Árboles de la India
Ahora que los días se alargan ahora que la luz se dilata y se dilata un poco más antes de la llegada de la noche estiro yo también mi cuerpo intentando que crezcan mis pensamientos como esos árboles que vi en la India al borde de los precipicios altos y erguidos aún a punto de desbarrancarse. Estoy aquí conmigo todas mis frágiles partes me acompañan estoy bajita yo estirándome hacia la altura más alta de lo que es posible alcanzar subsumida en mí con la escasa integridad que me queda porfiada igual, exactamente igual a esos árboles que una vez hace mucho vi en la India al borde de los precipicios.
Tres almohadas
Amo a un hombre que necesita al menos tres almohadas parar lograr dormir. Su cabeza flota mullida en el vacío de la oscuridad mientras yo escucho el rumor de sus sueños y soy testigo de imágenes que mañana él no recordará. Una de sus almohadas es la Madre la otra es el Sol y la otra, el abismo. Su cabeza dormida oscila y se pierde y se marea donde naufragan todos los durmientes: sus ojos cerrados son puertas entreabiertas con los contornos como flecos capaces de enturbiar la opaca vigilia de los días. Yo estoy aquí, le murmuro y mi voz blanda se pierde en un sinfín de elásticas puertas creando ecos en el agua revuelta de la noche.
Ventana estrecha
Ventana estrecha
la de mi vieja habitación de hotel
en esta casi desconocida ciudad de Rosario.
Hay pájaros que cruzan
veloces
y trinan maravillosa
y tristemente
parece que cantaran
solo para mí, celebran
el final de la lluvia
y me despiden.
Nada saben de mis pies enclenques
ni de mis pensamientos.
Nadie más que ellos necesita
que yo esté aquí
del otro lado de la pared
en silencio.
Se sienten tan cerca y tan lejos
esos pájaros,
se diría que la estrecha ventana
los esconde,
su canto está más presente
que su imagen, cantan
para mí. No me ven
casi no los veo, pero cantan
solo para mí.