Maurizio Bagatin
Es un carruaje de Versalles, y es el mar, es sobre todo el mundo conocido cuando éramos niños. Magia y belleza hoy sin alma, y uno puede perderse en una larga noche para luego encontrarla en el pathos que solo quienes aman Nápoles logran capturar.
No se puede pensar a este cuerpo, a esta carne y a este espíritu sin dejar de respirar, sin abandonarse a ella y en ella. Nápoles es una sirena encantadora que explota después del silencio, como el Vesubio, es la felicidad que no se puede probar sin ver y tocar el fondo.
Como los sueños, viene del mar. Es un viaje hipnótico y un cuento de John Cheever. En una noche de verano se puede desnudar toda la decadencia y toda la belleza de occidente. Los amores pobres y las pasiones tristes, toda la melancolía y la sabiduría de Sócrates, no saber nada y querer conocer todo.
Pero Parthenope es mucho más, es todo cuanto brilla sobre el mar y adentro de su vientre, el papel sucio, un sol amargo y mil colores, es una canción de Pino Daniele. Paraíso e infierno que se van desvelando en su seductora belleza, en cuanto de irrelevante confundimos con lo decisivo. Parthenope es sobre todo la antropología que es ver con unos ojos llenos de maravillas por su ser misteriosa, grotesca y mágica como de por cierto es Nápoles. Parthenope es Nápoles en el alma y en el corazón, en sus milagros y en sus desastres, cruz y delicia, fuego y cenizas, miseria y nobleza, como nos conduciría a verla el gran Totó.
Y así van desfilando sus hijos, biológicos o putativos, Boccaccio y Basile, Malaparte y Croce, Viviani y Di Giacomo, Scarpetta y De Filippo, Pasolini y Murat, siempre desde Piedigrotta, Virgilio y Leopardi.
Todo el resto es manierismo.