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Algunas mañanas

Andrés Canedo / Bolivia.

En las mañanas, luego de tres horas de sueño, suelo leer fragmentos o escuchar voces queridas que dicen cosas bellas, con el propósito, esquivo, de alimentar el alma. Así, sediento de ensoñaciones, me sumerjo en un viaje matinal por los matices de la belleza, de las realizaciones fruto del dolor humano, o del amor, que también, en el fondo, es lo mismo. Pero claro, el amor logra tener momentos de luz, resplandores de felicidad. Hasta que se acaba, hasta que se nos va, o hasta que nos lo quitan. La muerte, por ejemplo, tiene esa mala costumbre de arrebatarnos la alegría. Lo que queda, es un pozo negro, más negro que las negras noches que nos amarran a la desesperanza. Pero el hombre, yo hombre, oso volver prendido como las uñas de los abrojos, a la claridad de algunos días, en que logro decir lo que llevo enredado en el alma. Esos sentires y remembranzas o imaginaciones, que vienen abrazados como bebés gemelos. Y así voy haciendo mis días, y consigo vivir. Esto último es una difícil tarea cuando uno está viejo, con todo el peso de los recuerdos que, aunque sean de sol, terminan pareciéndose a los días grises de invierno. Esperanza y retroceso, calor y hielo, cielo e infierno. Pero claro, hay que vivir, hay que cuajar los días en mensajes que expresen la presencia, la participación, aunque uno este aislado. Esta mañana, en que me he llenado de voces, mi propia voz sale quebrada, imperfecta, casi desvalida como la vida misma. Y claro, ese es mi canto posible, y aquí lo pongo, dudando de su valor, pero hecho de letras que, como siempre, me son esquivas. Quiera el destino darles un hogar, un corazón, un espíritu donde se alojen y le cuenten mis cosas.

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