Alguien le está haciendo creer a Evo Morales que en la recta final del juicio en La Haya, los bolivianos que todavía creemos en la democracia vamos a olvidar el 21-F.
Seguramente algún despistado le debe estar susurrando al oído que no nos vamos a animar a poner en tela de juicio la integridad moral del Presidente, sobre todo si el fallo es favorable a Bolivia, por temor a ser tildados de desleales con la patria.
Quién sabe, el silencio de los líderes políticos durante la fase de alegatos finales es lo que los ha llevado a ese errado razonamiento (las actitudes de Jaime Paz y Rubén Costas merecen en ese sentido el debido reconocimiento).
Parece que cuentan con esa posición tibia y timorata para seguir intentando aprovechar el tema marítimo con fines electorales; lo que no han previsto es que si no dicen lo que tienen que decir, los ciudadanos de a pie lo diremos de todas formas: si el presidente Morales nos representa exigiendo el reconocimiento de compromisos asumidos por Chile, lo primero que debe hacer es cumplir él mismo con sus compromisos con el país.
No es coherente ni sostenible que la voz de los bolivianos en un tema tan importante sea la de alguien que la tiene embargada por no haber cumplido sus compromisos y obligaciones con la Constitución, con la voluntad popular expresada en las urnas, y con su propia palabra.
¿Con qué moral y con qué cara se le puede exigir a un país ante un tribunal internacional y ente los ojos del mundo que cumpla sus compromisos, si en casa el mismo personaje ha incumplido el principal compromiso, que es el que debe tener con la democracia?
El presidente Morales solamente tendrá la autoridad moral y la legitimidad política en el tema con Chile mientras respete las normas más básicas y elementales en su país y, por consiguiente, decline la intención de presentarse a la reelección que busca violando la decisión de la ciudadanía y violando sus promesas.
Y, ojo, esto no se trata solamente de un problema ético o político; esta profunda y flagrante contradicción adquirirá pronto otras dimensiones, cuando otros tribunales internacionales le digan a Morales que la artimaña de los derechos humanos utilizada por sus lacayos del Tribunal Constitucional puede estar buena para arrancar el aplauso de sus acólitos, pero que en términos de derecho internacional, aquello no es más que una broma de mal gusto.
La Convención de Viena ya se ha pronunciado al respecto y ese será, seguramente, un importante antecedente para que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos asuma una posicíon parecida.
¿Qué hará entonces Evo Morales cuando esto ocurra? Desconocer la competencia de estas instancias internacionales que se interponen en su obsesiva decisión de aferrarse al poder a cualquier precio? ¿Responderles que a él ningún tribunal internacional lo puede obligar a cumplir con obligaciones asumidas?
Bueno, si insiste en la ilegal reelección, no le quedará otra que decirles eso y, entonces, los chilenos le dirán a la comunidad internacional que no tiene sentido alguno continuar un proceso en la Corte Internacional de Justicia con alguien que no reconoce ni respeta a los organismos internacionales cuando no le conviene.
Y el problema de Morales es que, “domésticamente” se ha acostumbrado a decir lo que se le da la gana impunemente y cree que afuera la cosa funciona igual.
Es por eso y, por supuesto, por nuestra convicción democrática que los ciudadanos seguiremos insistiendo, en cualquier circunstancia, en el respeto al 21F, acá o donde sea necesario.
Ilya Fortún es comunicador social.