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Texto sin titulo

Maurizio Bagatin

Hay una desproporción entre agosto y septiembre. Hoy no reconozco el viento que hace treinta años hacia bailar los eucaliptos de las calles del barrio que ahora es ciudad. Dos mundos se enfrentaron durante esta época, el resultado es esta incomprensión del tiempo, es esta invasión del espacio. Tiempo y espacio sin frenos en un orden desenfrenado.

Polvo que invadía prósperos cultivos de pepinillos, la mita que nos hacia despertar en plena noche, hundirnos en el sideral silencio de unas horas sin apodos, sin definición, horas inocentes y mágicas. Los “cornichones” con sus pepitas negras de pimienta, la hoja del austero laurel y el vinagre de vino de un ex cura de Colcapirhua, proporciones de la naturaleza difíciles de conseguir en el cimiento de esta ciudad adormecida de hoy.

Es desde que leí Alicia que no encontraba semejante fantasía. Seguimos con el voto orgánico, desafiando lo premoderno. Seguimos con el voto obligatorio, desafiando los derechos conquistados. Seguimos sindicalizados multando al ausente, desafiando libertades solo aparentemente conquistadas. Seguimos cambiando todo por no cambiar nada, en parte porque “los hechos ocurridos nunca dejan de cambiar”, desde Pericles hasta Trump, pasando por Tocqueville y Spinoza, al final la democracia se vuelve siempre la dictadura de una mayoría. Seguimos creyendo en todo esto: “…en Sud América en general y en Bolivia en particular, e mejor elector es el alcohol, de suerte que los representantes del pueblo solo representan, en muchísimos casos, el fabricado por una casa alemana o por una del Perú” (Armando Chirveches, La candidatura de Rojas).

Pensando en lo que siempre significó para mí la primavera, encuentro los pies descalzos entre el verde del jardín, la humedad del sauce llorón, y veo la sonrisa de mi hermana volviendo de su trabajo, ella belleza de quinceañera enamorada. Los jardines de marzo que estropean una canción y agradecen la poca nieve de enero, fugaz, orgullosa y tenaz, embriagadora de fertilidad. El blanco que defiende el verde, la pureza que ameniza la prosperidad. En la poesía de Seamus Heaney se perfila este retorno y este encuentro: “Con un definitivo/impulso nada musical/ largos granos empiezan/a abrirse y se separan/hacia adelante/y de nuevo agotamos/el blanco, pateado/camino al corazón”.

En agosto lo que más deseo es leer a Eugenio Montale, a Cesare Pavese y a Sandro Penna, recorrer en las noches las calles del sur de Italia, emborracharme de calor y de fiestas patronales, oler el mar y acariciar a la tierra, recordar donde muere el sol mientras todo desvanece en el último abrazo de la noche. Es el sur que veo en un vaso de vino fuerte, en el sabor de un plato compartido. En todo lo que la modernidad ha diluido.

Sigo amando esta soledad del mundo un poco arcaico y un poco cándido. El atraso que, según el Poeta, no es el peor de los males, y esta incauta voluptuosidad hecha de glicinas y musgo, de sirenas e hipogrifos. El mito que siembra una posibilidad más allá de la tragedia. Sigo amando la yuxtaposición de esta posibilidad. Su insoslayable belleza.

El poder es solamente discurso o en una poesía es “decir mucho más en mucho menos”.

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