Sergio León Lozano
Como cada año, la visita a la Feria del Libro de La Paz se ha convertido en nuestra rutina familiar. A pesar de la crisis, se notó una notable cantidad de gente que recorría los stands, hojeaba y compraba, como si los libros conservaran siempre ese pequeño poder de atracción que los hace indispensables.
Fue allí, entre los pasillos de la feria, que nos topamos con la tercera y última parte de la trilogía “Los Qispis, los últimos días del Poopó”. Ver la sorpresa y la emoción de Agustín mientras devoraba la historia de un tirón me contagió de inmediato, y pronto también me encontré leyendo con atención cada página. Compartir ese descubrimiento me hizo valorar aún más cómo estas historietas lograron cerrar una saga que desde 2023, nos invitan a reflexionar sobre la memoria del altiplano, la cruel relación del hombre con la naturaleza y la manera en que podemos cuidar y quizá, preservar lo que nos rodea.
En estas páginas, Jorge Catacora convoca a toda la fauna del altiplano y del lago Poopó: los ispis, los carachis, los sapos, los cóndores, los patos. A través de Samka, el pequeño ispi de la familia Qispi, se teje una aventura impregnada de tradición oral y de una nostalgia anticipada por los últimos días del lago, el Poopo. El nombre Qispi, jugando con ispi, resuena con uno de los apellidos más icónicos y tradicionales del altiplano, uniendo la fauna del lago con la memoria y la identidad, en esas pocas letras, la historieta enlaza tradición, naturaleza y cultura en un solo hilo. Para su autor, “al ser una historia de animales nativos, qué mejor identificación que la de Qispi; ya que esta es una historia familiar, que habla de nuestra gente y de nuestra cultura”.
Las viñetas, trabajadas con un cuidado notable, rescatan las vestiduras de los pueblos del altiplano, las fiestas y las ceremonias, los gestos de hermandad, pero también los intercambios y tensiones entre las especies, como si reflejaran la interculturalidad misma. Allí conviven los negocios, los acuerdos y los desencuentros, pero siempre teñidos por la posibilidad del encuentro y el diálogo. Cada trazo es un recordatorio de que preservar la identidad no es solamente guardar el pasado, sino aprender a cuidarlo para que siga vivo.
Leer esta historieta es también un acto pedagógico, sus imágenes y relatos se abren como puerta de entrada a una reflexión más amplia. Lo que sucedió con el Poopó no debería repetirse en otros lagos, lagunas, ríos o bosques. Hoy, donde hubo agua, apenas queda lodo y basura ¿cadáveres? Sin embargo, cada espacio natural guarda historias que nos pertenecen a todos, relatos que sostienen la memoria de un mundo común. “Estamos viviendo en constante crisis —afirma Catacora—, y escribir una historia que relacione nuestra realidad con la crisis climática ha sido un punto de conexión con los lectores”. No me llevo bien con las moralejas, pero debo subrayar que aquí se construye un aprendizaje: leer nos permite comprender, y la comprensión se convierte en la base para cuidar y preservar un entorno tantas veces descuidado.
Es totalmente alentador que historietistas como Jorge Catacora se aventuren a recrear estas memorias. Si bien la trilogía de Los Qispis ha llegado a su fin, su obra continúa expandiéndose con otras historias, como La abuela Pacha y sus ancestros y una próxima publicación titulada Pacto perpetuo. A ello se suma la noticia de que pronto aparecerá un tomo integral con los tres capítulos de Los últimos días del Poopó, además de proyectos aún más ambiciosos: un videojuego, una serie animada y, en el horizonte, una película. En este camino se vislumbra la construcción de una línea gráfica propia, nutrida de contenidos autóctonos y enraizada profundamente en la cultura local.
Una propuesta que no solo enriquece el panorama de la historieta boliviana, sino que también invita a seguir leyendo y, al mismo tiempo, a seguir cuidando. Lean a los Qispis.