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El carnaval de la hipocresía

Más allá del telón de fondo, tras bambalinas, en los últimos días, y como siempre, han bailado las cifras de la vergüenza, de la insensibilidad y la impunidad. Cifras prácticamente ignoradas mientras en el escenario carnavalero y mediático las comparsas y solo algunas noticias han ido saliendo a las calles y ocupando espacios televisivos.

Si imaginariamente representáramos el escenario político y social en comparsas de carnaval que van haciendo su entrada en la calle, con la parodia y sátira que les caracteriza, seguramente lo primero que veríamos sería el grupo de candidaturas a las elecciones nacionales previstas para el próximo 3 de mayo.

Con el ritmo de la morenada, los candidatos, todos hombres, irían con sus pesados trajes y candencia aguardentosa pasando por delante, presuntuosos y haciendo alaraca mostrarían que, mientras hay uno que se adelanta, son incapaces de marcar el mismo ritmo e ir al unísono, tal como una parte de la audiencia quiere. En el camino la gente les va lanzando globos de agua, cáscaras de mandarina y alguna que otra mazorca de choclo ya desgranada y bien aprovechada.

Fuera de programa, de pronto se entremeten las 116 mujeres que en estos días de carnaval fueron agredidas sexualmente ¡Son 116 mujeres!; pero, aunque piden justicia, nadie las mira, son un estorbo al espectáculo.

Es que hace su aparición otro grupo de mujeres, al ritmo de la danza de macheteros. A todas, teñidas de rubio o con tonalidades plateadas, les cruza el coqueto vestido tradicional una banda presidencial autoproclamada o que dice candidata y hay alguna que aprovechó y se puso una de Miss Bolivia. Como son mujeres en roles machistas, unas llevan en sus manos un plumero y van sacando el polvo al suelo y a la gente espectadora, cogen a niños inquietos y les colocan en su sitio, van poniendo orden en la calle sonriendo; otras llevan la biblia y van rezando mientras piden ganar las elecciones.

Por detrás, como una sombra inevitable que les persigue a todas partes, está una comparsa de dolientes que lleva 34 ataúdes en andas, giran y se arremolinan, como si les persiguieran. Luego está el numeroso grupo de las personas detenidas: ex autoridades, ministros y ministras, viceministros, directores de diversas áreas, secretarias, asesores, choferes, parientes, empleadas domésticas, cuidadoras de sus hijos, amistades, sus abogados, alguien que les contestó el teléfono, sus mascotas.

Entonces, de manera inconveniente, aparecen 473 mujeres que al calor del carnaval y la fiesta han sido golpeadas por sus parejas en estos días. Muestran sus moretes y sus heridas ¡Quita de ahí!, les dicen, tapan el espectáculo.

Suenan los platillos y van entrando en tropa los policías, con el verde característico de su uniforme, algunos con la mano dispuesta a recibir propina. De pronto, desde el público, alguien les grita: “¡Motines!”, inmediatamente es apresado y pasa a formar parte de la comparsa de detenidos.

Aparecen los jueces y fiscales con sus trajes formales y sus muchos bolsillos dispuestos a ser llenados. Bailan al ritmo de los doctorcitos; sin embargo, ellos se acomodan muy fácilmente a lo que les toque la banda del gobierno que esté de turno, versátiles en el baile político.

Ahora entran, ensangrentadas, tres mujeres. A las tres las mataron sus parejas en estos días de fiesta. Nadie les hace caso.

La gente se inquieta, llega un grupo que amenaza con ser muy numeroso disfrazado de coronavirus. Alguien recuerda que también está bailando la comparsa del dengue que, ahora mismo, es más numerosa. Pero mejor es disfrutar la fiesta, mañana ya se verá.

Ya acaba la entrada carnavalera, aparece la comparsa de un millar de hombres, muy machos, que protagonizaron riñas y peleas y un centenar más que provocaron accidentes de tránsito, con gente herida y muerta por sus actos. Bailan borrachos, ya ajenos a la música que se toque. Son los últimos por lo que, detrás de ellos, se va sumando la gente espectadora y medios de comunicación que, ya sea porque no les importa o porque quieren olvidarse de la realidad por un momento, se unen al desfile de insensibilidad e hipocresía diario.

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