Blog Post

News > Daniela Murialdo > ¡Avance, avance!

¡Avance, avance!

Recuerdo con nostalgia la sección de los periódicos destinada a que los ciudadanos rezongones como yo expusieran sus quejas. Una palestra denominada “Cartas al director”, en la que uno se plantaba con el reclamo hacia a algún funcionario público, una empresa telefónica, o la mala utilización del lenguaje. Incluso si los diagramadores de esos diarios cometían deslices: en una ocasión mezclaron una carta mía -en la que pedía encarecidamente a los reporteros no decir que una institución está a la cabeza de alguien, en tanto es ese alguien el que está a la cabeza de tal o cual organismo-, con la de un hincha del Strongest que se lamentaba amargamente porque la barra de su equipo había languidecido y ya no tenía la fuerza de antaño. Las firmas de ambas notas estaban intercambiadas; de ahí que, a las pocas horas de publicadas, contaba yo con una fanaticada estronguista que me agradecía haber puesto los puntos sobre las íes e impulsado el inicio de una nueva era en la hinchada aurinegra.

Pero no era de eso de lo que quería hablar. Sucede que padezco una acumulación de bilis con cada salida de casa, y ya no cuento con una tribuna de esa naturaleza en la que desahogarme. No tengo vesícula que ayude, así que por temor al riesgo de que la neurosis me provoque una enfermedad crónica, me veo obligada a abusar de mi columna. Ustedes sabrán comprender.

Es una perogrullada que uno de los factores que miden la felicidad de los residentes de una ciudad es el funcionamiento del tránsito vehicular. Si el sistema goza de infraestructura moderna y se rige por normas que se cumplen, la felicidad es más accesible. En cambio, en países de bajos recursos, donde la planificación urbana de la circulación es débil y la supervisión estatal nula, la proximidad se da más bien hacia la frustración. Frente al caos unos sucumben, los demás nos mantenemos en pie de guerra y restamos años a nuestras vidas.

Aunque hay ciudades modernas cuyo desorden o belicosidad vial sorprende. En París, de un bólido salió un ¡putain de merde! que me rozó la nuca al cruzar bajo la lluvia sobre un paso peatonal (quizás no me había apurado lo suficiente); y en Roma, en medio de un tráfico frenético con vespas saliendo de debajo de los buses, se escuchan de lados indistintos unos buenos ¡vaffanculo! Prefiero el modo caribeño sin preocupaciones de la circulación en Santa Marta, en la que, como en un videojuego de Mario Kart, se encienden los carros o las motos, se aprieta el acelerador -que únicamente afloja por momentos- y no se frena hasta llegar a destino…

En nuestras urbes bolivianas no se respetan los pasos de cebra, se saltan las flechas de giro en rojo, se reparte humo negro, se recogen pasajeros sobre la calzada estando a escasos metros los espacios para ese fin, no se usan los guiñadores, y las luces de parqueo se encienden para avisar que ya el coche paró (para entonces el auto que venía detrás está incrustado). Esto, mientras los “guardianes del tránsito” dignifican “el verde olivo” pasándose por el arco del triunfo la aplicación del Código de Tránsito, que posiblemente ni siquiera han ojeado. Vuelven a sus hogares con la voz ronca y el brazo macurcado, por haber gritado inútilmente “¡avance!” (reforzando el grito con el gesto manual), a quienes la luz verde ya ha anunciado que es momento de seguir.  

Informes recientes reafirman el deterioro ético y estructural de la Policía Nacional (según encuestas, más del 80% de los habitantes no confía en ella). Las denuncias por violaciones a los derechos humanos son un tema serio que toca, más que nada, a aquellos que caen a manos de encargados de reprimir el crimen (aunque los hay muchos dignos del uniforme, que arriesgan el pellejo con honor y un sueldo miserable, como lo hemos visto con tristeza recientemente). Pero la corrupción la sufrimos casi todos: choferes y transeúntes.

Tenemos las “trampas” colocadas en lugares en los que los vehículos estacionados no limitan el movimiento del resto; o el cobro de dinero en efectivo, sin ningún documento oficial de respaldo, que convierte merecidas y justas multas a los conductores alcoholizados en mera extorsión. Otra vía, quizás más chocante, se da durante los exámenes para obtener la licencia. Tengo el testimonio de cuatro personas (debe de haber mil) que habiendo vencido “con honores” -en más de tres oportunidades- sus pruebas teórica y práctica, fueron aplazadas en la prueba de parqueo “por no lograr los 7 cm exactos” que debían separar sus automóviles de la acera. Cada “desquite” supone un nuevo pago, y seguro no existe un solo conductor en el planeta que estacione midiendo esa distancia.

Siempre he querido ser ministra de Gobierno o al menos viceministra de Transporte. Empero, aun cuando la vocación y el carácter están, lo mío va más por ser cebrita por un día. Estas graciosas delegadas municipales son más respetadas -ellas sí hacen lo suyo- que los oficiales estatales que nos dejan huérfanos en las calles.

Ejerciendo control ciudadano se les hace notar a los agentes de tránsito su actitud pasiva o que alguien está cometiendo una infracción, pero ellos neutralizan esas denuncias con un “¡Avance, avance!”. Y pues no, así no hay caso de avanzar.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights