(La sed es hoy)
Ulises Paniagua
“Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua”.
Loran Eisely
En el año 467 a.c., el filósofo griego Píndaro reflexionó: “Lo mejor el agua” (Olímpica I,1). Para su disertación tomaba como pretexto la Olimpiada en que participó el tirano Hierón de Siracusa. Píndaro intuía la relevancia de este precioso y preciado líquido; importancia que hoy podemos confirmar desde una postura científica. Somos mayoritariamente agua. Es nuestra madre. Constituye el 60 por ciento de nuestra corporalidad, el 70 % del cerebro; el 80 % de la sangre. Los pulmones se componen en un 90 % de ella.
Platón, un siglo después, evoca a su antecesor cuando comenta: “Efectivamente, Eutidemo; lo que es escaso, es precioso. El agua, en cambio, no cuesta nada, a pesar de ser lo mejor, como dice Píndaro” (Eutidemo 304 b). Con ello, en su apreciación cerraba la áspera discusión acerca de cuál elemento era más valioso en la comparación del oro ante el líquido vital (debate fundamental para la filosofía de entonces). Siglos después, durante la era del Renacimiento, Leonardo Da Vinci afirmó que “El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”.
En la actualidad, en pleno 2024, debemos revisar por qué el agua cuesta (a diferencia de la era helénica); y si continúa siendo un bien más abundante que el oro. Porque, es una realidad, el agua se extingue. La que es consumible, por su puesto, pues hay que considerar que, aunque el planeta posee un 80 % de agua ésta se encuentra, casi en su totalidad, en el océano. Es salada. Así, de este 80% sólo un 2% es agua potable, y el 1%, apenas, es dulce: apta para el consumo humano. Un fenómeno que ocasionará, con certeza, el encarecimiento de este bien (que alguna vez fue gratuito) en el futuro próximo.
Las culturas antiguas, por su parte, fueron prudentemente respetuosas con respecto a la naturaleza y sus dones. El agua para los helénicos era tan importante que aparece, como realidad y metáfora, en algunos de sus ensayos y ficciones. Heráclito la utiliza como representación simbólica de la Historia cuando comenta, en uno de sus aforismos más célebres, que “No es posible bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti”.
En otro clásico de las letras universales, dentro de un emocionante episodio de La Ilíada, escrita por Homero (o los múltiples Homeros), en el Canto XXI Aquiles es perseguido por el río Escamandro. El Escamandro, quien se halla de parte de los troyanos, enfuerce ante la invasión y pretende asesinar al héroe aqueo. Por fortuna para Aquiles, Juno interviene para salvarlo, en medio de un conflicto que divide a los dioses del Olimpo:
Para los pueblos originarios, en cada mitología el agua y el árbol han sido elementos sagrados. Lo han sido, además, las flores y las aves, que sostienen su belleza gracias a este generoso líquido. La postura, que hoy definirían como ecológica o sostenible, está presente en los versos antiguos de tales culturas. Así, Nezahualcóyotl, el príncipe poeta, escribe: “Amo el canto del cenzontle, / pájaro de cuatrocientas voces. /Amo el color del jade / y el enervante perfume de las flores…”. Esta visión está presente, a su vez, en el Canto de Cuauhchinanco: “En la soledad yo canto / a aquel que es mi Dios / En el lugar de la luz y el calor, / en el lugar del mando, / el florido cacao está espumoso, / la bebida que con flores embriaga. / Yo tengo anhelo, / lo saborea mi corazón, / se embriaga mi corazón, / en verdad mi corazón lo sabe: / ¡Ave roja de cuello de hule!, / fresca y ardorosa, / luces tu guirnalda de flores. / ¡Oh madre! / Dulce, sabrosa mujer, / preciosa flor de maíz tostado…”.
Los mexicas, y los mexicanos incluso de la actualidad, tienen en Tlaloc, señor de las lluvias, una de las representaciones metafísicas más importantes dentro de su sociedad. A Tláloc,en el siglo XX, Efraín Huerta le dedico este poemínimo: “Sucede / Que me canso / De ser Dios / Sucede / Que me canso / De llover / Sobre mojado / Sucede / Que aquí / Nada sucede / Sino la lluvia / lluvia / lluvia / lluvia.”
Culturas como la japonesa, en su cultivo del jardín, el bonsai y la forma poética del haikú, tienen una liga indisoluble a la naturaleza. El Romanticismo alemán, por otro lado, es una corriente filosófica orgánica si tomamos en cuenta su relación con el bosque, con lo vivo. Novalis, por ejemplo, consideraba que “El agua es un caos sensible”. La académica y escritora Virginia López Domínguez, en algunas de sus charlas magistrales, nos ha hecho conocer la importancia del agua en uno de los primeros textos de la humanidad, escrito en Babilonia, el Enuma Elis (que narra el origen del universo); tanto como lo ha demostrado dentro del poema Muerte sin fin, de José Gorostiza. También ha hablado del acercamiento de Goethe a la exploración botánica, de tal forma que el autor alemán fue gratamente responsable de fundar un jardín para el estudio de esta rama científica, y de legar algún poema dedicado al ginkgo biloba. Escribe Goethe: “Las hojas de este árbol, que del Oriente / a mi jardín venido, lo adorna ahora, / un arcano sentido tienen, que al sabio / de reflexión le brindan materia obvia. / ¿Será este árbol extraño algún ser vivo / que un día en dos mitades se dividiera? ¿O dos seres que tanto se comprendieron, / que fundirse en un solo ser decidieran? / La clave de este enigma tan inquietante / Yo dentro de mí mismo creo haberla hallado: / ¿no adivinas tú mismo, por mis canciones, / que soy sencillo y doble como este árbol?”. Víctor Hugo también dedico algún texto a su preocupación ambiental. Consciente de ello, anotó en alguna de sus novelas: «Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no la escucha.»
Gastón Bachelard, gran filósofo ligado a la ciencia, dedicó un tratado completo a la relación de El agua y los sueños. En la introducción del libro, Bachelard apunta: El agua / es el objeto de una de las mayores valorizaciones del / pensamiento humano: la valorización de la pureza. / ¿Qué sería de la idea de pureza sin la imagen de / un agua límpida y clara, sin ese hermoso pleonasmo / que nos habla de un agua pura? El agua acoge todas las imágenes de la pureza”.
Si revisamos el libro Mujeres filósofas en la historia, escrito por Ingeborg Gleichauf, descubriremos que, para las ideas femeninas de esta disciplina, lo natural ha sido una constante (nunca escuchada) en su interés por la preservación. Mary Shelley, dramaturga, ensayista, filósofa y biógrafa británica, creó en el siglo XIX su obra cumbre Frankstein o El moderno Prometeo para hablar abordar la ética científica. Shelley menciona, a modo de metáfora, los riesgos de tratar de dominar a la naturaleza. En una era más cercana, y en la contemporánea, diversas mujeres filósofas y activistas encabezan el movimiento de preservación ambiental: en el siglo XX, Ellen S. Richard fue la primera en anunciar que los recursos naturales no son ilimitados; Rachel Louise Carson abordó el peligro de los pesticidas; Donella Meadows demostró lo relevante de generar conciencia en los límites del crecimiento humano; y ya en el siglo XXI, Wangari Muta Maathai es fundadora del “Movimiento Cinturón Verde”; y, por supuesto, tenemos la presencia de la valiente Greta Thunberg.
La poesía, por su parte, guarda una estrecha relación con el agua y la naturaleza en general. Walth Withman, influido por el filósofo Ralph Waldo Emerson (en una conferencia donde declaró que “América es un poema”), se dio a la tarea de escribir profundos textos que enaltecieran la relación e integración con el reino orgánico. Whitman, un verdadero trotamundos que recorrió puertos, acantilados, ríos y bosques dentro de su país, apuntó:
En su libro Canciones, escrito entre 1921 y 1924, Federico García Lorca publica el texto “Agua, ¿dónde vas?”, un poema breve, lúdico, de dos estrofas, de cuatro versos cada una. El texto es, por decirlo así, un sabio divertimento: “Agua, ¿dónde vas? / Riendo voy por el río a las orillas del mar. / Mar, ¿adónde vas? / Río arriba voy buscando fuente donde descansar. / Chopo, y tú ¿qué harás? / No quiero decirte nada. Yo…, ¡temblar!”.
La Premio Nobel Gabriela Mistral, más adelante, estando en un país extranjero acude a través de su memoria, con nostalgia, al río de su infancia chilena: “Quiero volver a tierras niñas; / llévenme a un blando país de aguas. / En grandes pastos envejezca / y haga al río fábula y fábula. / Tenga una fuente por mi madre / y en la siesta salga a buscarla, / y en jarras baje de una peña / un agua dulce, aguda y áspera. / Me venza y pare los alientos / el agua acérrima y helada. / ¡Rompa mi vaso y al beberla / me vuelva niñas las entrañas!”. Años después Pablo Neruda, alguna vez su alumno, también dedico intensos poemas a los bosques de la Araucanía y a las “alturas de Machu Picchu”.
De forma mucho más reciente, la poeta queer sudafricana, Koleka Putuma, actualiza el tema de manera decolonial y deconstruida, en un texto que precisamente lleva por título “Agua”. Escribe Putuma:
En el México moderno, uno de los primeros poetas en tocar el tema del agua, de manera metafísica, fue el escritor Amado Nervo. Siguiendo los elementos de la alquimia (tierra, agua, viento y fuego), Nervo escribió estos versos desde una profunda idea de transmutación:
Octavio Paz recurre constantemente a este tema. No quiero citar a Paz, porque ha sido revisitado múltiples veces, en especial en este país y a través de su poema-río “Piedra de sol”, que inicia diciendo: “Un sauce de cristal / Un chopo de agua…”. Me gustaría, en todo caso, acudir a estos versos, bien interesantes, contenidos en su poema: “Viento, agua, piedra”. Escribe Paz: “El agua horada la piedra, / el viento dispersa el agua, / la piedra detiene al viento. / Agua, viento, piedra. / El viento esculpe la piedra, / la piedra es copa del agua, / el agua escapa y es viento. / Piedra, viento, agua. / El viento en sus giros canta, / el agua al andar murmura, / la piedra inmóvil se calla…”
Me parece pertinente agregar, además y en décadas contemporáneas al autor mexicano Francisco Segovia, quien ha escrito un estupendo poema que lleva por título, precisamente, “Agua”. Un texto que se exhibe ante la página de un modo experimental:
1 agua del ojo que se aviva en el ojo de agua …
2 agua del arroyo que ensarta su hilo en la pupila …
3 agua de hebras transparentes que se trenzan apretadas
para dar al ojo algo tangible algo sólido que ver
agua visible …
4 agua: aguja e hilo de coser las cosas
que pasan sobre el río como agua
y los reflejos que no pasan
sobre el agua que pasa …
5 agua meditabunda que refleja
las cosas que está pensando
y agua que abre los ojos —ésos
en que vemos el mundo reflejado
que es tan mundo como el mundo …
6 agua que a veces nos deja ver
lo que hay escondido al fondo
pero a veces nos revela simplemente
lo que está ante nuestros ojos …
(…)
11 agua que mece al mundo en la hamaca de sus redes
agua en que vaivienen Uruk Gizé y Tenochtitlán
los pilotes del Golden Gate
y las Torres Petronas de Malasia …”
El agua, ese bien preciado, nuestra inspiración poética, se muere. Se extingue, por más que la llevemos en los labios, al mencionarla. Ante su ausencia se aja la piel, Se descarna la tierra… Aunque hay esperanza. Existen recursos y tecnología para recuperarla. Existen plantas desalinizadoras que tratan las grandes cantidades acuíferas que provienen del mar. En cuestión arquitectónica, hay azoteas verdes, diseño de humedales, pisos permeables. Las nuevas tecnologías han creado, incluso, bombas de plata e hidrógeno, para bombardear a las nubes y estimular así la lluvia (aunque provocan estas técnicas provocan, a su vez, una alta contaminación).
En medio de la vorágine humana olvidamos, sin embargo, que contamos con una tecnología más avanzada, milenaria, que permitiría la recuperación y preservación de nuestra especie en el planeta. Es un diseño superlativo ideado por la naturaleza: se llama árbol. Es necesario reducir el tamaño de las ciudades, y aumentar el de las selvas y los bosques. Es fundamental reforestar. El documental La sal de la Tierra de Wim Wenders (2014), es un gran ejemplo de cómo utilizar los árboles y su verdor para convocar al agua y a la vida de nuevo. Con voluntad y lucha, es posible reconstruir un ecosistema como lo hace, en ese film, el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Debemos quedar lejos de visiones distópicas como la que muestra la película Mad Max, Furia en el camino, de George Miller (2015). Debemos intentar que una catástrofe de este estilo pertenezca sólo al mundo de la ciencia ficción.
Hay que cuidar a nuestra deidad más importante, la diosa del siglo XXI: el agua. O, como maldición, aplicará sobre nosotros la consigna bien ingeniosa, dura y certera que encontré de forma reciente en un meme: “La Tierra es nuestra madre. Y si chingas a la Tierra, chingas a tu madre…”. Perdón. Es necesario ser prosaico. A la humanidad le urge una ecológica terapia de grupo, y de choque.
Pero, si prefieren frases más hermosas, armónicas, por parte de celebridades científicas y culturales para cerrar este artículo, comparto algunas que les harán la vida más amable, al menos por este día: “Lo que embellece al desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua” (Antoine de Saint Exupéry), “Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua” (Loran Eisely), «La bebida más peligrosa es el agua, te mata si no la bebes» (El Perich), “Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo” (Jacques-Yves Cousteau), “Algo tendrá el agua cuando la bendicen” (Proverbio), “El agua anda descalza por las calles mojadas” (Pablo Neruda). Y, finalmente, un proverbio inglés muy adecuado para los tiempos que se avecinan: “No se aprecia el valor del agua, hasta que se seca el pozo”.
¡La sed es hoy!