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Aproximaciones a una poética de las montañas

Pablo Cingolani

Camino al cielo

La montaña es un ámbito de revelaciones

De repente, traspones un filo, un abra, una puerta

Y te incitan infinitos mundos, todos sus mundos

Los mundos de la montaña

De repente, cuando cansado llegas a ese umbral

Que todas las montañas te ofrecen, cansado de trepar

Detrás existe ese otro mundo que la montaña, generosa

Te brinda, que la montaña, te halaga con su magia

Es una magia antigua, sincera: sin artilugios; de pronto, se aparece

La más complicada y desoladora de las geografías, o, de pronto

Vas caminando rumbo al cielo en una fusión sin renuncia

La piedra, esa fuerza imposible de torcer, de domar

El cielo que jamás se escapará del horizonte

El cielo y la piedra que juntos, danzan: eternos, invencibles.

Hablar con la montaña

Hablo con la montaña, ella me habla…

Si hablas con ella, no le cuentes de tus pesares

No acudas hasta ella con tus amarguras

La montaña te escuchará, pero no te dirá nada

No son sus asuntos, son los tuyos

Que cargas desde abajo

Déjalos ahí, no los traigas en tu mochila

Con la montaña comparte tus alegrías

Tus ideales, dile tu verdad a la piedra

Entonces, ella te hablará

Con su corazón palpitante, te amparará

Festejando tus gozos y, juntos

Cantaran bellas canciones

Que alumbrarán tu espíritu

Ella sabe de todos los destinos

Ha abolido el tiempo

No sufre de dudas humanas

Se está allí, altiva. No conoce

De peligros ni acechanzas…

Si vas hasta allí

Simplemente

Siente su fuerza

Celébralo con ella.                               

Una montaña habla a los hombres

(…)

Los que trepan hasta mi cima, se envanecen creyendo que mis secretos están allí y que ellos los han develado.

No saben nada: mis secretos no son para esos que pretenden vencerme, doblegarme, domarme.

Mis secretos son para aquellos que aceptan mi serenidad y la vuelven suya, son para aquellos que me escuchan dentro de mi silencio, son para aquellos que me acarician con su calma y con sus pasos.

Y el secreto, simplemente, es ese: mi invitación permanente a sentirse parte de mí, a ser montaña como yo, a cortejar la grandeza del cosmos como yo la celebro y la atesoro, a no olvidarse nunca de que la plenitud de la eternidad se vive a cada momento, en cada mirada, en cada piedra, en cada bocanada de aire, en todo sueño.

No diré más, por ahora.

Es que estoy viendo unos colibríes revoloteando sobre el retamal de uno de mis brazos.

Quiero verlos danzar hasta que el sol se fugue, así podré soñarlos por la noche y contarle a la luna cómo brillaban sus alas.

La montaña

Era la montaña

La que se trepaba

Por mis manos

Era áspera

Como el corazón

Del destino

Pero era cierta

Como mis pasos

Que la acariciaban

Por eso, no dudé

Cuando la sentí

Volviéndose latidos

Volviéndose música

Volviéndose mi piel.

Afuera, nieva

Cuarzos en extrema tensión colisionan con tímidas aguamarinas que se licuan en silencio glacial, profundo- nadie jamás entenderá ese silencio

el lapislázuli roe y pugna por ser, intuye afanes futuros, por eso se empeña, puja y raspa con febriles molibdenos entre las olas de un mar de azufre que de tanto danzar, estalla y sulfura el cosmos y lo estremece

turquesas patean y deliran y rasgan su piel frente a la masividad del ónix: todo es incierto, todo sucede y no sucede -en verdad, nadie sabe bien que es lo que pasa, por eso tungstenos enloquecidos se resquebrajan y vuelan sin rumbo, quieren escapar, pero ¿de cual abismo? ¿del frenesí hipnótico de las micas? ¿del violento acontecer de las amatistas? Hay algunos convencidos -los titanios, los ópalos, las esmeraldas: el caos cesará, vendrán tiempos de calma, la pax mineral algún día llegará

mientras tanto el caolín hierve y se dispersa sin cauce, los estaños sublevan a los feldespatos y juntos se amalgaman y se derraman, ocupando sus espacios, conquistando la nada, la nada misma

¿qué será de nosotras en esta inmemorial vorágine insensata? -se preguntan las ágatas; las memoriosas, callan

Nos concentraremos, se aseguran los complicados plomos

Brillemos lo más que podamos, se proponen los audaces oros, deleitados y asombrados con la sal cuajada que tatúa el vacío carmesí y un guijarro de esperanza, pero esperanza al fin

De repente, con azoro, sienten que se elevan, que una fuerza irresistible los abraza, los asciende, los encumbra. Afuera, no lo saben: nieva.

Santuario secreto

Desde el día que la montaña comenzó a habitarte y se volvió parte de tu piel y de tu sangre, se anidó y empezó a estar dentro tuyo, arraigándose en tu corazón, latiendo con vos, guiándote, desde ese día luminoso que la empezaste a amar, tu vida prosperó en sentimiento, huellas, destino

Ya habías experimentado ese amor, esa devoción, por otros ámbitos, otras montañas, que te buscaron, que tu buscaste, que penetraron en vos con esa fuerza imparable que solo atesora natura, con esa pasión que solo imana belleza, ese fuego inmemorial, ese brillo perpetuo, ese lazo con la eternidad

Tunupa, Katantika, Pallcoma fueron marcas de ese derrotero, de esa vivencia de lo pleno, lo fértil, lo que no se olvida, lo que signa las horas, tatúa el alma, las manos, la mirada…y fue así, mirando, mirando, día y noche, noche y día, que volviste a encontrarte, que volviste a encontrarla. Estaba ahí, delante de tus ojos, estaba ahí mientras escribías, estaba ahí mientras la escribías, la mirabas y la escribías…

Sientes de nuevo el hallazgo, late la misma alegría que latía cuando, primero, se apareció el chullperio, cuando las tumbas de piedra se te revelaron, y confirmaste lo que ya sabías: que hollabas territorio sagrado, sagrados los Andes, donde todo es altar, ritual, trama, amarre, nudo, certezas, celebración del cosmos

Y seguiste ascendiendo, seguiste buscando, y así encontraste la waka, el agua, la apacheta, el viento, las serpientes: toda la divinidad del cerro se desplegaba, se fue mostrando de a poco, cada vez, y fue enhebrándose, volviéndose cauce, el cielo como testigo, guardián, compañía. Pasaron los años, esmeraste la amistad con la piedra, la cincelaste y devino amparo, morada, refugio

Un día, un día aciago, las fuerzas del mal atacaron.

La técnica, la maldad que desata, se devoró medio santuario, la waka hampatu desapareció, fue arrasada: el desgarro fue infinito

La única redención era reiniciar la búsqueda, no rendirse, arreciar en la travesía, arrojando lejos de uno lo nefasto, la desdicha, el veneno que la técnica inocula en los huesos, el corazón, el espíritu

Y porque aprendiste que el amor sólo precisa de amor, de más amor, para fortalecerse, iluminarse, celebrarse, cuidarse, la piedra se empecinó en milagrear, la montaña habló, el secreto fue preservado

Al fin, llegó el momento deseado, el tiempo recobrado, suspendido, inmóvil: cuando el sol cruje, la luna danza y la arena canta, rasgando el aire, raspando sus blues de la tierra, ese momento, fugaz pero feliz, en el cual la vida te concede una recompensa.

En el Monte Hermón

En la cima del Monte Hermón, el viento habló:

La crueldad del destierro atiza el encanto del arraigo

Eres libre: el confinamiento vigoriza los lazos

De lo único que no se vuelve es del miedo

El miedo carece de luz, es peor que la muerte

Es aún más mezquino, más miserable, que el olvido.

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