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Babelia: una gran ciudad-biblioteca de ficción

Angélica Guzmán Reque
Escritora
"Escribir es la manera más profunda de leer la vida." 
Francisco Umbral.
"En Egipto se llamaban las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás." 
Jackes Benigne Bossuet.
"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." 
Jorge Luis Borges.

Escribir, siempre escribir, puede ser una manía, una costumbre, una vida plena. Sabemos que, al llenar páginas en blanco, no solo hacemos el intento de gastar papel, atesorar pensamientos, sino, sobre todo, volcamos nuestra manera de ser, de pensar, de crear, de decir aquello que atesoramos en nuestro intelecto y dictamos a nuestras emociones. La escritura ha dicho Voltaire “es la pintura de la voz”, nada más cierto: las palabras le ponen color de entusiasmo, alegría, optimismo a las frases que lo conforman.  A través de ellas nos sentimos que logramos algo, que progresamos, que nos convertimos en mejores personas. Cuántas veces nos preguntamos si fuimos nosotros, los que pudimos haberlo escrito.

Escribir es hacer literatura, haciendo uso de la ficción, ser capaces de expresar los inimaginables pensamientos y sentimientos a través de la creatividad, que es capaz de crear situaciones, lugares, personajes, de los más inverosímiles, pero posibles. Es lo que hace, Homero Carvalho, en la fundación de una ciudad biblioteca: Babelia, derivada de la palabra Babel, la región de la proliferación de las lenguas, y, en este otro caso, la de crear una gran biblioteca donde quepan todos los libros escritos en todos los países y en todos los idiomas. 

El crítico universal Hans Gadamer ha expresado: “la literatura es antes bien una función de la conservación y de la transmisión espiritual, que aporta a cada presente la historia que se oculta en ella”.

Babelia es la ciudad de habitantes que llegaron de lugares distintos, durante el gran apogeo de la goma, de tanta importancia para la industria, que vislumbró al mundo, así como la decadencia, debido a la ambición de personas ajenas a la región. Después de ser el ombligo del mundo quedó solo como vestigio. Un deslumbramiento que se volatilizó, pero deja la sensación de poder, por lo que, entre todos, tejen una red de posible enriquecimiento, ya no económico, sino más bien cultural. Piensan que una Biblioteca única, a la par de las muchas que quedaron en la historia, como la de Alejandría, podría despertar el interés del mundo entero.

Todos sueñan y exponen sus ambiciones: el escritor anhela con una “biblioteca absoluta y perfecta”, y, añade “ese objeto que es la memoria de la humanidad, que contiene la mayor invención del ser humano: la palabra, porque todos los libros estarán allí”; El cura propuso que se la bautizara como “Biblioteca de Alejandro”, en honor al gran estratega que había muerto en Babilonia;  El profesor, que se jactaba de su origen indígena, “moxeño, a mucha honra”, propuso la inclusión de “una sección de literatura en lenguas originarias”; el arquitecto se ofreció a dibujar los planos para construir el edificio que albergaría a más de cien millones de ejemplares, superior a la del Congreso de Estados Unidos; la acaudalada viuda terrateniente donó los cientos de hectáreas que se necesitaban; la alcaldesa expresó: “Haremos honor a nuestro nombre citadino: Babelia, cada letra de la palabra no fue una casualidad, fue un destino”. Todos soñaban con su gran biblioteca.

Babelia es la ciudad de las contrariedades, de la ilusión y, también de la ambición de poder de los políticos, que solo: “querían que sus nombres quedaran para siempre en el bronce de las placas que se develarían el día de la inauguración del fantástico edificio”, frente a esta arrogancia está también la gran ilusión de la iglesia, la que considera que la biblioteca guardaría los libros sagrados, que no solo es la palabra de Dios, sino que “se refiere a la voz de los libros, a las mentes sabias que nos hablan desde sus hojas”.

Sin embargo, toda esa prodigiosa imaginación se derrumba, como un gran estruendo, como una especie de sismo, solo queda un armazón de hierro retorcido, como emblema de la ilusión de poseer una gran Biblioteca que fuera capaz de albergar todo “el peso del conocimiento, la sabiduría y la imaginación de los seres humanos”. Otra vez más, la ambición de tener un solo lugar y un solo espacio para atesorar el conocimiento del mundo se derrumba y se apaga. 

La capacidad humana, es decir nuestra capacidad, en cuanto mente y emoción se refiere, es infinita porque el pensamiento y la creatividad no tiene límites, somos lo que pensamos y vivimos. No es desconocido saber que somos seres pensantes limitados, pero ese límite, muchas veces, lo ponen y proponen los prejuicios de los demás, pero nadie ni nada limita la capacidad de pensar e imaginar. Ahí está la imaginación libre de un escritor, como en este caso, la de Homero Carvalho, que nos propone una realidad ficción, pero con grandes posibilidades de verdad porque, la verdad que el lenguaje revela desde su potencialidad creadora es infinita. Por eso decía Octavio Paz, el gran poeta creador que “el auténtico poeta, quien hace poiesis, crea un algo donde la nada reinaba”. La mente es libre y, cada quien puede marcar sus límites.

La Biblioteca de Babelia, no es un cuento más, sino el gran cuento de la creatividad plasmada en letras, en palabras. Es la ilusión de una mente que, al igual que muchos gigantes en el mundo, creyeron conseguir la creación de un lugar privilegiado, donde se pudiera albergar toda la capacidad infinita de la creatividad y del arte de la palabra en un solo lugar. Es el sueño (truncado sí) de toda una población pensante y ambiciosa, de pretender vencer al mundo, sobre todo material, con el triunfo del conocimiento creativo, de llevar al arte hacia un sitial que, aún no lo conoce, que aún es arrollada por la mezquindad del valor utilitario de la ambición y el poder. La literatura, con pocas excepciones, todavía es la huérfana que vive del trabajo propio y singular de un mundo de sueños, pero siempre en el sendero abierto de la felicidad y el honor.

El libro es un cuento gráfico que incluye las ilustraciones del joven artista Arturo Suman, que le agregan un plus estético al relato.

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