Hoy, estar bien informado es un acto de rebeldía y de inteligencia porque la mayor parte de los medios informativos han situado al ciudadano en la incertidumbre. Lo digo porque antes el mundo no estaba anegado en información como lo está ahora, y por ende la información que había tenía que ser de un nivel superior. Los periódicos, por ejemplo, hacían un trabajo mejor que el que hacen en la actualidad, la televisión no estaba tan banalizada y segmentada (probablemente lo mismo ocurría con la radio) y las redes sociales no existían. En el presente, en cambio, vivimos expuestos a una marea creciente de contenidos profundos y banales, que buscan la verdad y que la distorsionan, que muestran hechos reales o que mienten sin rebozo. Lo problemático es que los contenidos serios de los medios tradicionalmente serios también tienden a descender en cuanto a su calidad, ya que, en el ruedo desaforado del mercado, lo que más importa es la demanda de los consumidores, y estos propenden a buscar lo más fácilmente digerible y lo más entretenido (en la peor acepción de este adjetivo), y no lo que los interpela, los hace reflexionar o les demanda un ejercicio de raciocinio.
En este escenario, es realmente difícil saber a ciencia cierta lo que ocurre en cualquier contexto, sea este social, político o económico, pues sobre él existe siempre información procedente de todas las tendencias y para todos los paladares, información que tiene el objeto de reafirmar los prejuicios de todas las posturas. Ese dicho de que todo depende del lente con el que se miran las cosas es también relativo y debe ser tomado con mucho cuidado, pues, si bien es saludable sopesar los fenómenos para no asumir posturas proclives a la falacia o el fanatismo, en la vida hay hechos objetivos que son o totalmente blancos o totalmente negros, y no grises (ejemplos: la falta de libertad, el autoritarismo, la corrupción, la irracionalidad, el buen arte). Y en este tiempo hay pocos medios informativos que buscan y se atreven a mostrar sin pelos en la lengua tales valores y hechos absolutos.
Hoy pocas personas están bien informadas. Ellas normalmente son personas críticas que nadan contra la corriente, solitarias, que se abstienen de los radicalismos (los “ultras”, como diría Fernando Savater) y más bien prefieren situarse en las orillas del escepticismo. En un mundo complejísimo (cada vez más), polarizado por los extremismos y que está exhumando los nacionalismos y las etiquetas de derecha e izquierda (siempre simplificadoras y falaces) para posicionarlas nuevamente como valores normativos de orientación sociopolítica, estar bien informado es, como dije al principio, un acto de rebeldía e inteligencia. Para estarlo se necesita, más que consumir, evadir. Evadir toda la información que provenga de medios o periodistas poco serios o alineados con corporaciones o gobiernos. Y, luego, seleccionar. Seleccionar lo que realmente vale la pena en medio del mar proceloso de contenidos embrutecedores, de los que están repletos sobre todo la televisión y las redes sociales.
La capacidad de concentrarse, de ser reflexivo y de no creer todo lo que cuentan los medios, los periodistas y las redes sociales, es vital para estar bien informados en un mundo —repito, subrayo, recalco— complejo y de creciente complejidad. A todo esto, se añaden otros fenómenos enemigos de la razón, como el permanente debate entre políticos (normalmente encarnizado y superficial) y la difusión masiva de la opinión pública en redes sociales, generalmente llenos de prejuicios, ideas sesgadas o falacias. Considero que todo defensor de las ideas de la libertad debería sostener que no existe verdad absoluta, y mucho menos simple, sino solamente búsqueda de ella. Esta forma de ver la vida siempre demandó un tanto de aislamiento, y quienes viven de esa forma son los menos.
Saber que no se sabe nada, como Sócrates, es, creo, una actitud buena, filosóficamente hablando, porque nace de la incansable búsqueda del conocimiento, del noble ejercicio del raciocinio y de la certeza de que somos seres ínfimos en el cosmos; pensar así, por ende, nos hace seres dóciles y receptivos. Pero saber que no se sabe nada porque se está expuesto a una marea de información estúpida o falsa no pienso que sea nada saludable. Es, de hecho, una muy mala señal en términos de cultura política y democracia, porque no permite que las ideas de la pluralidad de posturas se materialicen en la realidad. Es, además, un indicador de lo mal que marcha el periodismo, no ya solamente en los países subdesarrollados, sino creo que a escala global.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario