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Filtraciones. De Watergate a La Casa Gris

Las filtraciones son útiles para el periodismo, pero jamás lo reemplazan. Cuando se limitan a publicar versiones que otros les han dicho y sin verificarlas, los medios se convierten en correveidiles de intereses ajenos al periodismo. Las filtraciones pueden ser recursos, siempre de excepción, para seguir la pista de asuntos que de otra manera no habrían sido conocidos. A partir de ellas el periodismo profesional coteja, contrasta, corrobora; es decir, investiga.

   Se cumple medio siglo del Watergate. El 17 de junio de 1972 fueron capturados cinco individuos que allanaron las oficinas del Partido Demócrata, en el complejo de edificios que lleva ese nombre en Washington. Estaban revisando micrófonos instalados para espiar a los dirigentes demócratas. Uno de los detenidos dijo que trabajaba para la CIA. Se trataba de una operación financiada con recursos ligados a la campaña para reelegir al presidente Richard Nixon, quien terminó renunciando en agosto de 1974.

   El trabajo de los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, de The Washington Post, fue clave para deshilvanar la trama del Watergate. A uno de ellos una fuente anónima, bautizada como “Garganta profunda”, le ofreció detalles de la operación para espiar al Partido Demócrata y lo tenía al tanto de las reacciones que los hallazgos de la prensa suscitaban en el gobierno de Nixon. Los periodistas mantuvieron en secreto la identidad de ese informante hasta que, 33 años más tarde, se confirmó que se trataba Mark Felt, quien fue subdirector del FBI.

   Woodward y Bernstein jamás se limitaron a transcribir, sin más, las revelaciones de “Garganta profunda”. Cada pista obtenida de esa fuente, era confrontada en documentos y declaraciones. En ocasiones tuvieron que entrevistar a docenas de personas para comprobar un dato. Las filtraciones fueron solamente el punto de partida del trabajo periodístico. 

   Si aquellos reporteros no se hubieran cerciorado de la veracidad de las filtraciones que les ofrecía su informante, sus notas no hubieran tenido la contundencia que al cabo de dos años contribuyó a la caída del presidente de Estados Unidos. Sin esa solidez respaldada en hechos y datos, el trabajo del Washington Post habría sido desacreditado por la Casa Blanca. 

   Cuando una fuente ofrece información a escondidas es porque busca beneficios personales, políticos o de cualquier otra índole. Al confiar en esa fuente, el periodismo profesional arriesga su prestigio y su verosimilitud. La única manera de contrarrestar ese riesgo es investigar las informaciones así obtenidas. Watergate fue, entre otras cosas, un episodio crucial para el periodismo de investigación.

   En la era digital hay nuevas condiciones que favorecen las filtraciones. Para interceptar conversaciones telefónicas ya no hacen falta cables ocultos como los que colocaban los agentes de Nixon. Aunque son ilegales, esas intercepciones se realizan e incluso se publican sin escrúpulos. En la barahúnda de filtraciones así obtenidas, se transgrede la privacía de las personas y a menudo los ciudadanos no saben cuáles son ciertas, ni cuáles ameritan relevancia pública. En México, muchos medios publican filtraciones de ese tipo sin investigar a partir de ellas. No buscan verificar ni explicar, sino únicamente el rédito publicitario que resulta del escándalo.

   La posibilidad de acceder a bases de datos que guardan secretos políticos o financieros, ha derivado en vistosas filtraciones informáticas. En 2010, el australiano Julian Assange publicó en su sitio Wikileaks centenares de miles de documentos del Departamento de Estado de Estados Unidos. Antes de difundir las colecciones más cuantiosas de esos documentos,  Assange buscó a los editores de varios medios internacionales para que los examinaran. La filtración, aunque fuese sólo de forma somera, fue sometida a la revisión de periodistas profesionales. 

   Assange lleva más de una década recluido en Londres, primero en la embajada de Ecuador y luego encarcelado. Hace unos días el gobierno británico anunció que lo extraditará a Estados Unidos. Con motivo de esa cuestionable decisión, el diario The Guardian ha considerado que las filtraciones difundidas por Assange “revelaron horribles abusos cometidos por el de Estados Unidos y otros gobiernos que, de otra manera, no se hubieran conocido”.

   No hay periodismo auténtico que se limite a las filtraciones pero de ellas surgen indicios que, a veces, permiten documentar grandes noticias. El reportero Raúl Olmos, que dirige la unidad de periodismo de Mexicanos contra la Corrupción, explica en un reciente libro cómo se enteró de la residencia que rentaban en Houston el hijo y la nuera del presidente López Obrador. 

   Un garganta profunda, cuya identidad no revela, le dio indicios de la casa en Houston y a partir de ellos Olmos buscó en los registros de propiedad en esa ciudad tejana, siguió las redes sociales de la esposa de José Ramón López Beltrán, identificó cien residencias con albercas similares a las que aparecían en ellas y así, se acercó a la localización de la hoy célebre “casa gris”. 

   Olmos y los directivos de Mexicanos contra la Corrupción le propusieron a Latinus que compartiera los siguientes pasos en la investigación y, luego, la difusión de esa noticia. Nuevos rastreos en registros inmobiliarios, permitieron saber que la casa era propiedad del ejecutivo de una empresa petrolera con la que tenía negocios la esposa de López Beltrán. La casa gris (Grijalbo, México, 2022) narra las pesquisas periodísticas encabezadas por Olmos y que permitieron conocer ese tráfico de influencias del hijo del presidente. 

   El periodismo, cuando investiga, encuentra verdades socialmente útiles, por incómodas que sean.

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