Maurizio Bagatin
Un licor fuerte, una carcajada y un guiño, será pronto el fin del mundo. Walter Benjamin siempre quiso arrestar el curso de la Historia. ¿No es irónico que haya sido propio el yerno de Marx en pensar en la pereza? El sueño de Aristóteles va desgastándose frente a la imposible fantasía de la inteligencia artificial. Desperté pensando en cuanto dijo mi amigo Oscar, crear un sindicato adentro de nuestra institución. Leímos Marx, marchamos e hicimos huelgas y recuerdo que un ambicioso empresario de mi pueblo natal me dijo, cuando yo tenía veinte años, que el hombre es egoísta por naturaleza. Comprendo ahora el fracaso de la Reforma Agraria del 1953. Nace la descampesinización y el individualismo. Vuelvo a mirar ciertas escenas de Novecento, obra maestra que nunca confundió los roles de una clase social.
Las fechas hoy quedan en algunos libros, en el nombre de las plazas, en las plaquetas de algunas calles. Plaza XX de septiembre de Pordenone es una de ellas, marcha en defensa de alguna ley del trabajo, luego un referéndum, un himno a una democracia en la cual aún creíamos, en un sentido civilizatorio de dialogo y de acuerdo. Pero habíamos olvidado los años de plomo y la poesía de Pasolini, y los muertos de Portella della Ginestra. Memoria frágil que se transmuta fácilmente en olvido rígido. Hoy no será lo mismo, me indican que hubo jóvenes desfilando contra las guerras, contra las armas, para llenar aquel vacío que debería ser hecho de cultura. El poder siempre la eclipsó.
Hablar de trabajo hoy es complejo, se confunde la flexibilidad, el contrato definido, la explotación que encierra la sacralidad del trabajo. Moralidad que no quiere y no desea ver que está ocultando la dignidad del trabajo. Carboneros enterrados en Marcinelle, como Sacco y Vanzetti, como Errico Malatesta fundando un sindicato de panaderos en Buenos Aires, defensores de la verdad y del sudor. Obreros que hoy sueñan la burguesía, callos que ya no oprimen el salvajismo más salvaje, la esclavitud moderna.
En el Evangelio según San Mateo leo: “Contemplad cómo crecen los lirios de los campos, ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido”. Paul Lafargue se rebeló en excavar en este simulacro de tierra. Me voy al étimo, excavando yo también, la palabra nunca miente, solo el poder las transforma en discurso, en correr de una parte a otra. Hoy cuelgo la hamaca de una pereza necesaria, útil, urgente. El trabajo es una traba, un castigo, una tortura, esto Marx no lo comprendió. Nunca podrá haber un pathos que le resista. Rimbaud no le resistió: “J’ai horreur de touts les métiers. Maitres et ouvriers, tous paysans, ignobles. La main á plumes vaut la main á charrure. – Quel siécle á mains! – Je n’aurais jamais ma mains”.
Ya lo escribí una vez: “Una de cal y una de arena, porque no fueron Marx y Neruda a la fábrica a sudar sino Simone Weil y Céline y yo…”.