Este 17 de agosto Bolivia enfrenta una elección que no es como las anteriores. No se trata sólo de renovar autoridades, sino de definir el rumbo de una nación que carga heridas, esperanzas y desafíos urgentes. Lo que está en juego no es sólo la representatividad en el Ejecutivo y en la Asamblea, es un modelo de país. Y esa decisión no la toman los partidos, la toma la gente.
Más de 7 millones de bolivianos están habilitados para votar en territorio nacional. A ellos se suman más de 300 mil ciudadanos en el exterior, distribuidos en 22 países. Nunca antes el voto boliviano había tenido una dimensión tan amplia, tan diversa, tan global. Desde las urnas abiertas en barrios populares, hasta en los consulados de Europa y Asia, la democracia boliviana se despliega con fuerza y con memoria.
Porque esta elección ocurre en un contexto marcado por una crisis económica, por la desconfianza, la polarización, por el desgaste institucional. Pero también por la demanda de cambio, por el deseo de justicia, por la convicción de que Bolivia merece algo mejor. Y ese algo mejor no vendrá de arriba, vendrá de cada ciudadano que hoy decide con conciencia.
La papeleta no es papel, es historia. Es la voz de quienes no pudieron votar antes, de quienes fueron silenciados, de quienes lucharon para que hoy podamos elegir. Es también el compromiso con quienes vendrán, con las generaciones que heredarán lo que decidamos hoy.
Votar no es solo marcar una opción. Es asumir una postura y hacerse responsable de los resultados. Es decir: esto defiendo, esto rechazo. Es mirar de frente al país y responder con honestidad: ¿qué Bolivia quiero construir?
Y esa pregunta resuena también fuera de nuestras fronteras. En Buenos Aires, donde miles de bolivianos hacen fila desde temprano. En Madrid, donde el voto se convierte en un acto de pertenencia. En São Paulo, Santiago, Washington, Milán. La diáspora boliviana no solo trabaja, también decide. Y su decisión importa.
Estas elecciones son una oportunidad para recuperar la confianza, para exigir transparencia, para defender la pluralidad. Pero, sobre todo, son una oportunidad para demostrar que la democracia sigue viva, que no se ha rendido, que puede ser más fuerte que el miedo y más sabia que la rabia.
Hoy Bolivia vota. Y cada voto cuenta. Cada decisión pesa. Cada silencio se nota. No hay espacio para la indiferencia. No hay margen para el olvido. Hoy decidimos el país que seremos. Y lo hacemos desde cada rincón del territorio, desde cada ciudad del mundo donde un boliviano se atreve a participar. Y, aunque esperamos que no sea necesario, donde se defenderá el voto y la decisión democrática.
Este editorial acompaña la jornada electoral con convicción, con datos, con memoria y con esperanza. Porque la democracia no se celebra, se embandera y se defiende.