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Con vino de palma en la sangre

Márcia Batista Ramos

Como si estuviera en una ceremonia o ritual, el hombre bebía vino de palma, parsimoniosamente, como quien limpia el alma. Era un buen vino, hecho de la savia de diferentes palmeras y macerado por mucho tiempo, parecía ser el verdadero néctar de los dioses.

Sentado frente a la amplia ventana que daba al mar, él miraba la placidez del océano Atlántico y sentía una pereza reverente por cruzar el mar para conocer la tierra de dónde los abuelos de algunos de sus bisabuelos fueron arrancados a la fuerza y trasladados a esa orilla del Atlántico, para encontrarse con rezos y canticos en otro idioma.

Ser la sexta generación de la diáspora le alejaba de la cultura africana, ya que, diversas civilizaciones corren por sus venas después de un menjunje de matrimonios y pasiones que dejaron frutos de otros colores, con cabellos de otras texturas.

¡Helo ahí! Con las venas abiertas atiborradas de historias. Recordando las historias del pirata Houtebeen («pata de palo»), que su abuelo de bigotes rojos, le contaba antes de dormir, cuando él apenas era un niño que no sabía que el mundo es egoísta y malo. La brisa marina trajo en un susurro el tarareo de la canción del pirata, en su idioma materno “Eu sou o pirata da perna de pau\ Do olho de vidro, da cara de mau” … Una sonrisa iluminó su rostro, como si su niñez hubiera regresado después de vivir un siglo.

En la pared, a su derecha, estaba la estantería blanca, con recuerdos de viaje y una repisa especial con los jujus de su bisabuela, heredados de sus abuelos(jujus son objetos sacralizados por rituales y poderes divinos, detentores de poderes, como amuletos de protección, por ejemplo).

Los jujus de su bisabuela evocaban el mito de la creación de los yorubas, que contaban que, al inicio, existían los dioses Olorun (deidad de los cielos) y Olokun (deidad del abismo acuático), quienes engendraron a dos deidades: Obatalá y Orunmila. Orunmila era el dios de las profecías y Obatalá creador y protector de la humanidad…

Entre sorbo y sorbo de vino de palma, las evocaciones surgían en fila indiana con sabor a polenta, quindim, falafel o caruru…

Hundido en el cómodo sillón blanco, él tenía en la pared de la izquierda fotografías de los que ya se fueron junto al reloj de bolsillo de uno de ellos.

El mar como paisaje horizonte que se unía al cielo infinito lo invitaba a volar lejos de su comodidad y conocer a las tierras de los hombres que no conocían el maléfico, antes de la llegada de los colonizadores católicos.

De repente, por la cantidad de vino de palma consumido:

– el hombre se hizo pájaro y voló.

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