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Amándote en silencio…

Márcia Batista Ramos

Después de todo, te miro y me doy cuenta que hice la elección equivocada. Perdóname, aún te amo”. Pedro abrió la puerta y subió la inmensa gradería de madera que rechinaba a cada peldaño, que llevaba hasta el segundo piso de la casona donde él moraba en la calle Santibáñez. Abajo, al lado de la puerta principal, las cuatro tiendas estaban alquiladas garantizando buena renta mensual. Dinero no le importaba, lo único que buscaba era cierta paz de espíritu, que hacía mucho había perdido en alguna curva de la vida, tanto así, que no se recordaba cuándo dejo de ser feliz.

Su esposa Nancy fue educada y cuidada por sus padres como una muñeca de porcelana, pero, el día que ella puso la mirada sobre él, lo acosó hasta aparecer casada deshaciéndose de los cuidados y mimos de sus progenitores, abandonando al novio que la cortejo por cinco años… Nancy trataba de no parecer arrepentida, pero, después de treinta años de matrimonio obligado por ella y sin haber conocido amor del hombre que ella creía amar, la situación era bastante enmarañada en su vida. Ella trataba que Pedro tuviera necesidad de ella a través de atenciones serviciales… Al tiempo que desarrollaba una relación de dependencia y bronca porque Pedro no la amaba y ella sabía porque él no se interesaba por ella ni sexualmente. Llevaban una vida de patrón y sirvienta que compartían el mismo lecho. Solamente que ninguno de los dos se percataba que compartían un lecho de muerte en vida. En treinta años ya estaban acostumbrados a este automatismo.

La casa estaba un poco desordenada, le faltaba un toque de hogar y así solitaria con las luces apagadas y con algunos reflejos que venían de la calle y traspasaban las cortinas formando extrañas figuras en la pared, parecía un poco más triste que de usanza. Pedro, caminó despacio cruzando la sala hasta el escritorio, prendió la luz, miró sus estanterías con una razonable cantidad de libros empolvados y ya leídos, sentó en el sillón que estaba frente a la ventana sacó el celular del bolsillo, miró el reloj y eran las veinte y una en punto; quedó por un momento pensando si llamaba o no. Era incómodo llamar, pero, sería confortante oír la voz del otro lado de la línea, aún que conversasen cosas extremadamente triviales. Desde que la reencontró su vida se quedó totalmente desequilibrada. Él apretó los labios delgados, frunció la frente amplia enmarcada por los bastos cabellos grises y llenó los ojos de lágrimas, dejando escurrir mucha tristeza que no podía sofocar.

Nancy estaba de viaje, era lo que más hacia últimamente, con la excusa de ver a la madre delicada en la ciudad vecina; en realidad ella buscaba espacios para entender qué fue lo que hizo con su vida y justificarse de alguna manera. Además, trataba de buscar alguna pequeña salida para el tedio de su existencia. A Pedro no le importaba la ausencia de la mujer, en realidad era un alivió no verla. Siempre confesaba para sí mismo que se casó por muy caballero: «que cosa fea», se auto reprochaba… Ese matrimonio fue a costas de perder muchas amistades y le rindió el título de «loco», por parte de los compañeros de colegio; asimismo, se quedó muy aislado socialmente, pero, nada de eso le importaba; lo que realmente dolía era haber perdido el verdadero amor de su vida: Deysi; la mujer culta, inteligente con quien podía hablar de todo. La mujer morena de poca belleza física: ojos pequeños, habla suave, poco o casi nada agraciada; pero, sí que era una gran dama; muy organizada, cuidadosa con su apariencia, con muy buen gusto para vestirse y acostumbrada a vivir de forma señorial, modus vivendi perdido en los nuevos tiempos, pero altamente apreciada por Pedro.

Deysi en su decepción no desfalleció, por el contrario, con mucho auto estima y seguridad fue a buscar mejor suerte muy lejos de Pedro y con certeza la encontró. Vivía muy feliz en una linda y grande casona, muy bien organizada, donde ella vio crecer, con mucho orgullo, los dos amados hijos y disfrutaba de la dulce compañía del marido; hombre culto sin vicios y extremamente dedicado a ella.

Después de una vida sin verse, ni saber noticias uno del otro, Pedro y Deysi se reencontraron en un día cualquier en un lugar común: en un aeropuerto esperando el mismo vuelo. Que agradable sorpresa para Deysi y que sorpresa desconcertante para Pedro. Él converso con ella sin sacar la sonrisa nerviosa del rostro, era bueno y triste reverla. Conversaron sobre los nietos, sobre los hijos, sobre sus parejas y por fin sobre ellos:

-«Te conservas muy bien, no parece que tuviste dos hijos, tu rostro sigue bello, se nota que fuiste bien cuidada…»

-«¡Por favor, no exageres! El tiempo pasa para todos y no me excluyó, sí que gracias a Dios fui bien cuidada. ¿Y tú como estás de salud?»

-«Con todos los achaques de la edad. No hubo quien me sujetara y abusé en mi juventud. Si hubiera quedado contigo, estoy seguro que sería distinto. Después de todo, te miro y me doy cuenta que hice la elección equivocada. Perdóname, aún te amo.»

-«Nada que perdonar, amar es algo espontáneo no pidas perdón, estoy en paz, soy feliz con mi familia y no por consolarte, pero, aún te quiero. A pesar de que me alegro por no haber tenido trabajo contigo, la vida pasa rápido para tener que sujetar a alguien, eso me hubiera desgastado, seguro estaría con el pelo pintado y llena de arrugas…»

Posterior a ese reencuentro, empezaron a hablar ocasionalmente, como viejos y buenos amigos. Se encontraron para compartir un café alguna vez y hablaron de todo y de nada. Para Deysi él era un buen amigo, para Pedro ella era la vida que él prodigó. Las elecciones hechas a la ligera acarrean arrepentimientos a la larga a cualquier persona y no hay vuelta que dar.

Esa noche frente a la ventana del escritorio Pedro lloraba de tristeza, con el celular en la mano y la indecisión en el alma, no sabía si llamaba o no. Tenía miedo a ser indiscreto, miraba al celular pensando que excusa podía tener para hablar un poquito, eran las veinte y una hora y diez minutos. Mientras él se remordía en la indecisión el celular sonó, era Deysi que dijo: –

«¡Hola! ¿Cómo estás?»

-«Bien, feliz por escucharte.»

-«¿Qué estabas haciendo?»

-«¡Amándote en silencio!»

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