Blog Post

News > Christian Jiménez Kanahuaty > La transición de la transición: gobierno y Estado en Bolivia

La transición de la transición: gobierno y Estado en Bolivia

Christian Jiménez Kanahuaty

Contexto

Es un hecho irrefutable que dentro del gran periodo de crisis política que vive el país, el Estado es un garante de ella. La puede resolver como generar y en ese espacio entre la creación y la solución es que se da la gestión pública. Pero toda gestión pública debe priorizar entre la destrucción y la construcción. Empezar desde cero es imposible y dotar de identidad propia a cada acción gubernamental también lo es, porque los límites son tanto políticos como constitucionales. Es por ello que existen tanto políticas de estado como de gobierno, son ellas las que delimitan el carácter de la identidad de cada gobierno y son ellas finalmente las que encausan la energía y la acción política de un gobierno dentro de una transición que tiene en su interior una crisis económica aparejada a una crisis política que en dado caso de extenderse pasaría a una crisis de gobierno, luego de la democracia y sus facetas representativas, participativas y simbólicas y finalmente, la crisis sería estatal. Bolivia ya tiene memoria sobre esa secuencia de agotamiento.

La transición dentro de la transición marca el rumbo de lo que se puede hacer y de lo que no. Y el marco de acción gubernamental no tiene que ver necesariamente con lo económico, sino con el hacer político. Las formas de hacer política dentro de un esquema de gobierno son también las palabras y los modos de decir las cosas. Después de todo, se hacen cosas con palabras, dado que ellas generan realidades constantemente.

Y es por ello que cuando la política se reconstruye sobre cimientos pasados es muy fácil atacar al pasado con las mismas herramientas que usó el partido que en 20 años gobernó al país. Se trata de un momento especial en la política porque demuestra que hay una transición de mando político, y es posible que de horizonte gubernamental también, pero no de cultura política, ni de retórica gubernamental. Las practicas políticas no se borran sólo con la nueva embestidura, son el resultado de un trabajo ideológico y programático muy concreto.

Cuando no se posee ninguna de ambas facetas para conformar un partido o una agrupación política o un grupo de presión, es necesario llenar ese vacío con las viejas prácticas discursivas del pasado, pero como ya se las vio en el pasado, para actualizarlas, se las radicaliza. Antes, las prácticas de acusación y desligitimación estaban dirigidas hacia adversarios políticos, aquellos que lejos del campo político eran considerados como oposición, hoy las acusaciones, las presiones y los desacuerdos suceden desde dentro del gobierno. La división de poderes no podría ser más concreta. Se pasó de un plano de frenos y contrapesos entre los poderes a un estado de situación en el cual los poderes parecería que trabajan dándose la espalda unos a otros e imposibilitados en su acercamiento el dialogo no existe.

Nadie podría predecir que la transición política también acarrearía una división en la fórmula gobernante. La forma de salvar el no reconocimiento y su posterior desacuerdo entre ambas posturas de ejercicio del poder, es apostar por lo técnico burocrático como el único espacio más o menos seguro para la gestión, sin embargo, este espacio que en apariencia es seguro y científicamente riguroso, no puede existir sin la concertación política y el acuerdo programático. Lo que cabe decir entonces que tarde o temprano el desacuerdo entre poderes, repercutirá en la agenda técnica que emprende el gobierno. 

Quizás de ese modo el gobierno no tenga que preocuparse por la presión externa, dado que su mayor riesgo de caducidad está en su interior. En sí mismo el desacuerdo no es malo, incita al diálogo, a la deliberación y posteriormente, genera acuerdos mínimos sobre los cuales se puede trabajar. Pero cuando el desacuerdo es más que simple multiplicidad de opciones para hacer las cosas y pasa a una descalificación absoluta sobre las maneras de hacer del otro, es imposible el diálogo y la negociación y por lo tanto, no se encuentran espacios comunes sobre los cuales trabajar.      

Como se podrá ver, el lenguaje usado en este texto responde a un espacio donde se generan adversarios, enemigos y crisis política interna. Es muy pronto para un gobierno atravesar este escenario y más cuando todo sucede desde dentro del propio modelo de gobierno, cuando lo lógico y lo natural es que la desestabilización provenga de fuera.

Pensar el escenario político del presente en Bolivia con herramientas que leen el conflicto, el desacuerdo y la clausura del diálogo nos lleva a pensar en dos dimensiones de la transición. La primera es que la forma de construir partidos y programas políticos en el país ha pasado de la evaluación del Estado a la querella contra un gobierno. No se presentan las fuerzas políticas a una elección para reconstruir y reconducir un país, sino para culpabilizar a un gobierno. Y a nombre de la lucha contra la corrupción, la gestión misma se encamina a una cacería de funcionarios para demostrar cuánto mal hicieron al país.

En ese orden de cosas la gestión se demora y el campo político empieza a restringirse porque de esa manera, también se elimina a un adversario político. No se diferencia mucho de la lógica anterior de ejercicio del poder político. Por lo cual, la transición bajo una faz técnica se revela altamente revanchista y poco dada a la planificación.

La planificación estratégica de un gobierno no se puede sostener solamente a través de la lucha contra la corrupción o la elaboración de un diagnostico sobre el estado en que quedaron las instituciones públicas tras la salida del MAS de los espacios de gobierno. La planificación claro que requiere de esa evaluación y necesita establecer límites a la función pública en el marco de la Ley, sin embargo, detenerse en esa fase no es útil ni para el gobierno ni necesaria para la población.

El ajuste económico, la reorganización del Estado y su posterior achicamiento, conllevan una serie de programas y acuerdos intersectoriales que rebasan lo partidario. Y por lo que se ve hasta el momento, el gobierno gasta mucha de su energía en negociar internamente por dónde ir. Los acuerdos de prestamos, de apoyo y de llegada de recursos económicos, existen y se ha dado noticia de ellos, pero a nivel simbólico, para la población, el desacuerdo pesa más, e incluso para las inversiones extranjeras, un gobierno dividido es un mal presagio y cualquier nuevo inversor pensará un par de veces antes de involucrarse con un gobierno que está fracturado desde dentro. 

Y es como si los contrincantes no se dieran cuenta que cuando se acusan o deslegitiman entre ellos, no son ellos los que quedan mal o los que se perciben como ansiosos de más y más poder. Es el país el que se muestra una vez más, más y más inestable políticamente.

Pero el otro dimensión que hay que tener en cuenta es que la razón plurinacional determina mucha de la acción política en esta gestión de gobierno. Ella nacida en el seno del anterior ciclo político, ha logrado traspasar el tiempo y se demuestra como un factor determinante en la cultura política del presente.

La razón plurinacional

La razón plurinacional es una forma de gobierno que tiene dos variables. Una cuando es construida desde abajo y otra que sucede al ser construida desde arriba. La razón plurinacional estuvo en cierto momento engarzada a los planes de desarrollo encaminados a cumplir la agenda política del Buen Vivir, pero tras la crisis política de 2010, se contrajo y sirvió como una estrategia de dominación, con un fuerte anclaje retórico en la diversidad de nacionalidades y étnicas, pero con un enfoque desarrollista y extractivista fuertemente capitalista. Lo que contrajo programas de gobierno poco inclusivos y donde además, los adversarios y amigos del gobierno rotaban y cambiaban de posición según los acuerdos que tuvieran con el gobierno.

Al mismo tiempo la razón plurinacional manifestó un enfoque de acción política conforme a lógicas económicas mixtas que crearon mayor desigualdad entre la población. La tan mentada redistribución de la riqueza fue focalizada a partir de planes de bonos y subsidios gestionados desde el gobierno bajo una planificación estratégica que hizo hincapié en los sectores menos favorecidos, pero la ineficiente gestión y la corrupción en algunos de esos proyectos hizo que el proyecto se mostrará incapaz de cumplir sus propias directrices. 

Pero otro de los ámbitos desde los cuales se despliega la razón plurinacional tiene que ver con la retórica política que apela al pueblo, a la nación y que intenta reconstruir una unidad nacional sobre la base de la diversidad. Y al mismo tiempo establece al gobierno como un garante de las libertades y oportunidades del ciudadano para tener una vida digna y con oportunidades laborales.

Es esta retórica la que permea el universo político en el presente. Toda la retórica gubernamental apela al pueblo y reconoce que ahora es tiempo de gestionar un gobierno para crear fuentes de empleo y oportunidades laborales para la ciudadanía. Al mismo tiempo, se piensa que el horizonte es la igualdad y la libertad. De forma abstracta estos dos conceptos son evocados en todo momento. Pero su conceptualización todavía queda pendiente. 

Por tanto, cuando se evoca un pasado popular, social, libre y con oportunidades políticas lo que se trata es de dar un sustento a la acción política, pero el sustento escogido respondía a un modelo de gobierno que en principio se atacó. Esto no es sólo contradicción, sino que es imposibilidad frente a la evaluación del campo político que se pisa. No se leyó bien la realidad y no se asimilaron los cambios del país a nivel político y social en los últimos 20 años. Si hubiera existido una evaluación del país que quedaba, el campo político hoy sería otro y no estaríamos asintiendo a más de lo mismo.

Aquí no se trata de que el esquema parezca ser otro porque hay representantes o políticas públicas que se perfilan como distintas, al contrario, se trata de reconocer que bajo esa espesa capa de acciones gubernamentales se esconde una vieja práctica política que se revela cuando el desacuerdo entre los poderes se hace pública a partir de redes sociales y espacios como aptos para la reflexión de largo aliento.

Salir de la transición

No se podrá salir de la transición en la medida en que el gobierno no entienda que la transición política no es sólo en cuanto a planificación y reducción del aparato público. La transición es también una cuestión de política partidaria y de cultura política.

La transición es una cuestión que se dirime no a través del plan de desarrollo, sino una cuestión de mentalidad sobre el destino del Estado y la fisonomía del gobierno y la concertación entre los poderes del Estado.

La transición se deja de lado cuando se establece que hay prioridades que van más allá de la lucha contra la corrupción o la reorganización económica, y acuerdos bilaterales con la intención de captar fondos y créditos económicos.

La transición es una cuestión prioritaria en la agenda política. Ninguna cumbre ni económica ni de justicia ni de salud ni quiera la de culturas podrá ser resuelta si no se comprende que la transición política dentro de una transición económica es más que un momento coyuntural. Ella delimitará el entrampamiento o la imaginación pública para reconstruir el Estado.

La transición es un estado de naturaleza del aparato estatal en este momento. Hay varios planes de gobierno en juego en el interior del gobierno, se hacen visibles en los desacuerdos y en la tendencia de los ministerios, y en las reducciones presupuestarias. Se obedecen esquemas globales ajustados a realidades locales, pero en términos políticos el efecto es que la incertidumbre en la población no se fue y la especulación en los mercados continúa.

Salir, entonces de la transición es una cuestión de reorganizar el aparato estatal enfocándolo no en la solución de la cuestión política y la lucha contra el adversario. Porque en cierto modo eso manifiesta que se gobierna con las mismas estrategias de la campaña electoral. Y la gestión pública no es el segundo momento de la campaña, es otra cosa. No se puede gobernar con las mismas estrategias que se hizo la campaña. Estar en gobierno es despojarse de esa retórica y asumir el control del aparato social, productivo y simbólico del Estado, pero para ello hay que conocerlo y familiarizarse con él. Y eso es lo que falta en este momento en el gobierno. Parecería que los nuevos funcionarios desconocen tanto del funcionamiento gubernamental que ante el miedo de cometer equivocaciones en la función pública, prefieren no hacer nada. Hay un congelamiento en la decisiones concretas que demuestra que el gobierno que han heredado les es ajeno por completo.

A eso se suma el hecho de que hay una clase política que continua en el gobierno y que conoce del funcionamiento gubernamental pero que tampoco tiene alta capacidad de acción porque para trabajar de manera coordinada necesitan del apoyo de una bancada de una comisión o de un espacio de acción concreto y eso tampoco se está dando.

Nadie supuso que sería fácil, pero que la realidad se haya impuesto tan rápido en sus contingencias a un gobierno que se pintó como la solución a todos los problemas, es sintomático y revela cuánto todavía vivimos enfrascados tantos en la razón plurinacional, como en esquemas de política donde el desacuerdo generan desde el propio Estado, mayor crisis política e incertidumbre ciudadana.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights