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La naturaleza multidimensional de la globalización: revalorizando a Huntington

Franco Gamboa Rocabado

La globalización tiene un movimiento multidimensional, a veces salvaje y a veces contradictorio; sin embargo, sus influencias son imparables. Las dimensiones comerciales, políticas y culturales de la globalización en el siglo XXI, incluyen un enorme impacto económico-social como la inversión extranjera directa, la presencia de empresas transnacionales en todo el mundo, maquiladoras, redes financieras globales, aranceles preferenciales muy complejos, barreras comerciales no tarifarias, tasas de cambio, contrataciones en el extranjero y una flexibilización laboral, que prácticamente hizo desaparecer a todo tipo de movimiento obrero y luchas sindicales. Estos cambios están produciendo un nuevo campo de poder de naturaleza inestable, aunque, al mismo tiempo, brotan con ímpetu nuevas economías emergentes que marcan procesos de desarrollo llenos de incertidumbre.

Desde la caída del Muro de Berlín, los países ricos dominaban la economía mundial, contribuyendo aproximadamente con dos tercios del PIB global. Sin embargo, en el siglo XXI esa realidad cambió a poco más de la mitad y está previsto que podría bajar al 40%, de acuerdo con las previsiones del observatorio World Economics. Hoy día, un importante aporte de la producción mundial ocurre en las llamadas economías emergentes, a la cabeza de China, India, Indonesia, Turquía, Corea del Sur, Brasil, México, Sudáfrica, Chile, Polonia, Argentina, e inclusive economías más pequeñas como Bolivia, debido a su fortaleza en las reservas mundiales de litio.

El ritmo de cambio podría marcar, poco a poco, el éxito de aquellos países, donde también aparecen las economías árabes como Irak, Irán, Qatar, Omán, Bahréin y Kuwait. La globalización junto con el ejercicio del libre mercado, van impulsando de forma sostenida a varios países al ritmo de prosperidad que parecía reservado únicamente para los más ricos hace treinta años. En el periodo 2002-2008, cerca del 85% de los países en desarrollo crecieron más rápido que los Estados Unidos, comparado con menos de un tercio (33%) entre 1960 y el año 2000. Virtualmente ninguno de los países emergentes creció tan rápido durante el siglo XIX.

Sin embargo, la mayoría de los países en vías de desarrollo continúan arrastrando una enorme pobreza, debido a problemas internos muy complejos y a situaciones políticas que precipitan la desigualdad. La solución parece residir en el mejoramiento de las instituciones del Estado democrático que podría beneficiar a los grupos marginales, a través de políticas públicas aptas para una redistribución de la riqueza con equidad. Aquello que se denomina justicia social, en el fondo es un problema político que debe ser resuelto por la democracia interna de los países con economías emergentes. Además, la cultura es un escenario de transformaciones que puede contribuir a la superación progresiva de la pobreza, por ejemplo, mediante la presión de grupos que buscan democratizar el acceso a los servicios básicos y los movimientos sociales que fomentan relaciones de confianza para demandar derechos de ciudadanía, en función de la equidad y la incorporación de los sectores más discriminados.

Las fuerzas de la globalización trajeron beneficios contundentes en la medicina, el perfeccionamiento vertiginoso de los medios de transporte, las comunicaciones electrónicas, la diseminación del conocimiento y la interacción cultural inmediata, a pesar de barreras como el lenguaje y las costumbres. Al mismo tiempo, la cultura de diferentes países choca con la globalización y se generan tensiones, dudas e interrogantes.

En el escenario cultural-político, vale la pena recuperar las perspectivas del politólogo estadounidense Samuel Huntington, quien desarrolló la tesis de una guerra de civilizaciones, donde la globalización no necesariamente conducirá a la occidentalización, ni tampoco a una homogeneidad cultural, sino que la multiplicación de los contactos provocados por la globalización entre los grandes círculos de civilizaciones occidentales y orientales, generará una profunda conflictividad, incrementándose la consciencia de las identidades étnico-culturales dentro de diferentes marcos civilizatorios.

Huntington habló de una nueva era en la política internacional y afirmó que el paradigma realista para la comprensión de las relaciones internacionales es insuficiente. Por lo tanto, habría surgido un nuevo paradigma: el civilizacional, donde las relaciones y conflictos internacionales ya no giran, como antes, alrededor de ideologías políticas sino alrededor de civilizaciones. Las tesis fundamentales de Huntington plantean que, por primera vez en la historia, el mundo es a la vez multipolar y multicivilizacional. Dentro del proceso de “encogimiento” o reducción del mundo debido a la globalización, ni ésta, ni la consecuente interacción intercultural son lo mismo que la occidentalización.

En segundo lugar, el equilibrio político de las civilizaciones está inclinándose, cada vez más, en contra de Occidente. Esto se deriva del crecimiento económico y militar del Asia, junto con el crecimiento demográfico de los pueblos islámicos, frente al estancamiento (y hasta retroceso) demográfico de los países europeos. Además, existe un gran esfuerzo de los pueblos no occidentales para reafirmar sus culturas e identidades frente a la identidad occidental, sobre todo de Europa.

Las pretensiones universalistas de Occidente, por ejemplo, la idea de que su mundo normativo creía ser la guía y meta de los demás pueblos en el mundo, están llevando a la cultura occidental a crecientes conflictos con otras civilizaciones, particularmente con China y el islam. Por lo tanto, la supervivencia de Occidente dependerá de su capacidad para forjar una unidad con los Estados Unidos, país que deberá tomar la decisión de identificarse, precisamente, con Occidente, quien, además, también debe aceptar que su civilización dejó de ser universal.

Huntington propone que las grandes potencias que predominan en el mundo, como polos de un sistema internacional segmentado, son Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Japón y la India. Todas estas potencias pertenecen a una de las grandes civilizaciones que habrán de tener diferentes tipos de conflictos en la arena global a lo largo de todo el siglo XXI. Las grandes civilizaciones, según la clasificación de Huntington, son:

1. La china (1.500 años A.C.).

2. La japonesa (200 a 400 años D.C).

3. La hindú (1.500 A.C).

4. La islámica (siglo VII D.C.).

5. La ortodoxa. Luego de romper con el cristianismo de Occidente, y tras sufrir en Rusia 200 años de invasión y ocupación del impero mongol, evolucionaría sin haber experimentado el Renacimiento y con un escaso contacto con las ideas de la Ilustración.

6.  La Occidental, constituida por Europa Occidental y Central, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia.

7. La latinoamericana, producto de una mezcla mestiza de lo europeo con lo nativo americano.

Huntington incluso estableció cuáles son las culturas más proclives a generar conflictos con otras. Mientras Iberoamérica aparece como menos conflictiva con el Oeste, la cultura islámica está más inclinada hacia la lucha con todas las demás, excepto con la civilización china. Según la sociología de la religión planteada por Max Weber, de las cinco grandes religiones mundiales, cuatro están asociadas con las grandes civilizaciones como el cristianismo, el islam, el hinduismo y el confucionismo. La quinta religión mundial, el budismo, no está asociada con ninguna gran civilización en particular y pasó a integrar solamente parte de la civilización dominante en la India, China y Japón. Corea también abrazó el budismo que se adaptó en la China, al confucionismo y taoísmo.

Un caso especial es el islam, dentro del cual existe una enorme consciencia de identidad cultural y lealtad religiosa, pero con una ausencia de unidad política. Es lo que Huntington llama “consciencia sin cohesión”, que contrasta con Occidente donde la lealtad primaria está íntimamente ligada con la nación y el Estado nacional.

En qué consiste el paradigma civilizacional de Huntington. Los paradigmas, en general, son brújulas o mapas conceptuales según Thomas Kuhn (de quien Huntington se declara seguidor). Los paradigmas, incluido el civilizacional, tienen las siguientes funciones: ordenar la realidad y efectuar generalizaciones sobre ésta; analizar la relación causal entre fenómenos; predecir fenómenos, así como distinguir entre lo importante y lo trivial.

En el paradigma civilizacional, los grandes actores en las relaciones internacionales continúan siendo los Estados, aunque éstos tenderán a actuar en conglomerados aglutinados alrededor de civilizaciones. No cabe, por lo tanto, el optimismo que tuvo Francis Fukuyama en 1991, cuando al final de la Guerra Fría pronosticaba un mundo de cooperación y progreso basado en el triunfo universal de la democracia liberal de Occidente. Huntington considera que su paradigma civilizacional tiene debilidades, pero posee cualidades tales como una considerable amplitud y simplicidad, además de mostrar un considerable poder explicativo.

Los paradigmas más tradicionales en el análisis de las relaciones internacionales como el realismo o la armonía propuesto por Fukuyama, que enlaza bien con el pluralismo y el civilizacional, son incompatibles entre sí, según Huntington, puesto que el paradigma que él propone considera a las fuerzas de integración mundial como una influencia que genera contrafuerzas de reafirmación cultural.

En la era de la globalización, el principal choque civilizacional sucede entre Occidente y el resto del mundo. De esta forma queda relegada a un segundo plano, no solamente la lucha de Este-Oeste, sino además la pugna Norte-Sur. La cooperación y los conflictos entre Estados se definirán crecientemente en términos civilizacionales. Los conflictos podrán ocurrir dentro de los Estados, o entre dos Estados vecinos, o entre Estados poderosos, pertenecientes a civilizaciones distintas. En un mundo anárquico, postulado realista que Huntington acepta plenamente, los mayores peligros de conflicto ocurrirán entre Estados, o conglomerados de Estados pertenecientes a civilizaciones diferentes y a religiones opuestas. Los Estados definen sus intereses, crecientemente en términos civilizacionales.

La cultura es, a la vez, desintegradora y aglutinadora en el mundo de la post Guerra Fría. Desvertebró a la Unión Soviética y continúa ejerciendo fuertes presiones separatistas en Rusia. Acabó con Yugoeslavia en 1990, pero unificó a Alemania y está estimulando procesos separatistas en regiones como India y Shri-Lanka.

El mundo actual vive dentro de un sistema internacional, pero no en una sociedad de naciones. Es decir, hoy día los Estados interactúan dentro de un entorno sistémico de naturaleza crecientemente civilizacional; sin embargo, no tienen ni intereses ni valores comunes. En el sistema internacional de hoy, la influencia de Occidente está declinando, después de haber llegado a dominar durante el cénit de su poderío hasta al 84% de la superficie terrestre (incluyendo a sus propios territorios metropolitanos y colonias).

La dominación occidental ocurrió gracias a su superioridad tecnológica y militar, y no necesariamente porque tenía mejores ideas, algo que Occidente tiende a olvidar. Para Huntington, el escenario mundial muestra que Occidente deberá preservarse frente al resto del mundo. La única forma de lograr este objetivo será a través de la profundización de los vínculos entre Europa y Estados Unidos, así como entre los otros Estados que son capaces de alinearse con Occidente.

El mundo occidental se distingue por una serie de características. Una de ellas es la gran pluralidad de lenguajes dentro de una misma matriz civilizacional. Son lenguajes como el inglés y el español que han tenido una difusión multicontinental. Huntington expresa que otros elementos claves de la cultura de Occidente son la separación entre la política y la religión, el imperio de la ley, las instituciones legislativas representativas como base de sus sistemas políticos para materializar la democracia; el individualismo; la importancia de los Derechos Humanos y un tipo de pluralismo social de culturas híbridas.

A través de la globalización, Occidente es capaz de diseminar muchos de sus valores, la ciencia y tecnología. Al mismo tiempo, las respuestas del resto de las civilizaciones, han sido diversas e incluyen dos elementos: modernización y occidentalización, en detrimento de varias tradiciones. Otras sociedades han optado por el reformismo, que consiste en modernizarse sin occidentalizarse, como los casos de China e Irán.

De esta forma puede verse que en la cultura islámica se aceptan muchas de las técnicas superiores de Occidente, (especialmente en varios países árabes), pero sus sociedades permanecen practicando muchas costumbres de la Edad Media, con la religión como elemento determinante del poder político-cultural. Otras sociedades han sufrido un proceso de occidentalización sin modernización. Este es un proceso sumamente traumático, señala Huntington, porque es una situación que conduce a la anomia o la alienación de las identidades étnico-políticas. La posición extrema de rechazo a la modernización (y los cambios que ella implica) tiene pocas probabilidades de éxito debido a las penetrantes influencias del proceso de globalización. Todo se mezcla y se hace interdependiente.

El análisis planteado por Huntington se inscribe dentro del fenómeno de los procesos de transculturación en el ámbito global. Sin embargo, Huntington no explicó claramente qué o cuáles son los intereses civilizacionales de los Estados, ni en qué se diferencian de los intereses que históricamente han animado a muchas naciones en sus luchas dentro de la arena internacional. Esta falta de claridad en Huntington es más evidente ya que el “interés de Estado” es un concepto básico en la perspectiva realista de las relaciones internacionales.

La importancia de los conflictos civilizacionales explicados por Huntington, adquiere un enorme relieve cuando se tiene en cuenta el fomento de crecientes conflictos dentro de la cultura islámica contra la cultura y los países occidentales. Otro escritor, Bernard Lewis, al referirse a las relaciones de Occidente y el Islam, explicaba que si bien desde una perspectiva histórica el islam comparte algunas raíces con Occidente, tal es el caso de elementos del judaísmo y del cristianismo, (lo cual debería dar esperanzas al entendimiento inter-cultural y al futuro de la democracia entre los pueblos islámicos), desde el punto de vista político, las posibilidades para un entendimiento son lejanas, sobre todo en lo relativo al impulso fallido de la democracia liberal entre los países islámicos.

Actualmente permanecen inciertas la suerte, intenciones y resultados a largo plazo de la llamada “Primavera Árabe”, o las revueltas que surgieron en el año 2011 y derrocaron a diferentes dictaduras en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, desembocando en la guerra civil que hasta el día de hoy no tiene solución en Siria. En el mundo islámico existen 51 Estados soberanos y de ellos sólo uno, Turquía, es una democracia, aunque con fuertes rasgos autoritarios. El resto está regido por gobiernos radicales, autocracias tradicionales, dictaduras militares o dinastías amparadas en partidos políticos que se autoproclaman revolucionarios, como el caso de Siria. En este ambiente coexisten grupos propiciadores de cambios culturales y políticos. Pero dentro de dichos grupos, los partidarios de la democracia son minoritarios, mientras que otros grupos están formados por fundamentalistas empeñados en transformar a sus sociedades islámicas en teocracias rígidas que se niegan a aceptar cualquier idea religiosa o política que no sea el islam.

Los militantes islámicos consideran que todas las ideologías de Occidente como la democracia, el socialismo y el nacionalismo, pueden dividir al islam, o dejar fuera del centro de la vida política a la religión que, supuestamente, Dios reveló al profeta Mahoma. Por esto, las influencias culturales y políticas de Occidente deben ser combatidas, de ser necesario, recurriendo a la guerra. Tal guerra deberá librarse en casa contra los rebeldes opositores, junto con un intenso adoctrinamiento islámico dentro de sus propias sociedades. Posteriormente, el objetivo es conseguir que el islam tenga un lugar privilegiado en el mundo.

La expansión global de las ideas occidentales, que representa una verdadera amenaza para los fundamentalistas islámicos, choca con otros factores tales como las experiencias históricas de las derrotas y humillaciones sufridas por los árabes a manos de Occidente, el incumplimiento de las potencias occidentales a varios compromisos después de la Primera Guerra Mundial, los dolores de la lucha anti-colonial y las durísimas condiciones en que vive el pueblo palestino en el inacabable conflicto con Israel.

El Estado judío (la única democracia en el entorno árabe y el único país realmente estable y bastante desarrollado de la región) recibe en toda circunstancia (justa o injusta, legal, o violatoria del Derecho Internacional), el incondicional apoyo de los Estados Unidos. Ante esta situación, teóricos del realismo como John Mearsheimer y Zbigniew Brzezinski, estiman que la política norteamericana, fuertemente influenciada por el lobby pro-Israel, ha sido decisiva para que Estados Unidos y Occidente sean percibidos como enemigos del mundo árabe. Esto contribuye a la proliferación de grupos y gobiernos extremistas.

En esencia, Huntington permitió entender y prever consecuencias destructivas que se encuentran detrás del radicalismo islámico moderno, el cual se ha unido en una explosiva mezcla de radicalismo religioso y sentimientos antioccidentales que surgen tanto de viejas raíces, como de circunstancias actuales. En este caldo de cultivo nacieron teocracias como la de Irán, débilmente encubierta por un partido aparentemente secular, aunque sus estructuras políticas están inequívocamente sujetas al Consejo Islámico de los ayatolas. Además, surgieron numerosos grupos terroristas en el mundo islámico, desde Irak y Afganistán hasta Malasia, Filipinas, India y Sudán.

La globalización muestra niveles de velocidad, intensidad y capacidad de impacto que superaron todo fenómeno precedente. Uno de los factores fundamentales ha sido el desarrollo del sistema de libre mercado, que mayor totalidad alcanzó en la historia humana. Este hecho hizo posible, por vez primera, una verdadera historia universal, al comunicar y conectar territorios, mercados, capitales, países y culturas.

La globalización, omnicomprensiva y pertinaz, no responde a ninguna forma planificada de conspiración. Sin duda, Occidente ya no puede reinar de manera suprema como lo hizo en el pasado; sin embargo, perdurará como una enorme área de poder, capaz de preservarse indefinidamente, si mantiene sus características culturales y tiende a estrechar sus lazos transatlánticos entre Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental y Central, América Latina e incluso algunas democracias de África.

El éxito de la globalización consiste, precisamente, en la esperanza que muchos países tienen de alcanzar una suma positiva en la creación y expansión de la riqueza por medio de la articulación multidimensional de la producción y el comercio, facilitando la distribución de bienes y servicios a niveles mayores que los existentes hoy día.

Paralelamente, también se espera que la globalización pueda humanizarse por medio de una obligación moral llamada a compartir y solidarizarse con los más pobres. Es por esto que los retos del crecimiento y el desarrollo económico, ahora se encuentran en el imperativo de enfrentar los desastres ambientales y las amenazas del cambio climático, un problema transnacional ineludible que exige mayor equidad distributiva de la riqueza en el mundo y procesos de asistencialismo sistemático. La globalización tiene que, necesariamente, traer mayor cooperación, reducir los conflictos y guerras internacionales, así como iluminar un período de constante hibridación mestiza y pluricultural.

Franco Gamboa Rocabado es Catedrático Fulbright en Marymount University, Estados Unidos

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