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Apreciaciones atrevidas sobre la obra de Emil Cioran

Luis Alfaro Vega

Emil Cioran, rumano universal, con arrebatado talento desplegó sobre los acontecimientos históricos una mirada rota de inocencia. Con los escombros de su lucidez, describió sobre el alma humana una sombría luz que ningún otro escritor entrevió.

Agrupado en el privilegio de su rabia, igual escupió que aplaudió al paso de los semejantes.

Sus metáforas dejan palpitando la necesidad de poseer un alma distinta para ser lo que creemos ser.

Emil Cioran llegó hasta el fondo de sí mismo sin eludir nada. Descendió a lo evidente de su intimidad y saltó al misterio del escenario colectivo exponiendo con energía que el sendero es el escepticismo. 

¡Al abrir sus libros un incendio se desata en la desprevenida memoria!

Con su alma en escándalo permanente, a la vez tierna y sarcástica, nos conduce a un discernimiento desesperado, siempre al borde del grito frente a razones incomprendidas.

¡Su prosa tiene la sonoridad musical del pesimismo!

¡Al concluir la lectura de sus libros uno sabe que se miró en el espejo que más temía!

No he leído a ningún otro escritor que haya cruzado a un tiempo las dos márgenes del destino de los seres humanos: el sueño y el absurdo.

La literatura de Emil Cioran es un río de pensamientos por el que fluyen viejas y nuevas estrellas. Con un método preñado de patetismo, a trompicones nos conduce por entre la reconciliación de los contrarios.

Dudando de sí mismo, descubrió que la vida es una frágil circunstancia que viene de la eternidad y va hacia la eternidad, con la nada en el centro.

Emil Cioran no sabe si atribuir su honestidad a la barbarie que lo habita embriagándolo de irracionales éxtasis, o al desdén con que comprende el filosófico suicidio de las bacterias humanas.

Con sus escritos decanta que la historia permanece atascada en el osario que será.

Perspicaz se detiene frente a la postura de que todo fluye en equilibrio. Extrayendo signos interiores y exteriores de la realidad, conceptualiza que el hombre es un susto permanente de próximos diluvios, de convulsos pasados, unos y otros en trueque de doloroso presente.

En sus libros se abren puertas hacia caminos opuestos. Lo trágico y lo excelso se suceden en un flujo inseparable e indeterminado, médula sagaz de su guardia intelectual.

La suya es una visión que no se agota en el sistema nervioso ordinario. En sus conceptos se despliegan relaciones distintas a las expuestas en la historia, él no redime el pecado ni el dolor, descubre otro mandato en el fondo de los mismos hechos.

¡En sus textos nos muestra los despojos del viejo mundo moderno!

Libros en los que trepida una frecuencia que nos conduce desde la zona inferior de nosotros mismos, hasta más allá de la psicología fenoménica de las generaciones, donde vibran otras cumbres, al alcance de las cansadas energías.

¡Con cada metáfora de Emil Cioran rozamos un misterio!

Un autor fervientemente convencido de que algo más profundo que él mismo queda expuesto en sus razonamientos.

¡En sus libros capturó la tragedia esencial del laberinto del alma humana!

Como ningún otro escritor, se dio todo a sí mismo, contrahecho en la cicatriz de clarividencia que lo atravesó.

¡Su queja es una vehemencia que interpela una salida que no existe!

Ninguna divinidad lo atrapa, sabe que esas tormentas pasajeras golpean al primer y último fogonazo, dejando en ruina el centro.

¡Su voz se arrastra recogiendo lo caído, resonancias que otros pisan!

Antirreligioso que ama la materia teológica sin contaminarse con la agria novedad que expone. Incrédulo con nostalgia de creer en lo que no existe. Budista no consumado.

Sus palabras en hoguera permanente destilan en confluencia el hedor y el perfume de la suplantación humana.

En sentido pleno de escándalo estético, su literatura fundamenta el afán de novísima libertad. El hastío de su contemplación nos conduce al descubrimiento de primordiales existencias y razones.

El futuro de su prosa es el inevitable enriquecimiento de la poesía. Agua saturada de distintas evidencias, luz en lo dispuesto al lado.

Su ruta es un progreso en continuo fermento, jerarquía de una conciencia que se corona de paradójica clarividencia. Su ruta es una prisión sincera por encontrar la salida que está al otro lado de lo visible.

Sus conceptos son, en rigor de lo simple eternal, un repertorio de escenarios futuros. Y esos escenarios, saturados de residuos, son el espejo de lo humano.

Su obra es un proceso en derroche inacabado, infinito lenguaje de los consuetudinarios destierros, antigua y fiel amargura que nos orienta y define.

Emil Cioran busca la realidad en la represa de lo absurdo, y en esa frecuencia de entendimiento nihilista colisiona con lo concreto de la realidad.

Contraponiendo razones de orden histórico, niega la certidumbre de un avance genuino hacia la perfección. A lo sumo el recorrido humano, insinúa categórico, se trata de un extendido desierto con algunas dunas luminosas.

Autor que siempre está dispuesto a maravillarse de la ingenua existencia, a sentir el desconcierto que se alza entre el porvenir y el pasado, cruzando la confusión del presente.

Emil Cioran comprende que el destino atrapado en un instante contiene el anverso y el reverso del pulso humano.

En tentativa de mostrar la paradoja que nos singulariza, navegó hasta el fondo de su propio remolino anímico, plano de sentimientos paralelos en el que se asentó a gusto para quejarse sin remordimientos.

En la desierta noche de los hombres aporta una luz que alumbra antes de que seamos conscientes de ella y la apaguemos, umbría luz que en el desierto guía.

Leyendo a Emil Cioran uno pierde la cifra de los años, en él el tiempo y el espacio son un abierto cautiverio en el que cabemos de muerte entera.

Con su magia escritural se ríe de sí mismo y de los desprevenidos lectores. La imaginación se pierde confiando en su mensaje, que no se sabe si nos conduce de ida al séptimo círculo del infierno de Dante, o de regreso al escenario de la remendada inocencia.

Enumera con gracia el hastío de nuestros rostros, admirable monotonía que demuestra sin tregua el sistema de las lúcidas contradicciones.

Sabedor de que a todos nos atrapa el momento de salir de la escena y morir, dejar atrás la comedia de la vida, cumplió a cabalidad el castigo prometido a su talento: legar una obra que ruja entre los siglos.

¡Su faena filosófica es el más poético de los tratados literarios!

Su obra agita la sangre, como si el fin deseado y temido a la vez, escanciara a la vuelta de cada aforismo. Confiando en su mensaje imaginé la destrucción total de la sociedad, a un tiempo que la redención de ansiadas mesuras. Su obra excita la sangre, conquistándola.

Las vibraciones del espíritu cobran impulso en una doble vertiente en Emil Cioran: o se apagan en seguía permanente, o se encienden en una llama que crece con grosero impulso.

Supo que la vida sentimental del ser humano era un misterio inextricable, por eso al escribir sintió un miedo tosco y permaneció con una expresión de sospecha, nombrando con recelo los vacíos que entrevió.

En sus textos encontramos invertidos los rostros, siempre conducidos por la curiosidad y una desparramada incertidumbre que les pertenece más que el apagado brillo que exhiben. Rostros que lo sacrifican todo por la apariencia y el espectáculo.

Ese hombre genial se percibía como un idiota frente a los hechos de sus semejantes, por eso se quedó a solas con su vida, furtivo en el reconcomio de que estaba pintando la porción oculta del alma humana.

Frente a los incautos delirios de los semejantes, Emil Cioran se compadece señalando el sofocante cielo de la sangrienta historia, fuliginosa capota cubriendo las desunidas partículas.

En Emil Cioran hay algo silencioso y desamparado, llanto sordo que lo arrastra a un estremecimiento que oscila en péndulo entre la liberación psíquica y la miasma de la confusión y la locura.

La suya es una marcha infinitamente más ambiciosa que la de los autores que flirtean con los premios y la notoriedad. Su sueño de escritor tiene otras fronteras, postulación de coraje que lo conduce íntegro, ignorando adhesiones y aplausos.

En su obra la filosofía no se distingue de la religión, y la religión no se distancia de la poesía. Para él la literatura es un instrumento que está por encima de las doctrinas, reciedumbre tomada de la música. De ahí su honrada admiración por Johann Sebastian Bach.

Frente a tantos egos expuestos, Emil Cioran pasó sin ser determinado a la altura de su porte, pero su relámpago irá creciendo hacia toda la distancia abarcable.

En el ardor de su obra trueca silencios, se atreve a romper con gritos la asfixiante ideología que lo rodea, catecismo de nostalgias y temores ancestrales. Desafía la inmediata conducta doméstica con una opereta de renovados conceptos.

Evidente y primordial penetra en el intenso movimiento de una eternidad hecha de palabras, palabras como pedazos de mundo.

Emil Cioran entendió que el mundo se puede explicar, aunque sea con lágrimas de dolor y pesimismo. Que él, brizna humana en el sonar de una hora, dispone, para la excelsa empresa, de su confusa clarividencia y de los altos muros que son los semejantes.

¡Me creció el alma cuando caí en el círculo infinito de su prosa esencial, encontré un hogar en el que las ideas y la embriaguez poética no son simulaciones!

¡Su obra, unitario vector de identidad, es un estético instrumento explorador de conciencias!

¡Emil Cioran, unidad de nostalgias, apetito de absolutos, irá creciendo en la empañada estructura fondo-forma de la civilización!

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