Pedro Serrano
Los lagartos divinos de Enrique Juncosa es un recorrido por territorios frecuentados, como son las artes visuales, pero también una ampliación de esta exploración por meandros y caminos en los que la propia condición del medio en el que se adentra lo lleva. Siempre me he preguntado cuál es la razón por la que alguien que escribe poemas se sienta a escribir un ensayo. Esta podría parecer una pregunta obvia, ya que es un desdoblamiento digamos común, pero contestarla no es tan fácil como podría parecer. El tránsito de un tipo de pensamiento al otro es inconmensurable. Es cambiar de medio, como si un músico empezara a pintar, o a hacer coreografías. No voy a adentrarme ahora en esas torceduras, pero lo dejo planteado porque permiten extender la vista a otros traslados. Pasé de la aparente naturalidad de que quien haga poemas escriba ensayos al más desconcertante paso de una materia a otra para resaltar que, en el caso de Enrique, es parte de lo que llamaría su condición natural: que cada acción en su vida es un reto nuevo, un adentrarse en territorios desconocidos, un interrogar situaciones para las cuales nada nos había preparado.
Enrique Juncosa ha decidido, desde hace no demasiado, pasar parte de su tiempo en México. Quienes estamos aquí desde hace una eternidad integramos lo distinto en nuestro escenario acostumbrado, de tal manera que casi inmediatamente lo vemos a Enrique como si hubiera estado en este medio desde siempre, pero visto desde el otro lado, para quien como él se arriesga a explorar nuevos territorios, sean vitales, geográficos o artísticos, la experiencia es una aventura en lo desconocido. Si en algún caso esa aventura puede ser resultado de una búsqueda errática, como de hecho pasa en algunos de sus cuentos, en el suyo es una consistente manera de actuar en la vida. Y a mí me parece que funciona de una manera orgánica. Escribir poemas, estar ahora en México, organizar exposiciones, fundar revistas, editar colecciones de poesía, dirigir museos en Dublín, Valencia y Madrid, son parte de una misma búsqueda consistente. Y en el campo de la escritura esto se muestra en un abanico que va de sus poemas personales (porque todo poema verdadero es a la vez de circunstancia e íntimo), a un libro que reúne los ensayos que sobre Miquel Barceló ha escrito a lo largo de su vida, y ahora a la de esta reunión de cuentos que responden a una consistente voluntad narrativa.
He querido empezar por señalar esta diversidad de vida y escritura, y a la vez hacer énfasis en su condición de poeta, porque creo que esa diversidad es resultado de la curiosidad, y la curiosidad, me parece, es central a la escritura poética. Lo vemos como natural porque así sucede, pero sucede así porque hay dos cosas indispensables para que alguien sea poeta. Una es, ya dije, la curiosidad, y la otra la capacidad de conectar cosas que aparentemente no tienen que ver unas con otras. Sin eso no hay poemas. Y esa es también la razón por la que vemos a los poetas ejerciendo labores disímiles, y haciéndolas bien, además, como a Álvaro Mutis escribiendo para la campaña publicitaria de los calcetines Donelli (ahora Domit): «Entre el zapato y el pantalón / está el detalle de distinción», por ejemplo. Pero también a Wallace Stevens dirigiendo una de las aseguradoras más importantes de los Estados Unidos, a sor Juana haciendo pasteles en la cocina del convento de las Jerónimas o a Octavio Paz escribiendo profesionalísimos informes diplomáticos sobre la situación en la India para el gobierno de México.
Si algo resalta a lo largo de este libro de cuentos es su diversidad, y si algo engarza y da consistencia y unidad a esta diversidad, es esa curiosidad ya mencionada. A veces están narrados en primera y a veces en tercera persona, pueden ser el relato inocente y a la vez perturbador de una niña, un episodio de la vida de Friedrich Nietzsche investigado con minuciosidad, el verano de una chica inglesa en la Ibiza hippie de los sesenta contado con eficacia documental, el brutal choque de una chica de los libertarios swinging sixties londinenses con la prepotencia machista y el racismo obtuso de un prototipo franquista en la colonia española de Guinea Ecuatorial —no muy distinto al de los especímenes que hoy en día proyecta Vox— o una vista panorámica a la riquísima vida artística en el Brasil de finales de los cincuenta. Pero esto no sucede sólo de un cuento a otro. Un elemento que articula la mayoría de estos relatos es el contraste de situaciones ajenas. Las aventuras y desventuras de un provinciano y nacionalista catalán en la República de Fiume de D’Annunzio a principios del siglo XX, por ejemplo, y quizás sin que Juncosa lo buscara, proyectan la caricatura de un anacrónico Puigdemont desorientado en la Europa actual. De la misma manera, la panorámica que va del Londres de los ochenta a las costas de Malasia a finales del siglo XX, sirve para poner en un solo plano la frivolidad pasajera del mercado del arte frente a la naturaleza investigativa de un artista que ha renunciado no solo a pintar, sino también a acumular, pero en quien persiste el interés por lo que las manos humanas son capaces de hacer.
Todo esto, además, va salpicado con un delicioso amor a la vida, a sus objetos materiales, como pueden ser tanto unos pendientes art déco en forma de abeja como unas manitas de puerco rellenas de castañas de agua en Kuala Lumpur, o una sonata de Beethoven magníficamente detallada, o la descripción pormenorizada de las casas de los Batak en Sumatra. Su capacidad para resaltar distintos espacios vitales se muestra en la coincidencia contrastada de una sofisticada propuesta escénica de Marina Abramovic y Robert Wilson con la vida de dos coquetas amigas divorciadas, que culmina en una misma exaltación de vida partiendo de lugares muy distintos, o en las descripciones de escenarios geográficos de exuberancia tropical que van del ya mencionado Brasil al archipiélago malasio a las costas de África, todo esto aparejado con la eficacia de una inmersión en texturas musicales, o visuales, o gustativas, a las que Juncosa nos invita una y otra vez.
Su capacidad para a la vez observar y participar, enmarcada en desplazamientos geográficos y temporales que empiezan festivamente con Nietzsche en Génova y terminan con el horror en Guinea Ecuatorial, llevan siempre un aguijón crítico, a veces sexual, a veces político, otras simplemente social a los que hay que poner atención. Esto me hizo pensar en Gauguin y en Conrad, dos artistas que, con todas sus estructuras y superestructuras, los peros y reprobaciones que ahora se les puedan hacer, supieron ver el mundo y ponerlo delante de nuestros ojos, entonces y ahora. Pienso en lo que siguen proyectando la escena de Lord Jim en donde el personaje principal recorre una solitaria sala que guarda la impresionante colección de mariposas de un explorador recluido en el archipiélago malasio, o la xilografía Eva de Gauguin hecha en los profundos Mares del Sur. En su libro Todo sobre el amor, la filósofa estadounidense bell hooks se pregunta cuál es la razón por la cual los libertarios de los años sesenta se convierten en defensores acérrimos del capitalismo más acendrado y de los valores del sistema.
No es esta la pregunta que Enrique Juncosa se hace, pero cada una de sus historias, en su despliegue, introduce sin anunciarlas interrogaciones a los distintos cuerpos políticos que se presentan, y a su interacción con los estratos sociales que los cuentos visitan. Escuchaba a Ida Vitale, una de las mayores poetas de la lengua, decir que, más que la poesía, lo que le inquietaba era lo que su prosa ha sido capaz de alcanzar, que la prosa, no la poesía, es lo que importaba, decía Ida. Empecé preguntándome por qué quienes escriben poesía voltean, en algún momento u otro hacia la prosa. La razón, que para nada va en demérito de lo que un poema alcanza, es porque con la prosa visitamos litorales imposibles de alcanzar de otra forma. Los personajes de Enrique Juncosa exploran diversas geografías, sexualidades, sabores, drogas, épocas y edades, y en todas ellas se siente la necesidad de sí mismo. Su pericia y capacidad narrativa, su necesidad de ponerse en juego, pues mucho de autobiográfico tiene este libro, nos permite, como se decía antes, conocer mundo. Y esto es algo que siempre vale pena.
Pedro Serrano es académico adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Poeta, ensayista, traductor, editor y antólogo, ha publicado diversos libros de poesía y ensayo, entre los que destacan: El miedo (1986), Ignorancia (1994), Turba (2006), La construcción del poeta moderno. T. S. Eliot y Octavio Paz (2013) y DefenßaS (2015).