Vi en TikTok un video que el economista Jaime Dunn publicó, en el que trata de explicar que “todos [los bolivianos] somos liberales y no lo sabemos”, aserto con el que ya otros liberales bolivianos han tratado de captar la atención pública y persuadir al futuro electorado de 2025. En este texto me permitiré hacer una breve crítica en torno a esa idea.
Se puede decir con alguna seguridad que la mayor parte de los grupos llamados liberales que en Bolivia emergieron en el último tiempo son, en rigor, simpatizantes del libre mercado, pero no precisamente liberales, ya que en ciertos otros aspectos suelen demostrar pautas conservadoras (en el sentido negativo de esta tendencia), como el transfuguismo, y hasta autoritarias, pues cuando hablan, por ejemplo, de la “batalla cultural”, uno no puede imaginar racionalmente sino una acción violenta y, por ende, poco liberal. Si bien es verdad que la mayor parte de los bolivianos —y en general de la humanidad— ve su vida económica con ojos liberales (la vivienda, los ahorros, los estudios y la jubilación son, entre otros, algunos asuntos que no solo liberales, sino también trotskistas, islámicos o feministas suelen ver desde perspectivas liberales), creer que “todos somos liberales” en la práctica me parece demasiado optimista e ingenuo. Por desgracia, los hechos demuestran una realidad harto distinta.
Probablemente el dinero sea lo más liberal que existe en el planeta porque emancipa al individuo; con dinero, uno puede decidir qué hacer u obtener, ya sea en bienes o servicios. Y como a la inmensa mayoría de los seres humanos nos gusta obtener bienes o servicios para contar con estándares de vida más elevados, incluso si estos suponen un severo impacto en el medioambiente, casi todos somos liberales en lo económico. No obstante, el principal obstáculo para el liberalismo (o lo que Popper llamó “sociedad abierta”) no son los individuos que no creen en la libre circulación de dinero, sino los que no practican ni creen en ciertas cuestiones que están más allá de la economía, a saber, por ejemplo, la cultura de la tolerancia y el pluralismo.
En este sentido, podría asegurar que Bolivia es todavía una sociedad conservadora o cerrada, ya que preserva pautas irrazonables que vienen de muy antes, tales como la violencia doméstica (Bolivia presenta una de los índices más altos de feminicidios e infanticidios de la región), el sindicalismo en la política (el sindicalismo boliviano es históricamente uno de los más robustos y revoltosos probablemente de todo el mundo), el machismo en las Fuerzas Armadas, la corrupción en el mundillo abogadil o el protocolo que todavía importa tanto en la política. Y todos esos rasgos están aún arraigados y vigentes y pueden ser todo menos liberales.
Pero aquellos son solo algunos ejemplos de un universo conservador y autoritario muy difícil de ser explicado en estas cortas líneas. Si bien el individuo día a día elige qué vestir, qué video de TikTok ver, qué pizza comer o qué comprar en un centro comercial (lo cual también se puede poner en duda), como refiere Dunn, en otras esferas de la vida el liberalismo es todavía como una lejana utopía: me atrevería a decir que el grueso de los bolivianos todavía es, por ejemplo, ritualista, supersticioso, violento y poco proclive a resolver controversias apelando a la palabra y la razón.
El motivo para que se dé esta falsa percepción está en que los liberales tienden a medir el liberalismo solo en función de pautas económicas y de consumo, y no en función de la cultura política y social de los individuos, cultura que, según encuestas de alta representatividad realizadas a inicios de este milenio por la antigua Corte Nacional Electoral y el grupo cochabambino Ciudadanía, no nos da un panorama alentador, pues demuestra que la sociedad boliviana es más bien autoritaria. Como ya dijeron varios investigadores sociales, el ser humano es propenso a vivir entre el mundo de las facilidades técnicas de Occidente, por un lado, y el de los mitos que vienen de hace siglos o milenos, muchos de los cuales lo llevan a creerse mejor que el Otro y lo hacen violento.
Ahora bien, puede ser que yo esté siendo demasiado pesimista y en estos últimos lustros el carro de la modernidad (flujos comerciales, viajes por el mundo o sencillamente la educación tanto escolar como universitaria) haya liberalizado un poco a los bolivianos, pero de esto no hay todavía pruebas fehacientes como para que pensemos eso y lo digamos al público. Lo que se ve cotidianamente es más bien un Parlamento en el que imperan los gritos y golpes, carreteras bloqueadas por masivos grupos de choque, caudillos mesiánicos con discursos cargados de demagogia y “liberales” que pretenden el orden y progreso decimonónicos o el retorno de la Biblia al Palacio o del catolicismo como religión oficial… Y todo eso, señor Dunn, es poco o nada liberal, tristemente.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social