Vlady Torrez / Inmediaciones

Alianza Editorial publicó cuatro ensayos breves de lo que fueron las emisiones de programas radiales alemanes sobre la fiesta en la historia, bajo la dirección del periodista e investigador literario Uwe Schultz. La selección de ensayos lleva el nombre de La fiesta. De las Saturnales a Woodstock y conjuga estudios sobre la fiesta en tanto evento de ruptura, excepción a la continuidad del tiempo productivo, subversión momentánea de las relaciones de dominación e incluso como potencial utopía social.

En el ensayo El triunfo del emperador y las Saturnales de los esclavos en Roma, el historiador Klaus Bringmann describe cómo los triunfos militares en el imperio romano daban lugar a uno de los festejos más singulares del mundo antiguo. El poder de los generales romanos se media por su magnanimidad, mientras mejor pagaban a sus soldados, más grande era su ejército al momento de entrar a la capital, mientras más riquezas traían de sus campañas y más prisioneros capturaban, mayor sería la grandeza que les reconocería el pueblo de Roma. Sin embargo, Bringmann destaca que los romanos eran conscientes del riesgo que engendraba el poder de los generales, así que normalizaron la práctica de organizar séquitos de poetas satíricos que iban detrás del carro del comandante militar triunfante lanzando burlas y ridiculizándolo. El objetivo no era otro que recordarle que, pese a sus éxitos, seguía formando parte de Roma y no se encontraba en una situación excepcional absoluta. La fiesta entonces tenía efectos niveladores de las relaciones sociales en la antigüedad. Otra de las festividades donde aflora este rasgo eran las Saturnales de los esclavos. Para conmemorar el final de la temporada de cosecha, estas fiestas se organizaban para agasajar al dios de la agricultura: Saturno. Bringmann cuenta que las Saturnales equivalían a nuestra Navidad y nuestro Carnaval pero funcionados; las celebraciones se extendían por 7 días en las que las licencias de todo tipo eran permitidas; el alcohol, los regalos, el sexo y los excesos de todo tipo dominaban la vida de los romanos. Lo destacable es que, por el tiempo que duraba la fiesta, las relaciones sociales se invertían. Los patricios debían servir a sus esclavos, los esclavos se transformaban en amos y exigían servicios. Un mundo al revés consagrado por la festividad.  

En Las bodas campesinas en la Edad Media, Peter Blickle, profesor de literatura alemana, cuenta cómo las antiguas fiestas campesinas germanas era sinónimo de exuberancia y escandalizaban al naciente mundo burgués que sentía repulsión por ellas, pues las consideraba excesivas y vulgares. Blickle dice que la fiesta más destacada era la boda campesina, evento de desahogo de una vida marcada por la servidumbre impuesta y todas las limitaciones de la Edad Media. Al igual que en las Saturnales, era un momento de subversión de las relaciones sociales:

Lo extraordinario de la reunión queda realzado por la presencia de forasteros y huéspedes; la sociedad congregada sobrepasa sus propias limitaciones. Todos los actos de la fiesta, las vestiduras, la alimentación, la vivienda, los regalos y los juegos se encaminan a romper los límites. La fiesta refleja la vida cotidiana, pero como una visión invertida. El adensamiento de la vida habitual se suma a esa supresión de las fronteras; los acontecimientos se precipitan en un mismo punto, después de una extensa preparación y un largo camino. La fiesta medieval era única en su género. Lo que hacía de ella una fiesta se reglamenta, canaliza y reduce en la Edad Moderna: la suntuosidad del vestido, el número de invitados, la cantidad de platos, el valor de los regalos y la duración del baile.

En El otoño dorado de Venecia. Desposorios barrocos con el mar, el historiador Hermann Schreiber narra el origen de la famosa ciudad italiana. Ubicada en la frontera de Europa Occidental y el Oriente musulmán, Venecia se fundó como un punto geográfico donde se concentraban las tensiones de las luchas de poder entre el imperio español, la monarquía francesa, las ciudades libres italianas y la iglesia católica. A todo eso se sumaban las constantes invasiones turcas, por eso Schreiber sugiere al lector considerar lo precario de la vida en Venecia durante la Edad Media. Es precisamente la fiesta el mecanismo que utilizaron los dogos, las más altas autoridades de la ciudad, para crear la imagen de Venecia como ciudad exuberante. No es casualidad que las máscaras y las mascaradas, fiestas donde es reglamentario utilizar ese aditamento, se hayan vuelto parte de la tradición festiva veneciana y perduren hasta nuestros días. La fiesta es una ilusión de alegría para evadir la crudeza de la realidad; para olvidar los intentos de los emperadores y reyes de apoderarse de la ciudad, es, en otras palabras, una fuga terapéutica. Las constantes fiestas venecianas, dice Schreiber, hacen pensar que los venecianos se esforzaban por aparentar ser felices incluso en los momentos más desesperados de su larga historia.    

Finalmente en Una nación por tres días. Sonido y delirio en Woodstock, Uwe Schmitt trata de desmitificar al festival de rock Woodstock. Más allá del producto de mercadotecnia que se ha vuelto en nuestros días y ser considerado como la plataforma a partir de la cual se inmortalizaron Janis Joplin y Jimi Hendrix, Schmitt cree que el festival fue una experiencia social tan intensa que, durante los 3 días que duró, Woodstock fue una nación, una entidad distinta a la sociedad norteamericana destruida emocionalmente a causa de Vietnam, corroída por el odio racial y que se encontraba a punto de sucumbir a una violencia fratricida. Las drogas, el amor libre, la paz como horizonte ingenuo de vida han llegado hasta nuestros días ligados al nombre Woodstock, pero Schmitt hace notar que en realidad era una fiesta, una momento en que el discurso de guerra fue suspendido por una generación de jóvenes que se resistían a ver a la violencia armada como única salida a los problemas sociales.

Momento de subversión de las relaciones sociales, disolución del tiempo productivo, el ocio que implica una dimensión de libertad y la formación de una comunidad donde se despliegan elementos silenciados por el mundo del trabajo, todo eso es la fiesta. Un evento que el libro compilado por Uwe Schultz explora y recuerda con nostalgia.