En La Paz, así como un cielo encapotado no necesariamente presagia lluvia, un día soleado puede albergar algún chubasco ocasional. Lo mismo sucede con el gobierno de Arce, es difícil saber si tiene un plan maestro para derrotar al evismo y así consolidar la candidatura del actual presidente para las elecciones nacionales de 2025 o, por el contrario, navega a la deriva preso de las contradicciones tejidas por su inexperiencia política. Tristemente, la victima de estas incógnitas, de la caída de las reservas internacionales, la escasez de dólares, los bloqueos de caminos, los bochornos en la Asamblea Legislativa Plurinacional, el incremento de la inflación real y el encarecimiento de la vida, es la totalidad de la población.
Luís Arce es presidente por beneplácito de Evo Morales, fue su delfín y mejor carta para las elecciones de 2020. Lejos de la fama de “cajero”, con la que el evismo ahora lo ataca, Arce encarnó la promesa de superar la crisis económica legada por la falta de previsiones durante las gestiones de Morales, la pandemia y la pésima administración de Jeanine Añez. El 2024 esa aura de arquitecto del bienestar, de arcángel macroeconómico, se ha esfumado. Luís Arce no cumplió sus promesas y es poco probable que logre algo más que vender ilusiones. Comprar yuanes, industrializar el Litio, atiborrar las redes sociales de propaganda optimista, son un cúmulo de vanos esfuerzos para intentar salvar lo perdido.
Uno de los mayores errores de Arce fue prolongar la polarización gestada el 2019 para contentar al evismo que ahora no se cansa de atacarlo en la Asamblea Legislativa Plurinacional, negándose a viabilizar urgentes créditos internacionales. Error monumental, pues en su momento Arce debió agotar esfuerzos por pactar con la oposición moderada al MAS, con el sector empresarial y reforzar su popularidad en las clases medias urbanas, pero prefirió seguir el libreto del “golpe de Estado”, de los “héroes” de Senkata y del victimismo. Esfuerzo estéril, pues ahora son sus voceros y ministros los que acusan a Evo Morales de ser el principal culpable de la crisis del 2019.
El arcismo está acorralado, necesita prolongar inconstitucionalmente a las actuales autoridades del Tribunal Constitucional y del Órgano Judicial para ponerle un candado a las aspiraciones electorales del evismo, pero al mismo tiempo le urge aprobar un paquete de leyes para consolidar medidas necesarias para intentar vadear la crisis económica, sin contar con el consenso mínimo para materializar dichos objetivos. Las fuerzas opositoras al MAS quieren hundirlo, el evismo anhela despedazarlo. Sin soga ni cabra, despojado de su aura tecnocrática, habiendo perdido la posibilidad de ser el puente y conciliador para superar los descalabros del pasado, Arce permanece inerte, carente de una base social propia, rodeado de burócratas logreros y dirigentes sindicales oportunistas que posiblemente venderán su lealtad cuando descubran que sus intereses navegan sobre un barco condenado a naufragar.
El evismo, debilitado y arrinconado, demostró ser capaz de hacerle daño, de bloquearlo en las carreteras y en el parlamento, desplegando sus bases o radicalizando a sus asambleístas, mientras la urgencia de las partes en disputa al interior del MAS, obliga a ambos bandos a continuar atacándose ferozmente. Un proceso certero de debilitamiento, de pérdida de credibilidad, pero Evo Morales tiene menos que perder, conserva un segmento de su antiguo apoyo que demuestra su incondicionalidad, en cambio Luís Arce se está quedando sin la única carta válida para su viabilidad política: la estabilidad económica ¿No es ésa una señal de la derrota del arcismo? Tener la fuerza coactiva y los recursos del Estado, las facilidades y la logística del Gobierno central, pero vivir a la sombra de los mejores días del “Proceso de Cambio”. Quedar fijado en la memoria colectiva como el administrador accidental del otoño del tan mentado “Vivir Bien”.