Rolando Revagliatti / Entrevista
Susana Szwarc nació el 29 de mayo de 1952 en Quitilipi, provincia de Chaco, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ha publicado la novela “Trenzas” (1991), así como en narrativa breve “El artista del sueño y otros cuentos” (1981), “El azar cruje” (2006), “Una felicidad liviana” (2007); en el género poesía “En lo separado” (1988), “Bailen las estepas” (1999), “Bárbara dice” (2004), “Aves de paso” (2009); y en literatura infantil “Había una vez una gota”, “Había una vez un circo”, “Salirse del camino y otros cuentos”, “Tres gatos locos”, entre 1996 y 2010. Entre otras antologías de la que es responsable, citamos “Cuentos ecológicos” (con colaboración de Adolfo Colombres, Ediciones Unesco, 1996) y “Mujeres 3, Visiones en el siglo” (IMFC, 1998). También el volumen “La mesa roja”, antología personal de su narrativa. Sus piezas teatrales “Paisaje después de los trenes”, “Trenzas, el secreto robado”, “Justo en lo perdido”, fueron representadas entre 1985 y 2003. Cuentos y poemas de su autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, mandarín y francés. En 2013 se editó “Bárbara dice / Barbara dit” bilingüe (Abra Pampa Editions, París, Francia). Desde 1985 coordina seminarios y talleres de lectura y escritura en instituciones públicas y privadas, en varias provincias de su país y en España. Entre los reconocimientos recibidos destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Premio de Honor en la categoría Libro para Niños, otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996).
1 — Porque no he visto representaciones de tus piezas teatrales ni las he leído, comienzo interesándome por ellas. ¿De qué tratan? ¿Qué dramaturgos preferís? ¿Fantaseaste con incursionar en la escritura de guiones cinematográficos?
SS — Ahora que me hacés esta pregunta, además de sorprenderme (es como si me olvidara de mis obras de teatro), advierto que no hay registros de las puestas. Las directoras y directores tendrán fotos, algún video, pero no lo han subido a internet. Cuando se estrenó la primera obra no había aún internet. Lo mismo con la segunda. Con la tercera sí, pero no nos habremos dado cuenta de registrar. Ahora estoy viendo el afiche de “Justo en lo perdido” que dirigió Irene Rotemberg; se dio unos meses en el Camarín de las Musas y en el Centro Cultural de la Cooperación, en la sala Raúl González Tuñón. Esta obra está basada en un cuento de mi autoría. Así como “Trenzas, el secreto robado”, se basó en la novela “Trenzas”. La primera sí estuvo escrita como obra de teatro; y otras también. La última, “La resolana”, sucede en una kermese de pueblo (una especie de parque de diversiones muy “del interior”), y dos mujeres hablan como recordando, pasan por un mismo lugar, pero por segunda vez, juegan para soportar ciertos horrores (se sabe que se está en Napalpí, en el lugar de la masacre de trabajadores rurales en su mayoría qoms). Podría decir que tanto las obras de teatro como la poesía y los cuentos tienen “un aire” en común. El aire de los pueblos del interior es lo que va abrazando (y abrasando) a los personajes, siempre marginales, siempre en “la frontera”, sobrevivientes (lo que no implica sólo un “aire de tristeza” sino la alegría de descubrir, de conocer y de estar viviendo —que también hay— en estas situaciones).
Dramaturgos: Beatriz Pustilnik, Maruja Bustamante, Ciela Asad, la maravillosa Griselda Gambaro (o sea, dramaturgas). Y ahora recuerdo también a Susana Poujol, poeta y dramaturga.
Y me preguntás por guiones cinematográficos. Por lo general, en las críticas y también algunos lectores, me hablan de “la película” que aparece en mis textos, como que algo de lo cinematográfico está allí. Por la novela “Trenzas”, Rodolfo Modern decía en 1992, en “La Gaceta de Tucumán”: “Y cabe agregar lo mucho que la autora puede haber asimilado del lenguaje cinematográfico, con sus secuencias aparentemente deshilvanadas, pero que hacen al asunto, y de las más modernas técnicas de composición musical, lo que otorga a sus páginas una complejidad creciente y un interés renovado para quienes ansían la elaboración de una prosa alejada de las convenciones al uso.” En la presentación de “Bárbara dice”, en julio del 2004, dijo Amalia Sato: “Susana Szwarc pisa: en ese espacio que es el Chaco, la selva de América… las estepas de Polonia, los campos de escarcha, y se vuelve desafiante con imágenes que de ser filmadas provocarían terror, en una sucesión de fotomontajes con perspectivas dignas de una sala de espejos deformantes: la materia de un huevo chorreando por una montaña, dos que juegan a la luz oscilante de una lámpara de 25W a un crucigrama y gritan que Holocausto es una bonita palabra por su diptongo. Eso que Susana se atreve a pisar, después de tomar decisiones visuales en un territorio que es todos los mapas, con un giro dadá, amparado por el cabaret excéntrico, es un nuevo suelo donde instilar con una síncopa las sentencias de Adorno, de Primo Levi, de Celan, con una pequeña muescaque es coma, que es ofrenda hecha con palabras.”
Tal vez, en algún momento, alguien desee llevar alguno de mis textos al cine. Y eso sería un placer. Ahora que digo placer, para mí fue una inmensa alegría que el compositor Cristian Varela basara una ópera suya en el cuento “No camines en el barro”.
2 — Citaste a Amalia Sato. Y participaste en las funciones del ciclo “Kamishibai”, el Teatro de Papel de origen japonés que ella coordinó.
SS — Amalia fue la que nos trasmitió, nos contó, nos “dio” el Teatro de Papel. Ella tenía en la casa de sus padres las láminas y un teatro. Luego, cada uno de sus “conocidos” que deseamos formar parte del Club Kamishibai, “nos hicimos” de un teatro. Comenzamos a hacer las funciones por diversos sitios (Centro de España, Malba, El Ecléctico, Biblioteca Nacional, Notorius, etc.). Algunos de los integrantes: Nicolás Prior, Sergio Pángaro, Delius. Cada uno llevó luego sus funciones a otros espacios (escuelas, bibliotecas, centros comunitarios). Yo hice algunas representaciones en Resistencia, Chaco, en el Cecual. Y esas incursiones continúan. Es muy hermoso ver cómo se produce, cada vez, ante este hecho que llamaría poético, una comunión entre los actores (los que narran y mueven las láminas) y los espectadores. Dan ganas de subirse a una bicicleta (que fue la primera forma de transporte en Japón del kamishibai) y recorrer diversos sitios para contar, mostrar, compartir este Teatro de Papel.
3 — Desde que comenzabas a ser una treintañera coordinás talleres de escritura.
SS — “¡Qué joven fui un día!”, dice la protagonista de “Hiroshima mon amour” y era una treintañera. Es cierto, empecé a coordinar talleres sin que hubiera sido mi intención. Estaba trabajando en escuelas de la provincia de Buenos Aires (Rafael Castillo, Isidro Casanova) cuando salió mi primer libro de cuentos (“El artista del sueño”) y varios lectores empezaron a preguntarme si daba talleres de escritura. Ante esa demanda, comencé a dialogar con el poeta Mario Morales, que tenía una práctica de talleres, con Aída Bortnik, quien había prologado el libro. Ambos me animaron, me dieron elementos para reflexionar y hacer. Empecé entonces a trabajar “con” los otros en eso que se ha dado en llamar taller literario o taller de escritura. Por supuesto, decía entonces y digo ahora, que no se enseña a escribir, que ninguna Facultad faculta al escritor. Que en el taller se lee, se amplía el universo de la lectura, se da lo que se dio en llamar consignas (pre-textos) como “disparadores”. Creo que se trata de una trasmisión y que ese estar de otro (u otra, en mi caso) produce, lleva al hacer. En la infancia pensaba que leer a otros en voz alta era una tarea hermosa y de algún modo me dediqué a eso. Creo que coordinar un taller de escritura es un trabajo (tarea, oficio) muy especial. Viene alguien a mostrarnos eso íntimo que implica componer un texto y quien coordina recibe este dar, esto nuevo que alguien puso en el mundo. Y habrá de sugerir, mirar, decir con absoluto cuidado. Y a veces, leyendo con el otro un poema, alguna frase, se produce una comunión, un captar juntos la música del texto.
4 — “La Sin Rival” se llamará la Biblioteca Popular que en Quitilipi estás empeñada en fundar. ¿El nombre fue una propuesta tuya? Desde tu infancia de quitilipense hasta la actualidad, ¿cómo se fue transformando esa ciudad? ¿Hay allá parientes tuyos? ¿Es desde que comenzaste el colegio secundario que residís en la Cabeza de Goliat, desaseada y derechosa Capital Federal?
SS — Es buena la palabra que usás: “empeñada” en fundar. En que exista esa posibilidad en nuestro país, en todo lugar del país, en el pueblo más pequeño y en la ciudad más grande, de crear una biblioteca, de recibir ayuda material para su funcionamiento, que sea totalmente autónoma (son los habitantes del lugar con su comisión de biblioteca, la única que decide), y que no se utilice, es no sólo una pena sino una necedad, o simplemente se ignora. En Quitilipi ya están todos los pasos dados, faltaría que se habilite el lugar (que también ya está habilitado en los papeles). El nombre fue decisión de la comisión. Querían poner el apellido de mi padre (que es también el mío) pero me opuse. Y mis padres tenían en el pueblo una tienda que se llamaba “La Sin Rival”. Votaron por ese nombre. Pensé, después, que es bonito que una biblioteca no se maneje con rivalidades. Las bibliotecas populares ofrecen la posibilidad de realizar talleres, seminarios, charlas, ciclos. CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) colabora con el envío de coordinadores, así como con el suministro de libros. Y contribuye económicamente para que las cosas sean posibles.
Los pueblos “del interior” son otro mundo, existen los mismos códigos que en la gran ciudad, pero también otros. Y como el lugar es pequeño, salta a la vista la diferencia de clases y a la vez las ayudas entre unas y otras como también la exclusión, el maltrato. Pero si bien todo está a la vista, se oculta. Y el poderoso es quien se impone.
No hay familiares allí. Mis padres “cayeron” a Quitilipi en el ‘49. Se conocieron en Buenos Aires; podría decir que se re-conocieron porque estaban hablando la misma lengua. Ambos venían de Polonia. Ambos, sobrevivientes. Y por esas cosas, llegaron hasta el pueblito. Quitilipi está al lado de Napalpí, donde en 1924 se produjo una masacre feroz. Los obreros qoms pedían mejoras salariales y se produjo una matanza. Una locura criminal que se oculta aún, que no aparece en los libros de historia. Fijate que coincide aproximadamente con la fecha de la Patagonia Trágica y cómo los terratenientes actuaron como asesinos. Esto lo digo por tu pregunta de si hubo cambios en el pueblo. (Y tal vez estoy respondiendo que no hubo.) En mi infancia allí, no había pavimento. Llovía y el barro divertía a los chicos si no era torrencial y asustaba. Después llegó el pavimento. Pero el supuesto progreso trajo progreso y atraso. El tren que pasaba, dejó de pasar (como en casi todo el país en la década de los ‘90 con el auge del neoliberalismo. Y eso fue un golpe para los habitantes de los pueblos de todo el país). Pero Quitilipi no es un pueblo abandonado. Se sigue cosechando por allí, y el pueblo funciona. Así como los pueblos vecinos: por ejemplo, Machagai está muy bonita con sus diagonales y árboles y flores.
En estos pueblos (en estas provincias) sucede algo que no sucede en la capital. Hay habitantes indígenas. Cuando era chica estaban en “La Reducción” que luego se llamó “La Reservación”. Fijate estas horrorosas palabras. Después eso cambió, supuestamente. Fueron a barrios “cerrados”, se convirtieron en la mano de obra más barata. Qué increíble cómo se naturaliza lo que no es natural. Cómo esas tierras que pertenecían a los quoms, a los wichís, a los guaraníes, pero que estaban sin alambrar porque “quién puede pensar que la tierra es algo que se compre o que se vende?” (dice Luis Benítez en “Manhattan Song”), ahora tienen sus dueños (que explotan la tierra y a los que la trabajan). (A veces hay algún interludio).
En Quitilipi está el maestro Belén que tiene una radio, la mejor, y que escribe también en diario “El Norte”. Tuvimos muy buenos maestros, la escuela pública funcionó de maravillas y algo de eso queda aún. Hay dos bibliotecas públicas (diferentes a las populares) que están hace años, el pueblo tiene sus lapachos y laureles, también jazmines magnos. Había un cine en mi infancia que luego dejó de funcionar y ahora es un centro cultural. También funciona un cine nuevo. Hasta el año pasado se preparaban comparsas para el carnaval que daba trabajo a muchos habitantes.
Por algún motivo, los padres nos mandaron a las hermanas mayores a la capital. Lugar gigante. Y sí, derechoso. Sin embargo, no logró la ciudad atraparnos en esa vorágine, sino que encontramos la grieta para percibir “el otro lado de las cosas”. De todos modos, pasar de un lugar pequeño, viviendo amontonados, a la gran ciudad a los diez y doce años, solas dos niñas, habrá sido de lo más interesante.
5 — No sólo te voy a preguntar qué estás escribiendo en la actualidad, en qué géneros, sino también si prevés algún tipo de obra de esas que requieren mucha investigación, o si no deja de rondarte algún tipo de trabajo literario que temés que no puedas realizar o que realizándolo imaginás que pudiera no satisfacerte, renegar de él y nunca publicarlo.
SS — Actualmente estoy con un libro de poesía casi terminado, me falta volver a revisar, a ubicar los poemas espacialmente. Y por ahora creo que se llamará “El ojo de Celan”. Tengo empezada una novela y otra terminada: se llama “La muertita”. Y me ronda otra, donde quiero investigar sobre los lugares que visitó Sara Gallardo y ficcionalizar sobre ella. Pero no sé si me pondré a escribirla. También me rondan otras ideas en teatro. Y tengo un libro de poemas en literatura infantil: se llama “En un lugar de la mancha” (porque hay manchitas, por ejemplo, de tinta). Es curioso cómo la propuesta de escritura aparece con su “forma”. Por ejemplo, no me rondan cuentos en este último tiempo. De todos modos, creo que se está siempre renegando (me gusta esa palabra).
6 — Has sido invitada más de una vez a la Feria del Libro de Resistencia, Chaco. ¿En qué han consistido tus participaciones y cómo las evaluás?
SS — Ir a las ferias de distintas ciudades, me gusta mucho. Ir a la Feria del Libro Regional del Chaco, me es, cada vez, un placer. Me hace feliz llegar a esa provincia. Es como que el cuerpo reconociera los cuerpos de los árboles, de los pájaros y también de las amistades, y se alegrara de estar allí. He participado presentando libros: por ejemplo “Tres gatos locos”, libro de cuentos para chicos con ilustraciones de Eugenio Led. Este libro fue editado por la Secretaría de Cultura de la provincia y se entregó gratuitamente a escuelas y bibliotecas. Este año presenté la antología personal “La mesa roja” y el libro traducido al francés. Además, se entregaron los premios a los ganadores del Concurso Provincial de Poesía “Alfredo Veiravé”, del que fui jurado. El primer premio fue para el poeta Luis Argañarás. Las actividades son múltiples, cada año la feria tiene un país homenajeado (en este fue Bolivia). Y cada vez hay diferencias que la enriquecen. Todo lo que se hace en el área de Cultura en el Chaco es abundante y de nivel. La Feria del Libro es una parte de las múltiples actividades (hay buen cine, exposiciones de pintura, danza, la fiesta de la escultura, talleres). Mientras respondo pienso que es una provincia especial: montones de cosas que faltan, cosaspara “quejarse” y —a la vez— logros muy grandes:escuelas bilingües (se aprende toba, wichí), hospitales que funcionan muy bien, etc.
7 — Mentaste a un insoslayable clásico del cine francés. ¿Qué otros filmes recordás o has visto más de una vez o volverías eventualmente a disfrutar en los próximos quince días (o meses, o años)? ¿“Te tira” más lo francés?
SS — Es cierto, recordé “Hiroshima…”, pero lo pensé por quien escribió el guión, lo pensé por Marguerite Duras. Tuve un momento en que me era imprescindible leerla. Pero volviendo a tu pregunta, sí, me atraía el cine francés. Hasta que conocí a Andréi Tarkovski: recuerdo aún cuando vi “El espejo”. Y “Stalker”. Y “Nostalgia”. Me tiraba lo francés. También el cine ruso, el checoeslovaco, y ¿te acordás de la maravillosa “Cuernos de cabra”, esa película búlgara, creo? También me tiraba el cine italiano. Por supuesto, Federico Fellini. El otro día vi “Amor y anarquía” de Lina Wertmüller, y me enterneció. Aunque me pareció exageradamente romántica, algo inverosímil y preciosa, al fin. Pero acercándonos, me ha entusiasmado el mexicano Arturo Ripstein. Su ferocidad me ha hecho reír, supongo que defensivamente. Siguiendo con México, me agradó muchísimo “Japón”, de Carlos Reygadas. (Algo de la mirada de Tarkovski hay por momentos allí, y a la vez otras cosas. Y logra escenas no vistas antes.) Y el cine argentino también ha dado grandes películas: pienso en “La casa del ángel”, “La ciénaga”, “El hombre de al lado”, “Historias mínimas”, “Bolivia”, “Un cuento chino” … Por supuesto que no podemos obviar las maravillas que logró el cine alemán de pre-guerra, esa iluminación, porque tal vez se trate sobre todo de la luz en el cine. Y ¿de qué se trataría en la escritura? ¿También sería de la iluminación?
8 — En la Biblioteca Nacional estás coordinando con Laura Szwarc —¿nos la presentás a Laura?—, un Taller Performático, el que también se promueve como Poesía en Acción: ¿en qué consiste?
SS — Un gusto presentar a Laura Szwarc; ella se dedica al arte y a la educación, es directora de “Akántaros”, está en el grupo performático “Las parientas” y pronto saldrá su libro de poesía “Harina en vuelo”. Con Laura venimos investigando ciertas cuestiones juntas, coincidimos en los interrogantes y me da gusto que sea mi hija. Te diré que las performances adornan y remodelan el cuerpo, cuentan historias, permiten que la gente juegue con conductas repetidas (se presenten y re-presenten esas conductas). Cada performance es única, distinta de las demás. Hay repetición, pero lo mismo no es lo mismo. Y el cuerpo es metáfora y materia; sujeto y objeto; texto y lienzo; significado y significante. Las performances, en las sociedades que reprimen los deseos, expanden significación. Trabajamos en el taller con el material que cada uno trae, pero también, como lo enfocamos a lo poético, el taller se basa especialmente en el lenguaje escrito sin perder de vista el otro cuerpo.
9 — En un artículo de Alberto Luis Ponzo que acabo de releer —publicado en la revista “Poética” (1986)—, cita a Lawrence Durrel: “No es el arte, en realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros mismos”. ¿Qué reflexión te provoca esta cita?
SS — ¿Somos nuestros propios perseguidores? El arte, “esa cosa” que fue sembrando la historia de la humanidad, demostrando, acaso, que el progreso es una farsa. Y así, con el arte, tal vez nos hayamos prometido mejorar el mundo. Recordé a Alberto Girri: lo cito, creo, que textualmente: “Ya no es tiempo de prometer/ sino de recibir lo merecido”.
*
Susana Szwarc selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
¿Sonreía?
Alguien arroja un huevo
crudo (podría ser también por agua),
hacia la zona de montañas, altísima,
justo en el lugar de las nieves eternas.
Ese gesto es trivial, tan cruel (casi)
como el gesto del asesino que arroja
cuerpos
al océano
pero que, por algún motivo del azar, se ve
en los ojos de la víctima, que le sonríe.
¡Ah!, cada día, cada noche,
la misma inconcebible pregunta:
¿por qué sonreía?
o aun: ¿por qué me sonreía?
Y cada vez
el verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos
como esos niños atormentados por los gritos
de una madre todavía inexplorada, y se muerde
los labios.
—No hay que aceptar la pregunta— piensa.
No le dice a nadie lo que piensa.
Mientras la frase no le salga de la boca
nadie (nadie) contará el cuento.
Ahora (que alguna vez es siempre),
la dignidad de la montaña
resbala junto con la yema.
Hay manchas de luz.
La noche es negra y blanca:
como no saber si es de día
o se hizo pedazos la montaña.
Ninguna jarra para guardar un trazo
de la nieve, ni regazo.
Si algún tierno, tesoro,
deforme (¿yo, vos?)
mirara hacia allí diría,
entre lágrimas claro,
—¿cómo cuelga así? Cáscara, yema,
montaña.
La caída de qué letra, o paisaje
sin reparo.
¡Ah!, pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.
(de “Bailen las estepas”)
*
Bárbara
Ese cuerpo excesivo
aún después del strip-tease
es tan leve como el mejor
afiche ante mis ojos.
La estética del poster
me hace sonreír
y mecerme en la silla de mi casa
(al compás del ritmo ajeno).
¡Ah! es exactamente igual
que ofrezca Bárbara su carne
—de verdad, de mentira—
para mí.
Su nombre acerca a mi memoria
el poema de Prevert
aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia
y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.
Pero ninguno de estos recuerdos
sirve esta noche,
ella está allí, quitándose siempre
su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su cuerpo es un mapa perfecto,
un territorio para abrazar,
arrojar monedas,
atrasar relojes.
De pronto ya no sé qué sucede.
No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la música que sale de la radio,
que despierta a los vecinos,
me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.
Un hombre, otro hombre,
abraza a Bárbara.
Bárbara tristeza la del hombre
que la abraza y no apaga así
sus lágrimas de carne.
Pero el llanto es de los dos
y valen nuestras monedas.
(de “Bárbara dice:”)
*
Quisiera enterarme
Quisiera enterarme de que nada
tiene forma, decías. Y acepté,
hasta el fondo de la copa del árbol,
de la copa del río.
Ninguna de las otras (creía)
se ahogaba como yo. (Me hundí.)
No hay placer, dijiste
mientras vaciabas al padre
en la botella y mi cuerpo te servía.
¿Te habías ido? ¿Y las otras?
Tuve vértigos
como si alguno más
se cayera del mundo.
Dormida, en la noche de fiesta,
alcancé a oír: ¿qué hay después?
Al despertar
había panes
en mi cama.
(de “Bárbara dice:”)
*
El desorden de las relaciones de propiedad
a Guada y José Kózer
Y yo, volví al hospital.
En el largo pasillo repleto esperaba
—esperaba de pie y te leía—.
En un solo movimiento: girar la cabeza la página
un dedo de la mano izquierda,
los anteojos de leer cayeron
—sobre el mosaico—.
Cada pedacito de vidrio mostraba una garza
sin sombra, que empezó a recorrer el pasillo con sus zancos.
De lejos la vi apoyar su lomo
en el vendaje de una pierna. Despacio
me acerqué.
Es mi garza decía —un poco
a los tumbos— pero cada uno deseaba a la sanadora.
Es mía, insistí, riéndome
por las cosquillas que me hacía —garza— en su desorden.
Salieron los médicos al pasillo —salieron por el revuelo—
y llamaron: Garzas.
Nos hicimos
—sombra—.
(Inédito)
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Susana Szwarc y Rolando Revagliatti.