Tengo un recuerdo vago, porque entonces yo era casi un niño, del sesquicentenario de la fundación de la república. Y de él, conservo en la memoria y aun entre mis documentos históricos, una interesante publicación conmemorativa, voluminosa, de buena presentación para la época, de 40 secciones e igual número de temáticas, publicada por el periódico Presencia como correspondía, el año 1975 en que el país vivía ya 4 años una dictadura brutal con un “orden, paz y trabajo”, que infructuosamente pretendía maquillar una página que hubiera sido mejor que la historia no haya tenido motivos de escribirla. El desconocimiento de los derechos humanos, la corrupción, los desaparecidos y una legión de exiliados, opacaron para una mayoría de bolivianos, celebrar la ocasión.
Pero la historia también hace un registro del centenario de la creación de Bolivia, porque un medio siglo antes, en la década de los 20 del siglo XX, se iban germinando las primeras agitaciones provocadas por el pensamiento marxista europeo, y con él, los conflictos sociales y todo el potencial que en consecuencia suele materializarse.
Los irreconciliables desacuerdos políticos también se vinieron como vendaval sobre las incertidumbres que envolvían a la casi centenaria república, de manera que a poco de tomar el poder el Partido Republicano, ya sufrió una escisión liderada en fracciones por el intelectual Bautista Saavedra y el hacendado Daniel Salamanca. La historia dio su veredicto y fue el cholo paceño que —como algo que hoy mismo podemos vivir los bolivianos— se hizo de la conducción del partido y asumió el mando del gobierno, lo que dio lugar a que el cochabambino agite incansablemente en contra de aquel con el Partido “Republicano Genuino”. Eso también nos es hoy muy familiar. Curiosamente el centenario de nuestra fundación coincidió con una crisis política profunda y la violencia se tornó más intensa que cualquier otra experiencia similar de décadas que le antecedieron. El levantamiento indio en Jesús de Machaca derivó en la muerte de cientos de ellos, pero también de blancos. Hubo despiadada represión, aunque Saavedra tenía en muchos sindicatos como a sus potenciales aliados, provocó una masacre en Uncía. Algo así vimos hace pocas semanas en Llallagua, pero esta vez promovida por Evo Morales dando muerte a varios policías. Gobernar en esos primeros años del 20, se hizo cada vez más difícil y la corrupción estaba anidando todavía para buen tiempo.
El cholo Saavedra debió cesar en su función presidencial antes del 6 de agosto de 1925, pero haciendo uso de la típica viveza criolla, tentado por la importancia de la conmemoración que en circunstancias favorables tendría que dar un plus a quien la celebración central tenga bajo su cargo, todavía se auto prorrogó por unas semanas más, lo que en su momento fue calificado como un irritante exhibicionismo. La ciudadanía tomó como una ofensa de parte del gobierno y un acto de egocentrismo su actitud claramente de culto a la personalidad, algo a lo que hoy nos acostumbramos con el ex dictador Morales. Aquella celebración fue una auto celebración organizada por y para las élites, de manera que la ya sufrida patria pasó a segundo plano. Saavedra aprovechó la centenaria efeméride para mostrar al mundo una Bolivia que no era real (como ahora se pretende hacer), vendiendo la imagen de un país exitoso, cuando entonces, como hoy, nos debatíamos entre la pobreza y la supervivencia.
El empalagoso slogan de “estamos saliendo adelante” de la administración Arce Catacora, tuvo en el centenario, su símil; pues como hoy, íbamos hacia atrás. Una fuerte oposición de los liberales y de los genuinos republicanos determinó el estancamiento de cualquier política que pudiera haber tenido pensada Saavedra.
Así, las alboradas del centenario y del bicentenario nos ponen ante dos acontecimientos conmemorativos de parecida significación y de realidades semejantes. Una descomposición social, una profunda crisis política y moral, son el saldo que Arce también debe pagar en la antesala del 6 de agosto.
El intelectual Saavedra y el improvisado Arce, comparten un holismo de desaciertos en que para 1925 y 2025 respectivamente incurrieron, de manera tal que el masista más que el republicanista, cuando llegue la fecha, con seguridad sentirá la reprobación de un pueblo que, gracias a casi 20 años de gobiernos de los que fue parte, dejará un país sumido en la pobreza, enterrando la épica fundación de Sucre y Bolívar (si, en ese orden) creyendo en un país refundado cuando la realidad es que el 6 de agosto encontrará un país refundido.