Tuve en estos días una suerte de epifanía retroactiva mientras revisaba, para un trabajo de investigación, los hechos ocurridos hace exactamente dos años, inmediatamente después de las elecciones del 20 de octubre de 2019 y del fraude electoral orquestado por el gobierno de Evo Morales.
Mientras leía la prensa de entonces y la de estos días, tenía la impresión de que se entrelazaban indisolublemente. Hay cosas tan parecidas, que (pandemia aparte), la historia parece repetirse y el actor principal es nuevamente Evo Morales, con sus llamados a cercar ciudades, a organizar marchas, a tomar las calles, a organizarse en grupos de “soldados” (los militares no dicen nada, muy calladitos y sometidos) para defender un proceso corrupto en el que el propio Morales debería estar pagando muchas cuentas.
La epifanía me causó un estremecimiento, pues ya conocemos cual es el resultado de los llamados a enfrentamientos entre bolivianos. Hace dos años muchos pagaron con sus vidas mientras Morales daba instrucciones por teléfono a un narcotraficante que tenía mandamiento de apremio, Faustino Yucra, que probablemente ahora está libre como tantos otros criminales que engruesan las filas del partido azul neofascista.
La fuerza bruta y la violencia por encima del diálogo, el avasallamiento torpe, por encima de las leyes y de la Constitución, caracterizan a una organización política que mueve a grupos violentos con dinero cuya proveniencia es dudosa. La población reconoce en estos días al dirigente cocalero camorrero, que a patadas consigue lo que quiere, como siempre incapaz de sostener una discusión con alguien que piense de manera diferente. Lanzar sus huestes a las calles con palos y cachorros de dinamita es la única manera de actuar que conoce.
En ese escenario de confrontación y amedrentamiento repite su manera de actuar en 2002-2005 y en 2019, primero cuando pugnaba por llegar al poder y luego cuando se vengaba por haberlo perdido. Se repite literalmente su táctica de crear inestabilidad en las calles, pero al mismo tiempo en instituciones como el poder legislativo. Juega sus piezas en varios espacios y cuando pierde, patea los tableros.
En ese afán lo acompaña David Choquehuanca, que se despojó en menos de un año de su discurso esotérico de la hermandad y la paz entre los bolivianos. Su verdadera cara siempre fue la de la revancha y el odio racista, que alienta en todas las concentraciones políticas con militantes del MAS.
Mientras tanto, el “presidente” de Bolivia (pero no de todos los bolivianos), sufre un grave trastorno de personalidad a tiempo de cumplir su primer año como no-presidente. Probablemente Arce Catacora (“Arcínico” para los amigos) padece de esquizofrenia o bipolaridad, pues tiene una personalidad “for export” y otra personalidad que conocemos dentro de Bolivia. Su caso clínico es parecido al del Doctor Jekyll y Mister Hyde (la obra de Robert Louis Stevenson), donde el desdoblamiento de personalidad deriva en actos criminales. O si se quiere, (para los que no entienden de literatura), la mano izquierda no sabe lo que hace la mano derecha.
La distancia entre el discurso de Arce y sus acciones es cada vez mayor a medida que transcurre su desorientado gobierno. Para los discursos se ha vuelto un campeón, como otros de la escuela masista, que pueden hablar mucho sin decir nada y mentir sin sonrojarse. Lastimosamente, los hechos de gobierno demuestran todo lo contrario. La marioneta de Evo Morales se recetó un viaje con frondosa comitiva a la 26 Cumbre sobre Cambio Climático, un gasto insulso porque su gobierno no tiene nada que ofrecer al mundo, solo palabras sin contenido. Fue una gira turística más que otra cosa.
En Glasgow se mandó un discurso que es una pieza de antología. Afirmó que su gobierno lucha en favor de la Pachamama, de la “madre tierra”. Lo hizo dos días después de que avasalladores de su partido político invadieron, encapuchados y con armas, propiedades en la provincia Guarayos, con el propósito de apoderarse con violencia de tierras para especular con ellas. Lo hizo al mismo tiempo que se quemaban miles hectáreas en Pilón Lajas. Lo hizo en nombre de un gobierno que causó mediante decreto la quema de más de cinco millones de hectáreas en la Chiquitanía. ¿No se da cuenta, o será que simplemente es cínico?
Alfonso Gumucio es escritor y cineasta.