Andrés Canedo / Bolivia.
Sus ojos eran de un azul asombrosamente frío, su rostro hermoso pero inexpresivo, sus labios pálidos, deseables; su cuerpo perfecto, como el de una sirena. Una especie de haz de luz, parecía circular alrededor de su frente, pero yo lo atribuí a mi imaginación que se había desbordado ante su presencia prodigiosa. Al mirarla sentí como un escalofrío, un principio de miedo me recorrió el cuerpo como un erizamiento apenas perceptible. Pero era tan extrañamente bella, que no pude evitar el impulso de hablarle. Me respondió, “Más te vale no hablarme, porque yo podría apoderarme de ti y hacerte mi esclavo”. Sus palabras, perfectamente pronunciadas, no respondían a la fonética de ninguno de estos lugares, ni de toda Hispanoamérica, ni de ningún lugar del planeta al que yo pudiera asimilarlo. Además, eran glaciales , como trozos afilados de hielo que se clavaran en mi alma. Allí, en la mitad de aquella nocturna y tenebrosa calle solitaria camino de mi casa, yo me sentí simultáneamente preso del temor y del deseo, atacado además, de la necesidad de saber más de ella. “¿De dónde eres?”, le pregunté. “De muy lejos”, me respondió. “Tú eres un hombre culto y sabrás a qué me refiero. Soy del Punto Nemo”. “¿Ese lugar en el Océano Pacífico, más alejado de cualquier tierra conocida en este mundo?” “Sí, de allí mismo”, me replicó, y añadió, “No hay tierra en ese punto del mar, pero nosotros, no necesitamos de tierra para vivir. La ciencia de los tuyos, dice que Nemo es un lugar biológicamente inactivo, pero aquí estoy yo, para demostrar lo contrario, aunque mi biología sea un poco diferente”. Y siguió: “Nadie va por allí, muy pocos venimos hacia aquí, pero nosotras, las hembras, nos asomamos a estas tierras, porque nos gusta el calor de sus hombres, o, mejor dicho, el ardor”. Yo, ya había caído en la trampa; sin embargo intenté, absurdamente, bromear o tal vez, dotar de algún componente humano a esa breve conversación. “Imagino que me dirás también, que conoces, que eres amiga del monstruo Cthulhu”. Su respuesta fue evasiva. “Sabía que te gustan los mitos Ctulhu. El escritor Lovecraft, fue un visionario y gracias a sus aterrorizadas visiones, intentó advertir al mundo de ustedes sobre Ctulhu, que todavía duerme”. “¿Cómo sabes esas cosas de mí?”, la interrogué. “Porque mi mente puede leer la tuya”, contestó.
Todo lo demás, fue confusión, mis recuerdos son fragmentarios o muy vagos. Me desnudó, se desnudó, se tendió en la calle misma y de alguna manera me hizo saber que el lugar permanecería solitario. Su cuerpo perfecto y frío se convirtió en magia, y al penetrarla sentí una calidez distinta y más intensa de las que había disfrutado. Sus movimientos me lanzaron por una insospechada ruta de placer, tan hondo, tan diferente, tan fuera de esta tierra, que sentí que eclosionamos en un desbordado torrente de deleite, enorme, abundante, largo, lejano de toda mi anterior experiencia humana. Se me ocurre compararlo, pero no es suficiente, con el lento caer de una luz de bengala en las navidades de mi infancia. Todo su inédito sabor, permanecía en mí. Era también palpable, pues lo sentía mientras me tocaba los brazos, el rostro, las piernas. Y me perdí en el mar de la desmemoria. Las experiencias demasiado intensas, lo supe, pueden acompañarse del olvido, talvez para protegernos. Desperté sobre la calle, sin saber cuánto tiempo había pasado. Mi Yo, mi unidad, estaban un poco desencajados y tardaron unos minutos en acoplarse. Sin embargo, yo era como un receptáculo de sensaciones maravillosas y aterradoras. Ella no estaba, claro. El conocimiento de su ausencia se me revelaba en el vacío que empezó a ocupar todo mi corazón. Me incorporé y a partir de allí comencé a vivir la nostalgia, la evocación. Con los años, logré buscar más datos, los escasos que hay, sobre el punto Nemo, pero nunca más pude volver a leer a Lovecraft, ni siquiera, nada sobre el inocente capitán Nemo, de Julio Verne. No tengo mujer, no tengo familia, soy un ser solitario que busca, pero desde luego, sigo buscándola a ella, cada día, en los días y noches de honda añoranza, de dolorosa melancolía.