Alfonso Gumucio Dagron
El autor recuerda anécdotas sobre Alfonso Gumucio Reyes, su padre, uno de los hombres más cercanos a Víctor Paz Estenssoro. Durante los primeros gobiernos del MNR fue presidente de la Corporación Boliviana de Fomento (1952-1956), embajador en Uruguay (1957-1959), ministro de Economía (1960-1964), y embajador en España hasta el golpe militar del 4 de noviembre de 1964.
Mi padre entró a la política porque llovía en la Plaza Murillo.
Un chaparrón lo hizo espantar palomas e ingresar al edificio del Congreso para guarecerse. Y allí empezó su vida en la política boliviana, y lo que es más importante, su trayectoria en el desarrollo económico del país, que ni siquiera en los sueños más remotos en su Cochabamba natal, había sospechado. Tenía apenas 25 años de edad y todavía calzaba las botas que había usado en la guerra del Chaco. Pero vamos por partes, como dijo Jack.
En 1929 se produjo la gran quiebra financiera mundial. En New York algunos ejecutivos bancarios se lanzaban al vacío desde los rascacielos. Las olas del colapso económico llegaron a Cochabamba, donde mi abuelo Antonio Gumucio Valdivieso, el mayor de 16 hermanos, era gerente de una entidad bancaria que también tuvo que cerrar sus puertas. El abuelo Antonio probó suerte en Buenos Aires, pero no le fue bien. Nada bien, puesto que murió en un desafortunado accidente, lejos mi abuela Adriana Reyes Calvo y los cinco hijos que había dejado en Cochabamba. Con 15 años de edad mi padre se vio obligado a abandonar la secundaria en el colegio La Salle para trabajar. Era el mayor de los varones, por lo que asumió la responsabilidad de mantener a la familia. En el Chapare todavía virgen e impenetrable tuvo una primera experiencia gratificante como ayudante del Ingeniero Hans Grether, visionario que abría caminos de penetración y había realizado antes los estudios para el ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz y sobre la navegabilidad del río Ichilo.
Luego de absorber como esponja las enseñanzas de Grether y de pasar por las trincheras del Chaco, mi padre se fue a vivir a La Paz, pero pasaba la mayor parte de su tiempo administrando una pequeña mina en el altiplano. Dos mineros trabajaban para él y los tres vivían en carpas improvisadas. En una de ellas guardaban las cajas de dinamita, sobre las que mi padre había extendido las frazadas sobre las que dormía luego de extenuantes jornadas de trabajo.
Cada dos o tres semanas, alquilaba una camioneta con destino a La Paz para vender al recién creado Banco Minero, el mineral que había acumulado en bolsas de gangocho. El pago demoraba varios días, entonces se sentaba en una banca de la Plaza Murillo con su mejor traje y sombrero, esperando que saliera del Congreso su amigo y diputado Augusto Céspedes. Invariablemente ambos se dirigían al Prado, a la boite del hotel Sucre, para tomarse unos tragos con amigos y también adversarios políticos con los que a veces terminaban a trompadas. Es ahí donde el Chueco reconoció una noche de octubre de 1942 a Orson Welles y se puso a hablar con él en portuñol. Mi padre no sabía quién era el afamado director de “Ciudadano Kane”, pero el Chueco admiraba la audacia creativa de Welles, además de su éxito con las mujeres. Años después en su casa tenía enmarcada una foto sentado con Margarita Carmen Cansino, mejor conocida como Rita Hayworth, quien fue la segunda esposa de Orson Welles y sex symbol de Hollywood.
Pero regresemos a esa tarde lluviosa en el kilómetro Cero del país, cuando mi padre se refugió en una galería de la cámara de Diputados. Hasta entonces aborrecía la politiquería y pensaba que los políticos eran mentirosos, pero su amistad con el “Chuequite”, como él llamaba cariñosamente a Augusto Céspedes, estaba por encima de la política. Ese día, sin embargo, algo insospechado iba a suceder que cambiaría su vida por completo.
En la sesión parlamentaria había tomado la palabra un diputado que hablaba con mucha convicción sobre los destinos del país, sobre la necesidad de cambiar la política y la vida de las grandes mayorías. Al concluir la sesión mi padre se aproximó al Chueco y le preguntó: “¿Quién es ese tipo que habla tan bien y dice lo que yo pienso?”. “Cómo no vas a saber quién es” -espetó Céspedes. “Es Víctor Paz Estenssoro, diputado por Tarija”. “Preséntamelo”, replicó mi padre.
Imágenes para la memoria
En el “Álbum de la Revolución” que preparó José Fellman Velarde, se narra la historia del Movimiento Nacionalista Revolucionario desde sus orígenes, sin obviar los antecedentes sociales y políticos que llevaron a la revolución de 1952. Una fotografía de 1942 tiene especial significado para mi. En ella aparece el grupo de “primeros militantes” del MNR, entre los que se reconoce, además de mi padre, a Paz Estenssoro, Walter Guevara Arze, Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, entre otros treinta dispuestos en cuatro filas, posando para la historia. Mi padre se unió al MNR sin dudarlo. El pensamiento de Paz Estenssoro lo había conquistado y cambiado su vida.
En 1943, cuando el MNR accede por primera vez al gobierno con Gualberto Villarroel, mi padre asume el cargo de vicecónsul y luego cónsul en Buenos Aires. Fue un periodo en que “pensó” a Bolivia de una manera febril. Conservo las cartas que dirigió Paz Estenssoro, ministro de Economía de Villarroel, y las respuestas que recibía de él, encabezadas por el invariable “querido Flaco”. Los dos amigos se escribían sobre temas más importantes que los meramente consulares. Sin formación académica, mi padre puso en esas cartas sus primeras ideas sobre la economía de Bolivia, sobre el futuro que el vislumbraba en el plano de la minería o de la agricultura, esta última su gran pasión. Esas propuestas se interrumpieron con el salvaje linchamiento del 21 de julio de 1946, cuando los extremos políticos del PIR y la Falange se aliaron en sangrientas jornadas.
Ese fue el inicio del sexenio en el exilio. Llegaron a Buenos Aires decenas de exiliados, entre ellos el propio Paz Estenssoro, que fue testigo de matrimonio de mis padres. En la pequeña habitación en el último piso de un edificio en la calle Lavalle, a una cuadra del obelisco, se reunían regularmente algunos exiliados bolivianos que llenaban de humo el ambiente mientras planeaban su reingreso a Bolivia, como lo intentó Paz Estenssoro, sin éxito.
Entre intentos vanos y deseos incumplidos, el tiempo avanzó hasta el 9 de abril de 1952, hace 70 años. La insurrección popular triunfante (sobre la que ya ha corrido demasiado tinta como para decir algo nuevo ahora), permitió el regreso de los exiliados. Un avión carguero piloteado por el capitán Walter Lehm, cuyo copiloto era el joven oficial de la Fuerza Aérea, René Barrientos Ortuño, llegó a Buenos Aires para recoger a quien había sido electo presidente en las elecciones de 1951, aunque estaba exiliado. El 15 de abril Paz Estenssoro se embarcó en ese vuelo y mi padre lo acompañó hasta el aeropuerto. “Tú también Flaco”, le dijo el “jefe” (así lo llamaba siempre mi padre). Sin siquiera un maletín de mano mi padre embarcó junto a una comitiva en la que había dos ciudadanos argentinos, los camarógrafos Nicolás Smolij y José Levaggi, que harían historia en el cine boliviano después de 1952. Las imágenes del apoteósico recibimiento en El Alto y la bajada a La Paz de una masa humana nunca antes vista, fueron filmadas por estos dos jóvenes cineastas.
Doce años para cruzar la calle
La Corporación Boliviana de Fomento se convirtió a partir de 1952 en el ente de desarrollo del país. Paz Estenssoro nombre a mi padre presidente de la CBF, que en pocos años se convirtió en una suerte de súper-ministerio de economía. Bolivia no carecía de planes, algunos tan detallados como el Plan Bohan, pero el desafío ya no estaba en diseñar sueños sino en hacerlos realidad. Y se hizo, con poco dinero y muchos soñadores que contribuyeron en ese proceso. En “El ingeniero descalzo” he descrito en detalle ese periodo.
La alternancia política, siguiendo el modelo del PRI mexicano, hizo que en 1956 asumiera la presidencia de Bolivia otro de los líderes históricos del MNR, Hernán Siles Zuazo, quien nombró a mi padre embajador en Uruguay. De ese periodo solo quiero mencionar que uno de los jóvenes diplomáticos en la embajada era René Zavaleta Mercado.
De regreso a Bolivia, con el segundo gobierno de Paz Estenssoro, mi padre fue nombrado ministro de Economía. De su oficina en la Corporación Boliviana de Fomento sobre la avenida Camacho, cruzó la calle para instalarse exactamente al frente, en la oficina del ministerio, donde se rodeó de un equipo de jóvenes economistas. En agosto de 1961 participó en aquella emblemática reunión de la OEA en Punta del Este, donde conoció al Che Guevara y quedó impresionado por su discurso.
El ministerio de Economía retomó los proyectos más emblemáticos de la CBF. El financiamiento no era fácil porque los gringos imponían condiciones, una de ellas era no negociar ayuda económica del bloque socialista. A pesar de la amistad personal que mi padre desarrolló con el embajador de Estados Unidos, Ben Stephansky, sindicalista demócrata nombrado por Kennedy, no lograba sacarse de encima las imposiciones políticas que venían atadas a los créditos.
Por ello fue importante la visita al presidente Kennedy en octubre de 1963, exactamente un mes antes de su asesinato. Paz Estenssoro fue el último jefe de Estado en visita oficial a Estados Unidos, y en la comitiva que voló sin escalas en el Air Force 001 desde la base militar de Pisco, Perú, hasta la ciudad de Williamsburg, en Virginia, estaban el canciller Fellman Velarde, el secretario de la presidencia Jacobo Libermann, el general Alfredo Ovando, el fotógrafo Freddy Alborta, mi padre con su colaborador e intérprete el ingeniero Raúl Vivado, y otros. Por Raúl Vivado y Jacobo Libermann, entre otros testigos presenciales, conozco la anécdota del encontrón que tuvo mi padre con Kennedy, que he narrado en la biografía de mi padre.
A diferencia de otros dirigentes políticos a mi padre no le gustaba aparecer en los diarios ni hacer declaraciones, por lo que los reporteros lo miraban con cierta antipatía. Cierta vez en la puerta del Palacio de Gobierno lo acosaron: “Declare pues señor ministro, ¿o no tiene nada que decir?” A lo que él respondió́: “Es que yo soy un ministro opa”.
Cuando Paz Estenssoro quiso nuevamente presentarse a la reelección en 1964, pasando por encima de otros líderes históricos del MNR y llevando como candidato a la vicepresidencia nada menos que a un militar, René Barrientos, mi padre le pidió que lo destinara al exterior. No quería ser parte del desastre que tuvo lugar apenas unos meses después, con la traición y el golpe de Barrientos que inició el periodo de los gobiernos militares en Bolivia, en paralelo a lo que sucedía en otros países latinoamericanos bajo la influencia de Estados Unidos. Paz accedió y lo nombró embajador en España, donde presentó en julio cartas credenciales al longevo dictador Francisco Franco. Tres meses más tarde, el 4 de noviembre, tuvo lugar el golpe de Barrientos.
Ese día estaba invitado a almorzar Carlos Carrasco, joven diputado del MNR de paso por España. Mi padre tenía la costumbre de encender la radio al medio día para escuchar noticias internacionales. En el momento en que lo hacía junto a Carlos Carrasco escucharon que en Bolivia se había producido un golpe militar y el presidente Paz Estenssoro había sido derrocado por su vicepresidente. En el acto, mi padre pidió a Carrasco: “Señor diputado, le ruego que escriba mi renuncia inmediata, se la voy a dictar”. Fue el primer embajador en enviar su renuncia a Bolivia, otros esperaron que los echaran, o más bien, que no los echaran.
Ahí acabó la carrera política de mi padre, que había comenzado en un día lluvioso menos de treinta años antes. A su regreso a Bolivia, luego de una visita a Paz Estenssoro en Lima, donde estaba exiliado, mi padre fue encarcelado durante varios meses por Barrientos en el Panóptico de San Pedro, donde congenió con dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, entre ellos Simón Reyes, Alberto Jara, Irineo Pimentel, Víctor Carrasco, René Chacón. En una de mis visitas introduje una cámara Minox que podía disimular en el bolsillo y tomé varias fotos de grupo. Mi padre aparece con una barba larga y gris en medio de esos emblemáticos líderes sindicales. Es una de las fotos que conservo con mayor cariño.
En una ocasión visité al doctor Paz Estenssoro y le pregunté por qué había pactado con Banzer y la Falange el golpe de 1971. Me respondió desapasionadamente: “El MNR estaba muriendo, había que regresar al partido al escenario político”. Por muy calculadora que pudiera parecer esa respuesta, lo cierto es que el tiempo le dio la razón y él mismo regresó por cuarta vez a la presidencia en 1985. Pero mi padre, con todo el cariño y respeto que le tenía al Dr. Paz, no iba a ser parte de una aventura con militares. Primero trató de disuadirlo escribiéndole a Lima, antes del golpe, y cuando los hechos se consumaron lo visitó en La Paz. Lo acompañé a esa cita con Paz Estenssoro donde mi padre le dijo que se apartaba del MNR.
Mi padre murió sin casa propia, sin auto, sin fortuna. No lo digo yo, lo dicen todos quienes conocieron su vocación de servicio al país, su honestidad e integridad. Lo poco que ahorró en su vida fue después de dejar la función pública, trabajando en el Centro Boliviano de Productividad Industrial (CBPI) con un grupo de jóvenes ingenieros que lo respetaban y lo querían.
Algunas veces quiso llevar adelante una empresa propia, pero nunca le puso el empeño que solía ponerle a sus proyectos en el Estado. Soñó para el país, pero parece que él mismo desbarataba sus sueños personales. Lo escuché hablar de plantar arroz en el Izozog o de instalar una chancadora de piedra en Achumani, que visité cuando era apenas un lecho de río pedregoso, pero nunca concretó nada para sí mismo.
Este 9 de abril me trae al presente la trayectoria de mi padre en el Estado durante menos de tres décadas. Murió en 1981 cuando yo estaba exiliado en México. Mi padre lo dio todo por Bolivia sin recibir nada a cambio, salvo el reconocimiento del propio Dr. Paz Estenssoro. Cuando lo visité en San Luis en el tramo final de su vida, Paz me dijo al oído, casi susurrando porque tenía dificultades para hablar: “El país no sabe cuánto le debe a tu padre”.
Un gran hombre es aquel que comprende el latido de su época y en el que el espíritu de la época se ha personificado. Su advenimiento no tiene por objeto diluirlo, sino cumplirlo. —Oswald Spengler