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 La guerra de los 12 días y sus consecuencias

Carlos Decker-Molina

I. Introducción

La ideología socialdemócrata de los laboristas judíos no solo fue determinante en la concreción del Estado de Israel, sino que también formuló una visión de paz integral con el pueblo palestino. El último gobierno laborista, encabezado por Ehud Barak (1999–2001), intentó impulsar un proceso de paz duradero, cuyo momento clave fue la fallida Cumbre de Camp David en el año 2000.

Pero una nueva orientación estratégica comenzó a gestarse. En 1996, el think tank Institute for Advanced Strategic and Political Studies presentó un informe redactado por Richard Perle, titulado A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm. Elaborado para el entonces primer ministro Benjamin Netanyahu (1996–1999), este documento proponía abandonar el enfoque de paz negociada, sustituido por una política exterior agresiva, intervencionista y unilateral. Se abría paso una nueva lógica: la disuasión por la fuerza, la contención militar de Siria, el uso de acciones paramilitares y la eliminación selectiva de líderes enemigos.

Este nuevo paradigma no tardó en permear la política exterior de Estados Unidos. Algunos de sus redactores ocuparían cargos clave en la administración de George W. Bush, contribuyendo a justificar la invasión ilegal de Irak en 2003. El desdén por la fórmula de “tierra por paz” se volvió doctrina. En su lugar, se impuso la estrategia del “cambio de régimen”.

II. Religión, territorio y geopolítica

Según Jeffrey Sachs, Israel ha reinterpretado sus fronteras desde una perspectiva religiosa, apelando a pasajes bíblicos que prometen a los judíos la tierra “desde el Nilo hasta el Éufrates”. Esta visión omite, sin embargo, la historia milenaria de los cananeos, amorreos, arameos y otras civilizaciones semíticas que habitaron la región mucho antes del Israel bíblico.

Para Sachs, Israel busca asegurar su hegemonía regional mediante su monopolio nuclear, combinando superioridad tecnológica con operaciones militares selectivas. No se trata ya de ocupación territorial permanente, sino de una guerra de desgaste mediante la “decapitación” de mandos enemigos.

Este patrón se ha repetido en Irak (Saddam), Libia (Gaddafi), Somalia y Sudán. Sachs denomina esta doctrina como “la guerra permanente”.

El reciente ataque del 13 de junio contra líderes iraníes debe entenderse bajo esa lógica. Pero ni la eliminación de mandos ni los bombardeos aseguran una victoria política. Al contrario: pueden precipitar decisiones más radicales del régimen iraní.

III. El mundo musulmán y sus fracturas internas

El islam no es un bloque monolítico. Las divisiones entre suníes (liderados por Arabia Saudita) y chiíes (encabezados por Irán) son profundas, tanto en lo doctrinal como en lo político.

Suníes y chiíes comparten los cinco pilares del islam: la profesión de fe, la oración cinco veces al día, el ayuno en Ramadán, la limosna y la peregrinación a La Meca. Ambos grupos reconocen el Corán y la figura de Mahoma. Sin embargo, divergen en aspectos fundamentales: mientras los suníes se basan en los actos y enseñanzas del profeta (la sunna), los chiíes otorgan a sus líderes religiosos, los ayatolás, una dimensión sagrada.

Esta diferencia ha generado una histórica animadversión. Los suníes acusan a los chiíes de herejía; los chiíes, a su vez, ven en los suníes un dogmatismo extremista. Estas tensiones se han trasladado al plano político, configurando bloques geopolíticos: Irán, Siria y Líbano frente a los suníes del Golfo, liderados por Arabia Saudita.

El panarabismo sunita fracasó, y el islam chiita —que prometía redención a las masas oprimidas tras el colonialismo— tampoco cumplió. La teocracia iraní ha invertido ingentes recursos en su carrera nuclear y en sostener su influencia regional, en detrimento del bienestar de su población. La analogía con la URSS de la Guerra Fría no es casual: ambos regímenes sacrificaron a sus pueblos por proyectos ideológicos y geoestratégicos.

Irán tiene dos enemigos principales: Israel y Estados Unidos. Un tercero —el sunismo del Golfo—, aunque religioso, es considerado enemigo secundario. A pesar de su antagonismo teológico, existe entre Irán y los países árabes un trasfondo de desprecio cultural. Los persas se ven como herederos de una civilización milenaria —la de Ciro, Fedowsi, Omar Khayyam— y desprecian, muchas veces, a los árabes del Golfo por su riqueza sin raíces históricas.

Irán desprecia a los árabes del Golfo, a quienes considera vasallos de Estados Unidos.

Esta tensión identitaria —histórica, cultural y religiosa— coexiste con una enemistad común contra Israel. Sin embargo, varios países sunitas han comenzado a normalizar relaciones con el Estado judío, confirmando la tesis de Irán de que los árabes del golfo pérsico son “vasallos del Gran Satán”.

IV. ¿Tiene Irán la bomba nuclear?

El exministro israelí Shlomo Ben Ami sostiene que Irán tiene la capacidad científica para construir una bomba atómica, pero no ha tomado aún la decisión política. La guerra de los 12 días podría cambiar ese equilibrio. Bajo presión, la cúpula iraní podría apostar por el desarrollo definitivo del arma nuclear como garante de supervivencia.

Desde la presidencia de Ahmadineyad (2005), Irán ha promovido una masiva formación de científicos nucleares, con énfasis incluso en la fusión, no solo la fisión. Esto implica un desarrollo de doble uso: civil y militar.

El OIEA detectó en 2023 partículas de uranio enriquecido al 83,7%, cerca del umbral del 90% necesario para un arma nuclear. Aunque aún no hay una bomba, la amenaza crece.

Rusia y China insisten en que Irán no persigue fines militares desde 1988. Sin embargo, Rusia participa en los programas nucleares iraníes. ¿Qué tanto saben? ¿Qué tanto ocultan? Lo cierto es que la historia demuestra que, en 2010, Irán propuso en la ONU la creación de una “Zona Libre de Armas Nucleares en Medio Oriente”, propuesta que solo fue rechazada por Israel.

Eso obliga a preguntarse: ¿quién tiene realmente armas nucleares en la región? Israel nunca lo ha confirmado, pero todo indica que sí. Francia colaboró con su desarrollo nuclear desde 1950.

Según Ben Ami, Netanyahu ha saboteado dos veces las opciones diplomáticas con Irán: primero en 2018, al convencer a Trump de abandonar el acuerdo nuclear firmado por Obama en 2015 —que Irán estaba cumpliendo—; y más recientemente, al iniciar una guerra en pleno proceso de renegociación.

V. La Operación Midnight Hammer

La “Operación Martillo de Medianoche” fue una ofensiva conjunta de EE.UU. e Israel contra instalaciones nucleares iraníes. Si bien no se atacó la planta de Bushehr (donde hay técnicos rusos), los bombardeos provocaron la evacuación de material y personal científico. Fue preparada en secreto desde principios de junio, bajo la dirección del general Michael Kurilla, jefe del Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM) en Medio Oriente. Durante los preparativos, Kurilla viajó a Israel el 25 de abril para reunirse con altos mandos israelíes y recopilar información sobre objetivos potenciales.

El 10 de junio, presentó ante la Cámara de Representantes un análisis estratégico de las oportunidades que la coyuntura ofrecía a Estados Unidos. Al día siguiente, el Departamento de Estado ordenó la evacuación del personal no esencial y las familias de sus funcionarios en Bahréin, Catar e Irak.

El 16 de junio, el presidente Donald Trump abandonó abruptamente la Cumbre del G7 en Kananaskis, Canadá. Desde el Air Force One, publicó un mensaje en el que desmintió a Emmanuel Macron, afirmando que su regreso no tenía que ver con un alto al fuego entre Israel e Irán, sino con “algo mucho más grande”.

La noche del 21 al 22 de junio, Trump violó la Carta de las Naciones Unidas al ordenar un ataque contra instalaciones nucleares iraníes. No se atacó la planta de Bushehr, donde trabaja personal ruso, y se sospecha que Washington advirtió a Teherán, ya que imágenes satelitales mostraron una evacuación previa de material desde la instalación de Fordow

Según Ben Ami, estas ofensivas unilaterales —motivadas por Netanyahu y Trump— han debilitado los esfuerzos diplomáticos.

En una columna reciente para El País de España, señaló que ni el programa nuclear iraní ni la amenaza de sus misiles balísticos fueron eliminados. Lo más probable es que el proyecto atómico se haya retrasado apenas unos meses. Según sus fuentes, Irán habría trasladado más de 400 kg de uranio enriquecido al 60% —suficiente para diez cabezas nucleares— y sigue contando con centrifugadoras intactas, científicos calificados y ninguna supervisión internacional. Incluso, podría retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear.

Esta acción, lejos de destruir el programa, pudo haber acelerado su radicalización, según Ben Ami.

VI. Irán después de la guerra de los 12 días

Irán ha sido golpeado severamente. Sus redes regionales —Hamás, Hezbollah, hutíes— están en retroceso. Pero el régimen sigue en pie, sin una oposición política interna estructurada. La única fuerza de masas real es el movimiento de mujeres, que desafía a los ayatolás en nombre de la libertad, pero aún sin una alternativa institucional.

La oposición liberal, comunista y socialista que fue parte de la revolución de 1979 ha sido exterminada, exiliada o silenciada. La disidencia se encuentra en la diáspora, sin fuerza organizativa.

El régimen sabe que está debilitado. Su estrategia regional basada en el control indirecto —a través de Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen y su alianza con la Siria de Bashar al-Assad— ha sido eliminadas o duramente golpeadas.

El ataque terrorista del 7 de octubre, ejecutado por Hamás, le dio a Netanyahu una oportunidad para justificar una guerra total, cumplir su viejo proyecto de exterminio de enemigos religiosos y, al mismo tiempo, asegurar su supervivencia política. El conflicto lo fortaleció internamente, aunque no garantiza una victoria duradera.

Irán, por su parte, conserva una capacidad intelectual y técnica que podría permitirle rehacerse. No sería la primera vez en la historia que una nación derrotada resurja con ambiciones imperiales. El ejemplo más reciente es la Rusia de Putin.

En este contexto, la supervivencia se convierte en el principal objetivo del régimen, incluso si eso implica negociar con EE. UU. una salida diplomática.

VII. Estados Unidos: cuatro presidentes y una estrategia

La política de EE .UU. hacia Irán ha sido contradictoria. George W. Bush impulsó la guerra contra Irak. Obama buscó integrar a Irán al orden internacional mediante un acuerdo multilateral. Trump rompió con esa línea, apoyó a Netanyahu y apostó por la vía militar. Biden, aunque más institucionalista, no logró revertir el deterioro.

Netanyahu deseaba una desintegración total de Irán, incluso alimentando separatismos étnicos. Trump o algún experto cercano a él, prefirió evitar una nueva Libia, sin embargo, la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca fue determinante. Su coincidencia ideológica con Netanyahu —ambos autoritarios, dispuestos a ignorar normas internas e internacionales— permitió al primer ministro israelí llevar adelante sus objetivos militares y políticos. Sin embargo, Trump se distanció de uno de los principios tradicionales de su movimiento MAGA: el aislacionismo. Por ello, no profundizó el ataque a Irán como Netanyahu hubiera deseado, debido al costo político incluso y para evitar la renuncia de algunas figuras de su entorno.

Los cambios políticos genuinos deben surgir desde dentro. Irak es el contraejemplo perfecto. Aunque algunos sectores pragmáticos sostienen que las potencias pueden y deben debilitar a sus enemigos, la historia demuestra que imponer desde fuera un nuevo orden suele ser desastroso.

Trump debe abandonar su maximalismo que seria equiparable con la rendición total de Irán ( Trump suele comparar el ataque a Irán con la Segunda Guerra Mundial).  La lección de Irak está fresca.

VIII. Las otras voces: Egipto, Turquía y Pakistán

Egipto y Turquía son sunitas. Pakistán, dividido entre chiíes y suníes, se expresaron en defensa de la causa palestina, pero fueron parcos frente a los ataques de EE. UU. e Israel contra Irán. Estos gobiernos también prefieren un Irán débil. Aun así, podrían convertirse en futuros defensores de la causa palestina. Turquía que se reclama protector de la nueva Siria apoya abiertamente a Palestina, Egipto también, aunque menos vocinglero debido a sus amarras económicas y militares con EE. UU.

En estos países, la debilidad iraní y la causa palestina son asuntos separados.

Arabia Saudita, beneficiada por la debilidad de su rival teológico, debe ahora definir su posición frente a Palestina. El ataque del 7 de octubre postergó el reconocimiento oficial a Israel. La nueva situación obliga a reconsiderar esa posibilidad sin traicionar la causa palestina.

IX. Diplomacia o Apocalipsis

Es urgente retomar la vía diplomática. Irán está aislado. Sus alianzas con Rusia y China se han debilitado. Rusia sigue empantanada en Ucrania y China observa, con indiferencia calculada, cómo EE. UU. se consume internamente bajo el liderazgo de Trump.

Siria, antigua aliada de Irán, ha comenzado a negociar con Israel. Hezbollah y Hamás están prácticamente derrotados. La comunidad internacional —en especial la Unión Europea— no debe permitir que esta nueva configuración oculte la necesidad de crear un Estado palestino, como única garantía de paz duradera en la región.

Tanto Irán como Israel deben abandonar los dogmas religiosos como principio rector de su política. La retórica apocalíptica chiita, que anuncia la destrucción de Israel como preludio del regreso del imán Mahdi, no solo es peligrosa, sino autodestructiva. Lo mismo vale para el uso bíblico de la guerra por parte del gobierno israelí.

Citas como las siguientes, extraídas del Antiguo Testamento, deberían quedar fuera del discurso político:

 “Cinco de vosotros perseguirán a cien, y cien de vosotros a diez mil; vuestros enemigos caerán a filo de espada ante vosotros”. (Levítico 26:7–9)

 “Destrúyelas por completo. No harás alianza con ellas ni tendrás de ellas misericordia”. (Deuteronomio 7:1–2)

 “No dejarás con vida a ninguna persona. Los destruirás completamente, como Jehová tu Dios te ha mandado”. (Deuteronomio 20:16)

La religión debe dejar espacio a la diplomacia. Un Irán acorralado es tan peligroso como un Israel acorralado. Oriente Próximo necesita líderes con visión, capaces de detener la guerra en Gaza, abrir un horizonte político para Palestina y extender los Acuerdos de Abraham a Siria y Arabia Saudita.

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