Estas últimas semanas proliferaron los debates para candidatos a la Presidencia. En anterior nota criticamos los formatos de los mismos en tanto no aportaron casi nada a que el elector pueda lograr convicciones sobre las propuestas de la gran gama de aspirantes a la Presidencia. Confrontar ideas… es para eso que se hace un debate… Para que el elector esté adecuadamente informado y así vuelque su preferencia. Nada de eso se logró.
Ese mecanismo es una herramienta para estar cerca de la gente, aunque el formato no permita una inmediación entre candidato y elector; aquel tiene la posibilidad de hacer conocer su propuesta casi en forma directa, porque lo que sí es probabilidad directa es estar en el terreno, por lo que es irreemplazable el contacto con la ciudadanía tocando puertas, hablando en plazas, en calles, en concentraciones, en mercados populares y, en general, en todo espacio donde se desarrolle la vida cotidiana, empleando una comunicación verbal y un lenguaje corporal que se identifiquen con los circunstanciales interlocutores, compartiendo sus comidas, cargando a sus niños, besando ancianas, etc. En conclusión, el candidato debe tener calle.
Recuerdo las dos últimas elecciones generales que precedieron a esta del 17 de agosto. Ante la inexistencia de actores políticos nuevos o convincentes, emergió —por su prestigio en el plano personal y su solvencia en la esfera profesional y mucho antes de que existiera siquiera una convocatoria oficial para los comicios— un candidato nuevo en el campo político en consideración a su edad. Irrumpía en el escenario el nombre de Carlos Mesa, que, con un paso efímero y casi accidental por la primera magistratura como antecedente, hizo dos campañas desastrosas y con una tibieza que echó por la borda toda la reputación y estima que la ciudadanía le profesaba, por lo menos en el ámbito político. Un periodista cruceño de ácidas críticas, poco antes de la cita con las ánforas, dijo que el candidato de Comunidad Ciudadana perdería la elección solo por “flojo”. Y así fue, o por un más que deficiente asesoramiento de campaña, pues más allá de las ventajas que en nuestro medio significa ser candidato del oficialismo, el intelectual de reconocida trayectoria, cuyo campo no es precisamente la política partidista, hizo aguas al frente de una alianza de la que casi todos los que finalmente conformaron su bancada aprovecharon su nombre, algunos con buen desempeño, pero la mayoría como simples adornos en sus curules.
Pero volvamos a la actualidad. Sin tomar en cuenta la línea ideológica de los candidatos a la presidencia, Samuel tiene plata, pero no carisma; Rodrigo tiene mucho carisma, pero no dinero; Tuto tiene un conocimiento amplio de lo que es administrar el Estado; Manfred tiene vasta experiencia en niveles subnacionales; Eduardo demostró que va por buen camino, capta la simpatía de sus electores, y Andrónico tomó un atajo, dejando en claro que no por mucho madrugar amanece más temprano. Pero todos ellos hicieron grandes recorridos por la amplia geografía nacional. Unos en viajes más confortables que otros. Algunos de ellos estuvieron hasta en cuatro departamentos en el mismo día. Mantuvieron un ritmo frenético, cortando asados con cuchara, besando ancianos, compartiendo música que probablemente nunca escucharon y dando brincos raros a título de baile.
Todo eso es parte de una campaña, al margen de la publicidad que hoy la tecnología nos ofrece… muchas veces condenando sin misericordia al televidente o a quien ve el celular, pero quiere desentenderse de tanta promesa. No obstante, convivir con la gente es, quizá, el mecanismo más efectivo para captar adeptos, porque solo así se regalan desde pequeños souvenirs hasta minúsculas porciones de alimentos, y muchas selfis con sus potenciales electores.
No se puede ocultar lo que fue tan evidente: esta campaña se caracterizó por los exagerados insultos entre los candidatos, resaltando solo los defectos del adversario, y resultando de ello que hay en el espacio público una falta de mensajes que permitan al elector conocer las propuestas y con base en ello decidir correctamente. Para que la información del votante sea fidedigna y transparente, no hay mejor vehículo que la interacción, que no puede ser mejor que física. En ese sentido, no hay que desmerecer que todos los candidatos actuales arriba nombrados hicieron mucho esfuerzo. Es que así se hace una campaña, y no desde un escritorio o un set dando mensajes impersonales. De todos, fue Rodrigo Paz quien más mérito tuvo, porque tiene vena de político.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor