De: Paz Martinez / Para Inmediaciones
¿Nunca habéis subido al coche para ir a X llegando a Y sin saber cómo ni por qué? Cosas del automatismo o la rutina, que nos lleva a la oficina en domingo en vez de a comprar el pan. Es consecuencia de una mente desconectada de lo cotidiano para centrarse en otras realidades más o menos importantes, es decir, nos descentramos al querer abarcar más de lo que debemos o podemos, más de lo saludable. La vida moderna dice que hay que estar a la última, con la actualidad, con lo que ocurra fuera del chiringo para tener algo de qué hablar con los colegas, algo para poner en nuestra red social. Resulta que gran parte de esas realidades son tan efímeras como un parpadeo, tan prescindibles como el chicle Cheiw de canela y lo peor de todo, es que lo sabemos. No quiero decir con esto que esté en contra de la banalidad, todo lo contrario, me parece importante la desconexión, pero desconexión no es olvidar ni reconectarse a otra cosa.
Es curioso todo esto, porque a pesar de saberlo, de aceptarlo, de conocerlo, de controlarlo, a pesar de saber que automatizamos lo importante para centrarnos en lo banal, seguimos haciéndolo ¿por qué? imagino que para dejar de pensar
Vivimos en una sociedad hecha y rehecha en la que nuestra aportación es totalmente prescindible. Difícilmente inventaremos algo porque ya todo está inventado, pero tampoco haría falta ya que también lo hemos delegado. Y no me refiero al famoso refrán de “que inventen ellos”, sino a que en eso consiste el sistema en el que vivimos: crear diferentes realidades, inventar y re(.)inventar siempre lo mismo y que parezca diferente. Tenernos ocupados en estas cosas de la meteorología o si Luis Enrique es borde o que las mujeres existimos, como Teruel. Tenemos como ejemplo el vade retro satanás de la política, esa pelea partidista constante por la nada, esa charada consistente en encontrar enemigos bajo las piedras porque dijeron, pensaron, creyeron, sintieron o me vieron mal. Esa cosa que nada tiene que ver con nosotros, los de siempre, de acotar, parcelar, etiquetar o nominar para que seamos capaces de entender, como si tuviésemos alzheimer, como si fuésemos tontos aunque terminamos siéndolo cuando acotamos, parcelamos, etiquetamos y nominamos porque razonan por nosotros, como hacen dios o el emperador. Somos de derechas o de izquierdas ¿y si eres manco? Somos mujeres u hombres ¿y si eres rana? Somos rubios o morenos pero he nacido calva. Sí, por supuesto somos capaces de enviar al cadalso a nuestro vecino, hermano, padre, hijo – lo sagrado- para estar seguros, porque se niega a cumplir las normas establecidas, porque no entiende, porque no quiere, porque no sabe, porque no podemos con él, pero ¿no era tu obligación de padre entender, querer, saber, poder y hacérselo llegar? ¿por qué no te entregas tú, desgraciado? ¿no sabes ser padre porque no hay instrucciones? Pues no haber tenido hijos, irresponsable. ¿No es lo que hacen las sociedades, protegerse unos a otros?¿no nos unimos para eso, que el error de uno es el fallo de todos? Si nos agarramos a la etimología de la palabra sociedad vemos que proviene de societas – compañía- y derivando en socio (socius) -compañero- y social (socialis) -amigo, aliado- que está formada por eso extraño con piernas y ojos que algunos llaman humanos, pero la etimología también es otra realidad, extraña y antigua.
Se trata siempre de lo mismo, de vivir sin pensar, de manera automática, es decir, convertirse en un autómata, en quedarnos con las carcasas, en tener hijos porque sí, temer a otro, creer que, ofenderse porque la sociedad así lo pide, porque la sociedad así lo exige, porque la sociedad así… y una mierda para la sociedad. La sociedad no es más que un ente, un puñetero aparato amasador de harina y agua, al que si añades levadura y calor te sale un pan cojonudo, pero no es más que eso: UNA COSA, el chisme ese de ahí que está en la cosa de allá al que damos valor de verdad y razón. “Pero sin sociedad no podemos vivir”, dirán algunos. Realmente, sí podemos vivir sin esta sociedad, sin este horno. Con lo que no podemos vivir es sin humanidad, sin la harina, el agua, el fuego y la levadura porque la humanidad, como las flores o la sociedad no tienen nada que ver con el nombre de donde provienen, con la etimología, sino que tienen que ver con el néctar, lo que alimenta, lo que protege, lo que no es automático sino que hay que trabajar para entenderlo y luego tenerlo y, curiosamente, quienes más lo trabajan son los que menos realidades tiene por medio, menos objetos, menos políticas, menos economía, menos de nada para tenerlo todo, hasta hambre.