Una de las imágenes del Evangelio que más impresiona es el desplazamiento de María embarazada desde su hogar de Nazaret (al norte) hacia Belén (al centro) después de haber pasado tres meses de su espera junto a su prima Isabel, en un tercer territorio. Más tarde, la joven madre huyó con su Divino hijito en brazos a Egipto, donde encontró refugio. Es una señal imperecedera: tantas madres que dan a luz lejos de su casa. Por otro lado, Jesús, el Hijo del Hombre, escoge ser de todas partes, universal, sin fronteras.
Actualmente Nazaret está en el norte del estado de Israel, aunque la mayoría de su población es árabe y profesa la religión musulmana o católica. Tiene unos 75 mil habitantes, casi igual que Quillacollo; es más pequeña que Riberalta. Como otras poblaciones palestinas, sus habitantes padecen desde 1948 el desplazamiento constante.
Belén queda en el centro de Cisjordania, en Palestina, al sur de Jerusalén. Es tan limitada como Patacamaya o como Camiri, pero es una de las ciudades más famosas del mundo. El Nuevo Testamento la cita como la ciudad que albergó en un humilde pesebre el nacimiento del Mesías, bajo el Imperio Romano. Ahí están vitales sitios sagrados para los millones de cristianos de todo el mundo.
La mayoría de su población es árabe y practica la religión musulmana conviviendo con la minoría de cristianos ortodoxos desde siglos. Los treinta mil habitantes ocupan un espacio bajo la Autoridad Palestina, cercado por murallas y puestos de control del gobierno de Israel. Como miles de palestinos no tienen la libertad de salir o entrar y son hostigados permanentemente por los avasalladores judíos de asentamientos ilegales.
Belén vivía del turismo, principalmente de los católicos europeos y latinoamericanos. La temporada alta era fin de año, en las proximidades de la fecha escogida para conmemorar el nacimiento de Cristo, 25 de diciembre. La Basílica de la Natividad era uno de los sitios ineludibles para los peregrinos.
Desde hace algunos años (antes del 7 de octubre de 2023) los habitantes de Belén y los sacerdotes (franciscanos) que custodian los sitios sagrados denunciaron los permanentes abusos del personal de seguridad del gobierno de Israel y de judíos ortodoxos contra ellos.
Avasallamientos y atropellos que este año han alcanzado límites incontrolables al punto que la mayoría de los hoteles cancelaron visitas, cientos de locales de comida o de alojamiento cerraron sus puertas. Como ciudadanos de Cisjordania, los palestinos en Belén viven bajo una prisión al aire libre.
La violencia en este territorio palestino, igual que en el este de Jerusalén, aparece poco en los noticieros por ser menos numerosa que la catástrofe humanitaria en Gaza, pero no por ello menos dramática. Hace meses, por ejemplo, que el sistema israelí no deja que los enfermos de cáncer se curen en hospitales palestinos y prohíbe en Gaza máquinas de radioterapia porque señala que podrían convertirlas en armas.
En la Franja, en sesenta días, más de 6. 500 Jesusitos han sido asesinados por orden de Benjamín Netanyahu y miles de miles han sido mutilados o han quedado huérfanos. Han sepultado en ocho semanas más niños que en todas las guerras del mundo del siglo XXI.
La conmoción mundial no toca a Tel Aviv. Al contrario, se anuncian más ejercicios: drones contra bebés; bombas contra camillas; metralla contra pesebres. Este 2023, como pocas veces desde la época de San Francisco, Belén no tendrá Navidad. No llegará la Buena Nueva a los hogares de piel canela y pestañas largas.
Las campanas no repicarán porque no habrá Noche Buena. Habrá más luto.