Blog Post

News > Carlos Decker-Molina > El medio ambiente no es de izquierda ni de derecha

El medio ambiente no es de izquierda ni de derecha

En 1977, el canal 2 de la televisión sueca invitó a varios corresponsales —entre ellos a mí— para realizar un reportaje sobre el auge de la energía atómica, muy popular en Europa tras la primera crisis del petróleo. En nuestros países latinoamericanos el panorama era otro. Recuerdo que se me ocurrió contrastar aquel entusiasmo tecnológico con un problema más pedestre: la desaparición de la leña en el altiplano, aún entonces la principal fuente de energía entre los más pobres.

Todavía no se hablaba de “ambientalismo” como concepto político, pero la sensibilidad ya comenzaba a cambiar. Cinco años antes, en 1972, Estocolmo había sido sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, la primera gran cumbre que puso el tema en la agenda global. Europa, lentamente, empezaba a volverse “más verde”.

Historia de un despertar

Todo había comenzado en 1968 con el Club de Roma, una organización creada por empresarios, científicos y políticos que alertaron sobre el agotamiento de los recursos naturales. Su informe Los límites del crecimiento (1972) fue un aldabonazo: por primera vez se hablaba, a escala planetaria, de la fragilidad de los ecosistemas frente a un modelo económico voraz.

Pero era tiempo de Guerra Fría. El mundo estaba más concentrado en la confrontación ideológica que en los árboles talados o en las aguas contaminadas.

En 1987, la ONU publicó el informe Nuestro futuro común, conocido como Informe Brundtland, donde apareció el concepto de “desarrollo sostenible”. El término se volvió una brújula para gobiernos, empresas y activistas.

Años después, como reportero de Radio Suecia, fui enviado a la Cumbre de Río de 1992. Ya no reinaba la lógica bipolar; el clima político era de optimismo. Brasil, impulsado por el presidente José Sarney, se presentó como anfitrión, y la Amazonía —sacudida por el asesinato de Chico Mendes en 1988— dominó la escena internacional. Bolivia estuvo representada por Jaime Paz Zamora. Desde entonces quedó flotando una idea que hoy parece obvia: el medio ambiente no es de izquierda ni de derecha.

¿Derecha o izquierda? Una disputa inútil

Pese a ello, la discusión persiste. Unos reclaman la bandera ecológica como patrimonio de la izquierda; otros sostienen que la protección de la naturaleza es, en esencia, una forma de conservadurismo. En realidad, la pelea por las etiquetas oculta una verdad más sencilla: la ecología no le pertenece a nadie.

El ambientalismo es una conciencia civilizatoria, anterior a cualquier ideología moderna. Surge del reconocimiento de que vivimos en un planeta finito cuyos recursos no se regeneran al ritmo en que la economía los devora. Ese hecho no es socialista, ni liberal, ni anarquista: simplemente es.

Pero la política siempre intenta apropiarse de las causas.

La izquierda suele presentar el ambientalismo como:

  • Crítica al capitalismo extractivista.
  • Defensa de los bienes comunes como el agua, los bosques o los territorios indígenas.
  • Una lucha por la justicia climática: quienes menos contaminan, más sufren.

No obstante, muchos gobiernos progresistas —sobre todo en América Latina— caen en una contradicción insalvable: financian políticas sociales con las rentas de la minería, el gas, el petróleo o la soja que dicen cuestionar.

La derecha, por su parte, está dividida.
Hay una derecha moderna, especialmente en Europa, que considera el medio ambiente un patrimonio nacional que se debe proteger con políticas estables, innovación y nuevas industrias verdes. Pero también existe una derecha negacionista que rechaza regulaciones ambientales por considerarlas amenazas al libre mercado o a los intereses que sostienen su poder.

Lo que importa no es el color, sino el costo

La Tierra no vota, pero su deterioro condiciona nuestro futuro. La verdadera disputa no es quién se apropia del discurso ecológico, sino cómo se implementan las políticas y quién asume los costos.

La ecología es neutral hasta que toca los bolsillos de los ganadores de siempre. Ahí empiezan los gritos, los vetos, las marchas y los retrocesos.

El cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la contaminación de los océanos no reconocen ideologías. Actúan con la misma frialdad con la que se derrite un glaciar o se incendia un bosque. Por eso reducir la defensa del medio ambiente a un tema “de izquierdas” o “de derechas” es un lujo que ya no podemos darnos.

En un planeta que se calienta, donde los mares aumentan y los recursos se agotan, las ideologías pueden esperar. El clima, no.

Del optimismo al retroceso

Han pasado 33 años desde Río-92 y, sin embargo, no hemos aprendido lo suficiente. Algunos países han archivado la agenda ambiental aplaudiendo únicamente el crecimiento económico, como si fuera eterno y como si no dependiera, precisamente, de la naturaleza que degradan.

Pero existen excepciones. Marruecos, por ejemplo, se ha consolidado como un referente continental en la transición energética gracias a un auge sin precedentes de la energía solar. Según el grupo de investigación británico Ember, combina importación masiva de paneles fotovoltaicos con un creciente desarrollo industrial propio.

Bolivia —que posee uno de los territorios más luminosos del planeta— podría convertirse en el Marruecos del Cono Sur si decide mirar el sol del altiplano no solo como paisaje, sino como oportunidad.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights