El escándalo de orden sexual que envuelve la figura de Evo Morales adquirió en la última semana contornos dramáticos cuando la víctima, una niña embarazada por el mismísimo presidente del Estado Plurinacional en ese momento, denunció que intentaron secuestrarla junto a su hijo. De momento no se sabe el paradero de ambos pues, se declaró en la clandestinidad como recurso para defenderse y defender la vida de su niño.
Cualquier persona que no conociera el contexto que rodea ese episodio, no dudaría en calificar los acontecimientos como dramáticos, dignos de una novela, sino de terror, al menos de misterio, empero, no es ni lo uno ni lo otro, es la expresión sintética del grado de corrupción que ha invadido el Estado en su momento de descomposición final.
Hace 20 años el Estado podía hacer crisis por la intensidad de las luchas ideológicas, por el peso de las crisis económicas, por el influjo de los poderes imperiales de las grandes potencias, pero nunca por los apetitos sexuales de un gobernante, apetitos que son, en última instancia el resultado previsible de los niveles de corrupción que han invadido hasta el último resquicio del gobierno. Se trata de un Estado devastado por las fuerzas más oscuras jamás observadas en el ejercicio del Poder en la historia nacional.
Uno podría haber imaginado que las pugnas internas del MAS socavaran su institucionalidad y terminaran, como en todos estos partidos de la vieja izquierda, en purgas sanguinarias al interior de sus propias filas, empero, casi 20 años de haber hecho del Estado su feudo y haber destrozado todos los mecanismos de contrapeso y fiscalización han terminado transformando el Estado en un zaguán.
Es difícil imaginar cómo las conductas personales de orden absolutamente privado (fuesen estas preferencias sexuales o de cualquier otro tipo) pueden contaminar de una manera tan radical el curso de la historia de una nación. De alguna manera todos sentimos que estamos librados a los vaivenes de la disputa entre dos caudillos decadentes, lo grave es que esa disputa nada tiene que ver con las dificultades del ciudadano de a pie, es un lio entre compinches que se formaron en los últimos 20 años imaginando que el Poder era un atributo privado de ellos, y ahora que la crisis les empieza a mostrar que hay otra Bolivia, se disputan los despojos de un experimento fallido que intentó funcionar bajo la etiqueta de Plurinacional.
Que las aventuras eróticas de un expresidente y la complicidad dolosa de quienes lo acompañaron pongan en vilo al Estado y una sociedad completa quizá se explica porque estos hombres se encargaron de diezmar las instituciones de la sociedad civil, y con ellas se llevaron por delante los valores morales y éticos que sustentan una convivencia pacífica y civilizada.
Con los deslices de Evo, los actos de honor han quedado en el olvido y si alguien reivindica el honor de la persona violada termina preso y el violador protegido, todo indica que el “metele nomás” sustituyó todas las escalas de valores civilizados e impuso los discursos vulgares, los criterios mediocres y las narrativas mentirosas que inventaban un país inexistente. Todo indica que durante el gobierno del MAS la inmoralidad de sus caudillos secuestró la moral del Estado.
Lo que vivimos es el precio de esta orgia que, lamentablemente, termina por afectar a todos los ciudadanos. El desenfrenado apetito de poder de Evo Morales ha herido la sociedad boliviana de forma irreversible.