Carlos A Scolari
SPOILER ALERT. En los próximos párrafos comentaré la séptima temporada de Black Mirror.
Están avisados.
Punto.
Black Mirror
La serie de Charlie Broker es un cliente habitual de esta web. En 2018 entré en tema con «Black Mirror. Ficción, evolución mediática y fantasmas tecnológicos«, un texto donde retomaba las reflexiones de un capítulo -«The Entire Evolution of Media: A Media Ecological Approach to Black Mirror»- publicado en el libro Black Mirror and Critical Media Theory editado por Angela M. Cirucci y Barry Vacker. Este capítulo expandía y profundizaba un análisis que comencé en el volumen Black Mirror. Porvenir y tecnología editado por Jorge Martínez-Lucena y Javier Barraycoa. Al año siguiente, o sea 2019, la serie de Brooker, ya instalada en Netflix después de tres años en Channel Four, sacudía a los televidentes con un episodio interactivo que exploraba la narrativa hipertextual. Ante tal hecho, Hipermediaciones no podía dejar de entrar en tema y lo hice con un texto titulado «Bandersnatch. Apuntes sobre la construcción del teleusuario«. O sea, Black Mirror siempre estuvo cerca de Hipermediaciones.

La cuarta es la clave
No, no estoy hablando de temporadas. Las cuatro leyes de McLuhan, también conocidas como las leyes de los medios, proponen un marco para analizar cómo cualquier tecnología o medio afecta a la sociedad. Estas leyes son: extención, obsolescencia, recuperación y reversión. Todo medio amplifica alguna capacidad humana (por ejemplo, el teléfono amplifica la voz), pero al mismo tiempo vuelve obsoleto algo anterior (el teléfono desplaza el telégrafo). Además, cada medio recupera formas o contenidos del pasado (la televisión recupera la narración oral), y si se lleva al extremo, puede revertirse en su opuesto (la saturación de información en Internet puede generar desinformación). Este esquema permite entender los medios como procesos dinámicos en constante evolución, donde no solo importa lo que un medio añade, sino también lo que desplaza y transforma en el ecosistema comunicativo. McLuhan propuso estas leyes para, por un lado, visualizar los efectos complejos y a menudo invisibles de los medios en la cultura y la sociedad, y por otro, taparle la boca a los que le acusaban de ser un diletante incapaz de articular un discurso científico.

De todas leyes, es la cuarta la que nos interesa. Black Mirror es un ejercicio narrativo muy sofisticado de aplicación de las cuatro leyes de los medios de Marshall McLuhan: en todos los episodios nos encontramos con tecnologías que, recuperando funciones de viejos medios (recuperación), expanden nuestras capacidades sociales, cognitivas y perceptivas (extensión), decretando al mismo tiempo la obsolescencia de otras formas de comunicación (obsolescencia) para centrarse en los efectos negativos (reversión). La clave está aquí, en la última ley. La serie de Charlie Brooker es quizá la mejor reflexión narrativa disponible en la cultura contemporánea sobre la Ley de Reversión de los medios de Marshall McLuhan: ¿Qué pasa cuando forzamos una tecnología y la llevamos hasta sus últimas consecuencias? La respuesta, en cada episodio de Black Mirror. O en casi todos.
La sexta
La sexta -ahora sí, temporada- fue una de las más flojas. La serie se alejó de las distopías tecnológicas para explorar otros géneros como el terror o el fantástico. Era como si la realidad digital hubiera superado a las peores pesadillas tecnológicas de Charlie Brooker. O quizás la no ficción digital, impregnada de un discurso apocalíptico, había ocupado el lugar de Black Mirror. No era necesario engancharse a los episodios de la serie para inyectarse una dosis de distopía de silicio: cualquier discurso periodístico, ensayo o documental se encargaba de explicarnos el infierno de los algoritmos, la explotación de los datos personales o el futuro amenazador de las inteligencias artificiales. Bastaba darse una vuelta por cualquier librería para sumergirse en el malestar de la cibercultura. La ficción estaba de más.

«Cuando hicimos la sexta temporada, estábamos saliendo de la pandemia y sentía que la tecnología se había estancado un poco… Creo que en parte se debe a que en la temporada anterior intenté realizar un cambio de tercio. Empezaba como una serie diferente: todos los episodios se iban a llamar Red Mirror e iban a ser historias de terror, policíacas, sobrenaturales… Y entonces se me ocurrió la idea de Joan es terrible. Pero puedo entender por qué para algunas personas fue confusa por la aparente falta de tecnología.” (Entrevista a Charlie Broolker por Jack King)
La séptima
Y ahora sí, llegamos al momento Back in Black. La vieja serie cazadora de distopías y otros artefactos digitales está de vuelta con toda su magia, lejos del género de terror y muy cerca al espíritu de las primeras temporadas. Un producto que, sin dejar de ser tecnofóbico, incorpora cuidadas pinceladas tecnofílicas, siempre tecnodeterminista y con momentos perdurables en la memoria de los espectadores amantes de la ciencia ficción. Repasemos los nuevos episodios.
- Common People: Este nuevo ciclo se abre con Gente común. En un futuro cercano, un hombre debe tomar una decisión desesperada para salvar la vida de su esposa: contratar los servicios de una enigmática empresa tecnológica que promete una solución médica avanzada, aunque con la condición de que el tratamiento solo continúa si mantiene una suscripción mensual activa. La tensión aumenta cuando el protagonista se ve atrapado en una relación contractual basada en un loop interminable de facturación y servicios premium. La pareja es víctima de la letra chica de los contratos que firmamos con las corporaciones tecnológicas pero que nunca leemos. Este episodio se enlaza con la mejor tradición tecnoinstrumental de Black Mirror.
- Bête Noire: Una joven posee un trabajo que parece ideal, pero la entrada en la empresa de una vieja compañera que sufrió acoso escolar con ganas de venganza cambia su mundo. Y nunca mejor dicho: la víctima desarrolla una potente tecnología cuántica que le permite crear mundos que utiliza a placer para castigar a sus abusadoras. El episodio explora los efectos persistentes del bullying y lo conecta con la tecnología del multiverso.

- Hotel Reverie: En un experimento de nostalgia digital, una plataforma de streaming contrata a una actriz para recrear desde dentro una película clásica, usando tecnología de inmersión virtual avanzada. La intérprete debe ingresar a un set simulado que replica al detalle el mundo narrativo de la vieja producción cinematográfica. Mientras la línea entre la ficción y la realidad se difumina, el episodio establece fuertes conexiones intertextuales con The Purple Rose of Cairo (W. Allen, 1985), el cine clásico de Hollywood y el episodio San Junipero de la tercera temporada de Black Mirror.
- Plaything (Juguetes): Cameron Walker, un ex periodista caído en desgracia, pasa sus días obsesionado con un antiguo videojuego de culto, creado en los años 90 por el desarrollador Colin Ritman, donde el jugador participa en un mundo virtual con alto nivel de autonomía. Cuando un crimen violento sacude su comunidad, Cameron se presenta ante la policía varias décadas más tarde para declarar su vínculo con el caso. El episodio tiene lugar en el mismo mundo narrativo que Bandersnatch, aunque no es una secuela directa.

- Eulogy: Un hombre solitario (un personaje bordado por el siempre magistral Paul Giamatti) recibe la inesperada notificación de la muerte de una exnovia, de quien hacía años no sabía nada. Lo más inquietante es que la noticia le llega a través de un sofisticado servicio digital que crea homenajes interactivos de personas fallecidas, utilizando la IA para recrear sus voces y personalidades a partir de fotografías. Lo que parecía un gesto de despedida se transforma en un perturbador reencuentro con el pasado, impulsado por algoritmos que convierten el duelo en una visita a mundos olvidados por la memoria y una revisión de la propia vida.
- USS Callister. Into Infinity: En esta secuela del episodio «USS Callister (cuarta temporada), la tripulación digital, que ahora goza de cierta autonomía dentro del universo simulado, se enfrenta a una nueva amenaza que podría poner en riesgo la libertad que tanto les costó conquistar. También aquí la tensión entre el mundo real y el virtual es permanente y fuente de conflictos. Este es el episodio más extenso y, quizás en parte por eso, el más flojo de la nueva temporada.

Los mundos de Black Mirror
A excepción del primer episodio (Common People), toda la séptima temporada se organiza a partir de la creación de diferentes tipos de mundos virtuales que entran en colisión con el mundo real. Si en Hotel Reverie, Eulogy y USS Callister. Into Infinity los personajes de carne y hueso entrar en mundos digitales, en Plaything es el mundo virtual el que termina desafiando al mundo real usando a un humano como virus de infiltración. Bête Noire, en cambio, fusiona ambas realidades pero mantiene el control humano a la hora de decidir cuál mundo activar. Cuando a finales de 2021 Mark Zuckerberg presentó en sociedad el metaverso de la corporación que dirige, quizás estaba encendiendo la chispa creativa de una temporada tan world-centred de Black Mirror.
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En la séptima temporada el equilibrio entre tecnofilia y tecnofobia es evidente. Si bien algunos episodios entran dentro del rango apocalíptico (Common People), otros presentan finales más optimistas o críticos sin caer en las profundidades depresivas de las primeras temporadas. La serie, sin embargo, sigue manteniendo el pulso a la aceleración digital, los episodios siempre dejan pensando a los televidentes y habilitan conversaciones más que pertinentes sobre las transformaciones del ecosistema tecnosocial. Después de su excursión por los territorios de la fantasía y el terror, el regreso a la ciencia ficción de Black Mirror de la mano del multiverso es más que bienvenido. Como dijo Philip K. Dick, «si crees que este Universo es malo, deberías ver algunos de los otros”.