Oscar Seidel Morales
En el puerto estaban consternados con la noticia que al capitán del barco pesquero “Lusitana” lo habían señalado como el presunto autor de la muerte del cacique político.
La pareja de esposos Thiago Da Graca y Genoveva Valentierra vieron comprometida su situación conyugal porque el fiscal Apolinar Espejo, que investigaba la muerte del cacique político Temístocles Valencia, acusó como principal sospechoso al portugués Thiago. El juez penal Gumersindo Castillo, amangualado con el fiscal, iba a condenar a 40 años de prisión al presunto homicida. El abogado Tito Livio González, recién llegado al puerto, se dio cuenta del ardid y trató de salvar al matrimonio.
El fiscal Espejo había sido el eterno novio de la Valentierra hasta que apareció el capitán del buque pesquero Lusitana y la conquistó. La hermana del fiscal, Azucena Espejo, una chica piernifloja, siguiendo los concejos del hermano, acosó sexualmente al capitán Da Graca una noche de carnaval, y éste, que andaba borracho, la sedujo. Al negarse a sus pretensiones matrimoniales, fue acusado por su familia de violación carnal.
El abogado González se percató de la venganza que estaban tramando contra el capitán Da Graca. Se puso a investigar el supuesto crimen y encontró algo inesperado, logrando desatar el nudo del asesinato del cacique político. Fue el juez quien lo mató aquella noche que se retaron en secreto para jugar el honor con una mano de dominó. Había salido a relucir una vieja rencilla porque el cacique quería reemplazarlo como juez penal del puerto con un abogado casposo y borrachín. Aquella partida de dominó era de vida o muerte, en un lugar que sólo ellos dos conocían.
Al poco tiempo, el capitán Thiago Da Graca fue citado a juicio, no pudo demostrar su inocencia, y lo condenaron a diez años de prisión. La mujer, desflorada, y avergonzada por el escarnio público, se marchó de trapecista en un circo que por esos días visitaba al puerto.
La esposa del capitán quedó sola. Ante el reiterado acoso sexual del fiscal, lo convidó una noche a su casa y logró envenenarlo con un seviche de piangua rociado de cianuro que le facilitó el abogado González. Para evitar problemas judiciales y una segura condena, la mujer y el abogado huyeron al país vecino, pero el velero que los transportaba encalló a la salida de la bahía.
El juez, al verse delatado por el abogado González en el asesinato del cacique, escapó en una lancha rápida, con tan mala fortuna que mar afuera se topó con el velero varado.
Ante esta insólita situación, quedaron desesperados por la posibilidad de someterse a la autoridad del capitán de la corbeta de la Armada Nacional que acudió a la señal de auxilio del velero encallado. Estaban confundidos porque lo más seguro era que al solicitar los documentos de los ocupantes de las dos embarcaciones, el capitán de la corbeta se cercioraría que entre ellos estaban dos implicados en los asesinatos del cacique político y del fiscal, y terminarían capturados. Al abogado también lo detendrían por cómplice. Los fugitivos tenían sólo una opción para decidir: Hacer un pacto de no agresión, y continuar juntos la huida en la lancha del juez antes que llegara la corbeta.
Pero, el rencor entre estos personajes era muy grande, y no fueron capaces de estrechar la mano de la reconciliación.Entonces, quedaron a merced de la corriente que los arrastró hasta el confín de los mares…