Maurizio Bagatin
Tránsito calles periféricas, calles donde los niños cruzan sin miedo, buscando la pelota que se les escapó. Calles con fechas históricas desconocidas a la mayoría, con nombres de anónimos ciudadanos, de hechos secundarios a nuestras historias oficial, calles más angostas y más oscuras, calles poco transitadas. No por eso menos bellas, pero por eso mucho más poéticas. Algunas conservan callejones cerrados, otras ocultan laberintos que no llevan a ningún otro lado, ahí sobreviven oficios extraños, un aire pueblerino que las rodea y tienditas antiguas, vintage ahora les dicen a algunos artefactos, a algunas modas que intentan reverdecer, volviéndose nada más que otro ornamento fetichista. Ahí los ancianos se sientan aun en el umbral de sus casas y esperan, esperan el almuerzo, el retorno de la juventud, esperan la noche, midiendo el tiempo con otro instrumento que pueda engañarlo o falsificarlo, que pueda borrar algunas memorias o recordar algún recuerdo. Calles secundarias que reconducen a la infancia, algunos escritores confesaron que ahí está su patria.
Por ahí todos los jueves caminan en grupo los mensajeros de Atalaya. En algún lugar hay autos que parecen parqueados para siempre, propio como el tiempo que ahí debe haberse perdido o paralizado o dormido. El tiempo es un engaño, es relativo como siempre sostuvo Albert Einstein.
La literatura piensa. Piensa también el andar de los poetas por estas calles, mientras van creando un lenguaje: el del silencio y de las sombras, el de los vuelos de algunos pájaros de un nido a otro, de las cortinas que alguien abre o cierra y de las puertas que necesitan ser aceitadas. Hay un lenguaje de los gatos perseguidos por los perros, de la luna que se oculta detrás de un edificio abandonado, y es la sola espía en estas calles secundarias. En estas calles la canícula del verano convoca a todos a la siesta. Pensábamos así antes de la ilusión del progreso, y algunos lo seguimos pensando. Algunas calles siguen conservando un nombre, su nombre o aquel nombre que yo le di. Lo llamamos abandono y es poesía. Esta modernidad de efímeros gustos, de tristes y fríos minimalismos, de mucha luz y poco ambiente, de mucho orden y poca sensualidad.
Calles secundarias que son como el polvo que se deposita encima de los muebles, como las felices arrugas en los rostros del tiempo. Asfalto que se conserva, aceras en perfectas condiciones, señaléticas en perfectos estados. El tiempo no tuvo la suya. Todo cuanto las oculten es bienvenido, telarañas y arboles sin podas, jardines felizmente descuidados y los boleros los domingos por la mañana. Las extrañamos y las adoramos, las buscamos en nuestros andares de ciclistas diarios, no esquizofrénicos en el día del peatón.
Todo encerrado en cuanto decía el poeta: “En la naturaleza, todo es lírico en su esencia ideal, trágico en su destino y cómico en su existencia”. Sigo andando por ahí.