. Pero me equivoqué, no estaban follando, se estaban peleando. Bueno, realmente una se defendía como podía y la otra era una asesina en potencia que acabó por arrancarle la cabeza. Era una hija de puta sanguinaria. Con esas cualidades podría ser un humano de categoría. La guardé en una caja de zapatos y le metí un trozo de lechuga y un tapón de refresco con agua. Dos días después ya tenía concertadas 3 tres peleas en el colegio, a 20 duros cada una. Ganó las tres peleas, la voz se corrió y Baygon, que fue el nombre que le puse, se hizo famosa en el barrio. Le daba de comer lechuga y pan de molde mojado en leche. Le metí tres piedras medianas dentro de la caja de cartón y las movía de un sitio a otro. Se estaba poniendo muy fuerte, en serio, era un toro. A mi madre le daba asco, pero le hizo un pequeño traje para que no fuera por ahí en pelotas.
Pasó el tiempo y yo seguía ganando dinero con sus peleas, primero fueron monedillas, pero luego pasamos a los billetes. A las pocas semanas me compré una bici nueva con un amortiguador central y al mes siguiente una moto. Era el puto amo del barrio, y todo gracias a Baygon.
Llegados a este punto uno pensará. A este tío se le ha ido la olla y nos está metiendo una trola brutal sobre una mierda de cucaracha, y es verdad, no os voy a mentir, en realidad sí que estaban follando, por lo menos hasta que les estampé un botín de persona agresiva sobre sus cabezas, luego las recogí y las tiré al váter.