En julio de 2024, Gonzalo Flores Céspedes publicó en varios medios de prensa un artículo titulado “El peor legado del MAS”. En él describió los daños morales que el MAS infligió a Bolivia desde 2006; en síntesis, que enseñó el irrespeto a la ley, el desprecio por los principios democráticos, el racismo, la corrupción, la mentira y la doblez, habiéndolos instalado con la palabra y la obra, en la teoría y en la práctica, cual cizaña, en las cabezas de los bolivianos.
Flores afirma que ese legado perverso “consiste en haber sembrado y hacer crecer un espíritu totalmente ajeno a las tradiciones morales de la civilización occidental, que ha prendido no sólo en adultos ignorantes, sino en jóvenes y niños incautos, que han aprendido a recitar de memoria una doctrina tirada de los pelos y a replicar conductas profundamente regresivas, aparentemente políticas, pero en los hechos, propias de manada”.
Esta semana Cacho Herrera, en su artículo “Nos dejan en las fauces de dos monstruos” recuenta los daños a la economía y a la seguridad ciudadana que le debemos al MAS. De un lado, quedamos con las arcas vacías y endeudados hasta el cuello después de la aventura “socialista del siglo XXI”, hundidos en una crisis multidimensional sin precedentes. De otro, en la más profunda inseguridad, en manos de la narcocriminalidad instalada con la complacencia y complicidad del régimen.
Dice Herrera: “La feroz disputa entre al menos cinco carteles que pretenden adueñarse del país, como ocurrió no hace mucho con Ecuador, ha hecho explosionar los secuestros, ejecuciones, linchamientos, acribillamientos y ajustes de cuentas por parte de grupos criminales armados que han ocupado ciertas regiones con absoluta impunidad, con protección y complicidad de los tres niveles del Estado”.
Esa es la obra del MAS, dejarnos en la vía y desarmados, en un riesgo de colapso total. Y lo sabemos, por eso la buena, la grandiosa noticia es que la ciudadanía decidió que se vaya en la primera vuelta electoral. Con la conciencia que despertó paso a paso hasta su plenitud en 2011 a raíz del avasallamiento del TIPNIS, impulsándonos a los hombres y mujeres de bien a actuar en consecuencia. Con y de la manera que nos fue posible, anotándonos victorias importantes como la del “NO” el 21f de 2016, la abrogación del código penal punitivista en 2018 y la rebelión no violenta de las “Pititas” de 2019 ante el fraude electoral.
Con tal base, el 17 de agosto de este año el voto ciudadano borró contundentemente al MAS del mapa electoral boliviano, sin que tenga capacidad de rearticulación. Pese a no tener opciones nuevas para elegir y en contra de todos los ardides aplicados desde el aparato de poder, incluidos los órganos judicial y legislativo, el MAS fue derrotado en función del objetivo de la mayoría aplastante de los bolivianos que es echarlos del poder, pues sabe que esa es la condición indispensable para enfrentar a los dos monstruos que Cacho Herrera anota en su artículo, y no será posible si no se atiende, en paralelo y con urgencia, la preocupación con la cual Gonzalo Flores nos ha desafiado, aportes que inspiran este texto.
El logro de ese objetivo debe ser consolidado en la segunda vuelta electoral del próximo 19 de octubre, con el voto responsable en favor de la candidatura con mayor credibilidad en su convicción democrática, con menos sospechas de ser el vehículo chuto en el que se intentan colar de contrabando los causantes del desastre del país, que lo que merecen es quedarse en el congelador. Es que hay una tramoya en marcha, diseñado por cerebros vinculados con intereses geopolíticos internacionales que está siendo ejecutada de cara al balotaje por operadores nacionales que, sabiendo o sin saber, son instrumentos de una estrategia que, otra vez, pretende escamotear la voluntad popular expresada en las urnas, enquistando nuevamente al masismo en el gobierno para propiciar su rearticulación por cualquier vía, con el riesgo que esto implica para las posibilidades de recuperación económica, política y social del país. Para el futuro de las nuevas generaciones.
¿Cómo se puede saber quién es quién y no equivocarse? No es difícil. El azul es un color intenso que se ve desde lejos y el modus operandi de los que lo usan, aunque por debajo, es reconocible. Los infiltrados están en las listas de senadores y diputados y sus disfraces no tapan sus rostros. Prometen el oro y el moro para engatusar a los incautos porque no les importa la crisis sino el poder para usar y abusar de él. Dicen y se desdicen, mintiendo sin pudor. Lucen su falta de conocimiento y sus culipandeos. A la par son agresivos y se victimizan. Amenazan a la libertad de expresión y anuncian venganzas personales si llegan al poder. Se acompañan de los mismos mercenarios de la propaganda, esos que ahora circulan en vehículos que parece cuentan con fuente inagotable de combustibles mientras la población hace colas para conseguirlos. Son inconfundibles.
No hay duda alguna sobre la tarea siguiente que nos toca: ratificar la derrota del MAS con nuestro voto el 19 de octubre. ¡A cumplirla!