Maurizio Bagatin
Los tres fríos más fríos del siglo breve. En el ’29 también una gran depresión, en febrero murió mi abuelo Giacomo, mi mamá había nacido en octubre del ’28, no tuvo nunca el tiempo de decir “Papá”, la llamada española se lo llevó, había combatido la “Gran Guerra”, brutal e inútil como todas las guerras, de él en uniforme es la única foto que me queda, la única imagen que mi mamá tuvo de él, el único recuerdo.
Narraciones que detestan algunos filósofos, los platónicos, los antipoéticos… Una foto color sepia, mi abuelo Giacomo con uniforme del Batallón 97 de Infantería, carne de cañón para reyes enanos y cobardes soberanos, una leve sonrisa en sus ojos perturbados por la sombra de la gorra militar, bigotes como los míos, tupidas cejas, boca chica, labios sutiles, tez que puede querer narrar los viajes de Marco Polo, 24 años, toda su vida.
En el ’56 las crestas de los gallos y de las gallinas se congelaban y luego se desprendían de sus cabezas, el frio de febrero fue así devastador; mi hermana Zaira no había aún cumplido un año, en el Bósc todos buscaban leñas para calentar el solo ambiente posible, con una estufa con la cual también cocinaban, polenta e frijoles, siempre lo mismo y siempre poco.
Resistieron con las mismas fuerzas que enfrentaron a la Segunda Guerra Mundial, a los fascistas y a las penurias de siempre. Mi hermana en los brazos de una de mis tías, ya enferma y con su sonrisa, en busca de continuidad de vida, en los ojos de mi hermana, el futuro. Es la foto de la primavera que pronto llegó.
En enero del 1985 en mi pueblo cayó más de un metro de nieve; el 15 de aquel mes murió mi abuela Ángela, el 20 de enero, con 15 grados bajo cero subí a un tren y me fui a mil kilómetros de mi casa, a Taranto, llegué en la ciudad de los marineros y de la ILVA cuando mucha gente caminaba en las playas, más de 20° y algunos valientes ya desafiando el Jonio impertinente.