Maurizio Bagatin
Contar cuentos. El mentiroso que ya tiene residencia garantizada en el bar del centro y la mujer frustrada que vive justo en la esquina del callejón que se pronuncia a la avenida principal. Ellos pueden ser los principales artífices del cuento. El cuento popular y el cuento tradicional, el cuento que nunca sabemos adónde se genere, aunque resulte ser siempre provincial. Provincial en su narración concisa, en la prohibición en volverse novela. El cuento conserva algo de unicidad, en su destilada brevedad y en su subliminal belleza, que está hecha del corazón en sus palabras fines, en su pulcritud y en su eternidad.
A Cortázar lo guardaré siempre por su increíble torbellino artístico, por el vértigo en sus cuentos, por la veracidad de La salud de los enfermos, el cuento que seguirá deleitándome por su erguida sencillez. Pocos lograron hacernos sentir tan bien con su voluntad de atraparnos y dejarnos, soltarnos y volvernos engullir. El cuento es hipnosis o no es cuento, y Cortázar supo paulatinamente devorarnos. Contará algo todo esto.
Muchos lo siguen considerando “un escritor para mujeres”, y más allá de la estupidez de los recalcitrantes acusadores, encuentro en Jules y Jim y en El presupuesto una maestría en el armar un cuento. Mario Benedetti escribió pasionalmente a través de su generación, y con ella se deleitó, se sumergió y también naufragó. Algunos de sus cuentos, más que la poesía, son tan apegado a una época que, sin ella, todo pareciera desaparecer. También aquella época.
Creo que un poeta como Oscar Cerruto hubiera podido vivir también del cuento. Si Ifigenia, el zorzal y la muerte no hubiera existido tampoco el misterio, en esta desolada tierra, existiría. Ni hablar de lo fantástico. Será un relato, tal vez, Conversaciones con Borges, pero convive con la base y la estructura de un cuento. Inverosímil similitud de una genialidad, la de Cerruto, poeta adicto al cuento, escritor de cuentos adicto a la poesía.
En mi juventud, o sea ayer, leía los cuentos de Italo Calvino, ensamblador de una nuestra posible italianidad, narrador de nuestra imposibilidad. La forma con la cual fue plasmando esta posibilidad es la característica del genio, tachar de difícil a un idilio, a la memoria, a los amores y en fin, a la vida, puede ser un resume que alcance a la banalidad. Solo que Italo Calvino no conocía la dificultad. Los idilios, la memoria, los amores y la vida entraban en un cuento con la facilidad de su síntesis poética, una adaptación a los tiempos que ya expulsaban la gran novela y que deseaban cosechar lo mejor y lo más bello en un simple cuento. La hormiga y el dinosaurio son cómplices en todo este narrar.
El cuento es una acuarela y es un fresco. Desea salir a la luz sin metabolizarse como una novela, pero ya en un vientre desea ser novela, que solo el tiempo dirá que será y que habrá sido. Íbamos a dormir con un cuento y nos despertábamos como si una novela podía ya empezar.
¿Qué serán Los cosacos de Tolstoj, y La nariz de Gógol? A veces pienso que sean novelas tan imperfectas y a veces, cuentos tan perfectos que, en mi mareo narrativo, dejo llevarme por la imperfección de mis lecturas. Así puedo naufragar tan espléndidamente que ninguna otra narración logrará distraer mi cuento.
Imagen: Sello ruso con Nikolay Gógol