¡Ah, el control de divisas! Esa idea genial que surge cuando el Gobierno decide que el mejor camino hacia la recuperación económica es tomar decisiones dignas de una telenovela venezolana. Hace semanas dijimos que tarde o temprano se les ocurriría este disparate y aquí estamos, viendo cómo se materializa ante nuestros ojos como una tormenta anunciada. Y claro, la Central Obrera Boliviana (COB), aliada del Gobierno, lo propone en el marco de un “diálogo nacional”. Curiosa manera de intentar buscar acuerdos con el sector privado, pero metiéndole la mano al bolsillo. Todo a nombre del dialogo y la participación.
Ahora no es de extrañar que esta maravillosa idea de controlar las divisas haya generado una reacción digna de un episodio de “El Chavo del 8” entre los empresarios bolivianos, que ya se ven en el papel del pobre Don Ramón intentando sobrevivir a los caprichos de una Chilindrina llamada Estado. Pero, como siempre, el Gobierno niega todo, con la elegancia de un mago que saca un conejo de la galera. “¿Nosotros? No, para nada. Es el pueblo el que lo pide”. Por suerte la medida no fue aprobada (por el momento).
Ahora, para los que no están familiarizados con el control de divisas (es decir, los que aún no se han rendido a la desesperanza), les explico: el control de capitales es como ese candado que pones en la nevera cuando estás a dieta, para que no te comas la última porción de pizza a medianoche. Pero, en vez de pizza, hablamos de dólares. Por supuesto siempre encontrarás la ganzúa para abrir la heladera y dirás que será la última vez.
En el contexto boliviano, donde los dólares escasean tanto que casi puedes ver su rostro en carteles de “Se busca”, el control de divisas significa que los exportadores estarán obligados a entregar todos los dólares que ganan al Estado, al tipo de cambio oficial, por supuesto.
Y los importadores tendrán que hacer fila para ver si el Gobierno les concede unos cuantos billetes verdes. ¿A quién se entregará primero los dólares? ¿Qué criterios se utilizarán para asignar las divisas? Por supuesto aquí se crea el paraíso para el amiguismo, para favorecer a los compadres y compañeros y, claro, para ganar unos pesos tan solo adelantando el lugar de un importador en la larga fila. ¿Te imaginas cómo conseguirán los dólares los actores de la economía informal? Todo esto mientras rezan para que el tipo de cambio no cambie en sus narices.
Pero ¿cuál es la lógica detrás de esto? Teóricamente estas medidas deberían proteger las reservas internacionales, esas que en Bolivia ya se cuentan como los días de sol en Londres: muy pocos. Sin embargo, en la práctica, el control de divisas es como intentar apagar un incendio con un balde de agua… lleno de agujeros. Porque, seamos honestos, el Gobierno necesita estos dólares para importar diésel y gasolina, y, oh sorpresa, también para mantener su poderío burocrático. El control de divisas en realidad es un mecanismo que el Gobierno conseguirá dinero para pagar sus deudas y seguir financiando sus gastos.
Pero no te preocupes, amigo lector, porque en Bolivia la fuga de capitales es como un show de magia mal ejecutado: los capitales simplemente ya se fueron, o nunca estuvieron aquí para empezar. Así que, ¿qué estamos realmente evitando?
Ahora, aquí viene la parte jugosa: obligar a los exportadores también a dar sus dólares a 6,96 bolivianos es como un impuesto a las exportaciones, un tributo que, irónicamente, desincentiva la producción y reduce las exportaciones. Sí, has leído bien: en medio de una crisis, la solución es, evidentemente, hacer que sea menos atractivo producir y exportar. ¡Brillante!
Por supuesto, el Gobierno, con su pasión por complicarlo todo, se quedaría con los dólares del sector privado mediante este mecanismo. Porque, después de todo, ¿quién necesita más esas divisas? ¡El Gobierno, para comprar más diésel y gasolina, por supuesto! Y si te estás preguntando cómo afectará esto al sector privado, la respuesta es simple: habrá menos dólares disponibles, lo que significa que la producción se verá aún más afectada. Una vez más, el círculo vicioso continúa.
Y como si esto no fuera ya suficientemente kafkiano, imagina la burocracia masiva que se necesitará para asegurarse de que los exportadores entreguen todos sus dólares y que no haya subfacturación ni sobrefacturación. ¡El paraíso de la corrupción está servido!
Si te preguntas si esto ha funcionado en otros lugares, solo echa un vistazo a nuestros amigos argentinos y venezolanos. Argentina intentó esto a principios de los 2000 y terminó con un mercado negro en auge, una crisis financiera monumental y una devaluación masiva de su moneda. Y Venezuela, que ha estado implementando controles de divisas desde 2013 logró la hazaña de crear un mercado negro floreciente, una hiperinflación de las que hacen historia y una escasez de bienes digna de una película posapocalíptica. En resumen, el control de divisas es como intentar tapar un colador con un trozo de queso suizo: inevitablemente, las cosas van a ir mal.
Así que, estimado lector, parece que nuestro gobierno ha decidido explorar el fondo de la caja de Pandora de las malas ideas y el control de divisas es solo la última joya en su colección. Si la historia nos enseña algo es que las cosas solo pueden ponerse peor y que el diccionario de malas ideas del Gobierno contiene entradas infinitas.