En el marco de la Vigésima Feria internacional del libro se realiza el III Encuentro internacional de microficción, coordinado por el escritor Homero Carvalho, que este año ha convocado a quince escritores de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, México y Perú. Las jornadas se llevarán los días 7 y 8 de junio, en la sala Hernando Sanabria, de horas 19:00 a 20:30. Para esta ocasión la FIL ha publicado una antología con textos de los participantes a este encuentro. Inmediaciones les trae una breve muestra de los textos incluidos en esa antología. Los escritores están en orden alfabético.
“Una buena ley sería que el cuento no sea novela ni poema ni ensayo y que a la vez sea ensayo y novela y poema siempre que siga siendo esa cosa misteriosa que se llama cuento”.
Augusto Monterroso
Sisinia Anze (Bolivia)
Esquizofrenia
Creí que deshaciéndome de ella se acabarían mis problemas; han transcurrido veinte años desde que la enterré en el sótano de la casa y no ha habido desde entonces una sola noche que no escuchara sus gritos haciendo eco en las paredes de mi cráneo.
Alberto Benza (Perú)
Acto de magia
El mago Giorhini fue contratado por Vladimiro Montesinos para Fiestas Patrias: el pueblo peruano le pedía actos de magia jamás vistos. Giorhini levantó su varita mágica y dijo: «¡Que desaparezca la pobreza!». El pueblo en un segundo tenía dinero en abundancia. El mago otra vez agitó su varita y con un gesto dijo: «¡A la cuenta de tres que desaparezca la corrupción!». Uno, dos y, justo cuando iba a decir tres, Montesinos hizo un gesto con la mano y desapareció Giorhini.
Homero Carvalho (Bolivia)
Ingratitud
Con los años el verdugo adquirió tanta experiencia, que de un tajo, limpio, certero y sin dolor alguno, cortaba la cabeza de sus víctimas. Sin embargo, nunca recibió de ellas una palabra o un gesto de agradecimiento.
Gonzalo de Córdoba (Argentina)
Las cenizas de Alejandría
Con las cenizas rescatadas del incendio de la biblioteca de Alejandría, en un húmedo y olvidado sótano del Serapeion, mil seiscientos años después, en el otro extremo del mundo, un ciego bibliotecario escribió un libro de arena…
Ramiro Jordán (Bolivia)
Nosotros
Cabalgabas noche y día, tus hombros desnudos sollozaban estremecidos al compás del frío invierno. Marchabas sin mirar el triste paisaje. Tus alas, presas del frío, se acurrucaron en mi cuerpo y tu vientre tomó por asalto el mío.
Unidos, nos abandonamos a mensajes urgentes, cómplices, antiguos a todo, en gesto íntimo de amantes apasionados y desquiciados. Encontré el vello de tu vientre, voluptuosa descubriste el iris de mis ojos, descubrimos la esencia de la vida, estallamos en mil soles, cien mil lunas y brillamos como novas en un firmamento desconocido. Nuestro loco desvarío, el insaciable apetito reconstruyó nuestros cuerpos en uno solo, el tiempo sin tiempo fue nuestro, la pasión loca -sin normas ni leyes- nos unió, nuestro calor, tu brillo, nuestras urgencias, tus alas, nuestro cuerpo, todo en un vórtice estrepitoso.
Trajimos la primavera, llenamos de flores multicolores el jardín, por fin abrazados. Volaste hacia el infinito cantando a nuestro amor, extendiste tus alas a nuestra primavera, y yo, raudo, volé buscando tu rastro de polen y miel, y así, unidos, nos perdimos en el todo y en la nada.
Gonzalo Llanos (Bolivia)
Oficio frustrado
Un profesor, lloraba sin consuelo sobre las páginas de su vida. Sucedió, que luego de estudiarlas, sufría el no poder explicarse a sí mismo lo que había leído.
Patricia Nasello (Argentina)
Injusticia
El juicio final no trajo alivio: vivir un día eterno sin que nada lo perturbe, es agobiante y, para colmo, del cielo no hay salida.
Javier Perucho (México)
Juegos de abril
Para festejar a los niños en su día, la pelota con que jugaba el elefante la reemplazábamos con uno de nuestros chiquitines, que alegremente realizaba sus piruetas lanzado por la trompa. Los trapecistas se lanzaban a otro entre cada suerte y así volaba, surcando el vacío y con la red de protección en un rincón. En el acto de los cuchillos poníamos a uno más ante la diana, mientras otro los lanzaba. El domador metía al más travieso en la jaula de los leones para adiestrarlo. Al Hijo Desobediente lo llevábamos a la última fila de la gayola, ahí lo sentábamos y, por instrucciones de la tropa, nadie lo atendía por majadero. Antes de iniciar las funciones les dábamos el mejor regalo en el único momento que departíamos con ellos: retozar entre las cuencas, los valles y los montes pilosos de la Mujer Barbuda.
Solange Rodríguez Pappe (Ecuador)
Calaveritas
Para tener algo de calor, en este agujero olvidado donde no pasa ni el viento, frotamos las tibias, las falanges y los tarsos. Pegamos las mandíbulas y estrechamos lo que queda de los dientes. Ponemos uno contra otra las costillas y un vaivén maravilloso y antiguo de caderas, de nuestros esqueletos apagados se hace la luz, y por breves instantes, amado mío, compartimos bajo tierra un día luminoso de verano.
Teresa Constanza Rodríguez Roca (Bolivia)
Escondite
Eres perfecta, Emily. Eres mi Eva, mi Beatriz, mi Dulcinea. Qué haría yo sin ti, murmura Facundo a la hembra tendida junto a él.
Eres callada, sumisa, complaciente. Nunca me has fallado, añade el hombre y suspira profundo, antes de jalar el taponcito femenino. La silenciosa mujer empieza a desinfffhhh, para luego ser doblada y encerrada en un cajón de triple llave.
René Andrés Silva (Chile)
La piscina
Domingo, siesta después de almuerzo, afuera las hojas de los álamos -pelucones de savia- se mueven de aquí para allá sobre el caluroso día de enero. En el patio los perros atontados por la temperatura máxima, observan con sus ojos semi abiertos al encorvado reflejo del agua sobre la pared de adobe, al fondo del patio la piscina desde la madrugada se llena el estómago de cloro y líquido vital. Sin previo aviso los canes con sus orejas rectas en formación prusiana en dirección a la alberca, su cola mocha se silencia listos para la orden de ataque, esta vez no es un juego de cachorro, cada uno con sus cinco sentidos en alerta – es el instinto animal- una reacción marcial contra los primeros zumbidos que rajan el calor, es una patrulla de avance de siete zancudos que como stukas en vuelo, se lanzan en picada al primer chapuzón en la piscina.
Eliana Soza (Bolivia)
El nacimiento
Los dolores de parto comenzaron a la una de la madrugada, retorcijones que aumentaron en intensidad, no era suficiente gritar y llorar para sacar el dolor fuera, intentar romper la mano de Javier sí. La partera llegó a las dos, una hora y media, el dolor la torturó sin que nada pudieran hacer todas las vecinas que la acompañaban. Después de luchar para que aquel niño naciera, a las 3:33, lo hizo con un imperativo grito que estremeció a todas las que estaban en la habitación.
La partera, al divisar la cabeza del neonato llena de sangre coagulada no vio nada especial además del tamaño desmedido del cráneo; pero cuando lo tuvo entre sus brazos y lo empezó a limpiar, casi se desmaya, nunca había visto una criatura de ese tipo, todas empezaron a gritar y a escapar, dejando sobre la nueva madre al recién nacido; ella orgullosa y con una sonrisa macabra empezó a lamer a su cría.
Gigia Talarico (Chile/Bolivia)
Otra
Sus ojos almendrados, recién hechos, siguen el examen que se hace en el espejo, observa en detalle la nariz impersonal, igual a la que todos llevan en la oficina, pequeña y fina, sus uñas recién pintadas color sangre tocan el monte de uno de sus pechos que como toronjas maduras amenazan con abrir los botones de su blusa, y sus labios pulposos y gruesos dibujan algo entre la ordinariez y la sonrisa.
Por fin otra, se repite por tercera vez en una hora, tratando de convencerse a sí misma y reconociendo en ella, cada vez, esa alma fea correspondiente a su físico anterior. Por tercera vez, mira la puerta sin atreverse a salir.
Waldo Xavier Varas (Bolivia)
#Drink16
Un árbol está creciendo en mi barriga. Mi papá me lo dijo cuándo le conté que me comí una semilla de la sandía de la tarde. Me lo imaginé creciendo poco a poco, con sus ramas llenándose de verdes hojas, pero aun así, lo vi triste, lo vi solo. Entré a la cocina y me robé las semillas de mandarina que quedaron del desayuno y las semillitas de albahaca y manzanilla del té de mamá. Tome cinco vasos de agua y esperé. Poco a poco empecé a sentir como mi estómago se llenaba de vida, flores y hierbas. Cerré los ojos y pude escuchar las aves que cantaban con felicidad por el nuevo hogar. Ahora estaba contento. Tenía un propio jardín donde jugar.
Sandra Concepción Velasco (Bolivia)
3
Josefa no podía escribir porque tenía un nudo atravesado en la garganta, decido tomar un ovillo y con destreza contar su historia, la lana vestiría la desnudez de su alma, los palillos serían los soldados fieles para la cruzada que se disputaba entre un pasado que estaba adelante y un futuro que estaba atrás.