​Bolivia: ¿Distopía Orwelliana?

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Hace algún tiempo, leyendo declaraciones del presidente Morales sobre la promulgación de una “Ley contra la mentira” o algo así, y pensando que eso podría originar la  creación de un ministerio de la mentira, recordé que la novela 1984 de George Orwell mencionaba a un ministerio de la verdad, así que volví a hojear esta novela a fin de recordar algo más sobre ese peculiar ministerio de un también peculiar mundo literario.

Y lo que en principio pretendía ser apenas un repaso de un libro hace mucho leído, se volvió una relectura, esta vez encontrando algunas similitudes entre el distópico mundo orwelliano y nuestro estado plurinacional. En serio, no es broma. Veamos:

La primera similitud radica en la sobre exposición, en la novela citada, del Gran hermano, a quien se atribuyen todas las bondades y méritos, y que encarna a un tiempo la ideología del partido gobernante, como las mayores esperanzas de un futuro mejor. La novela dice que la figura del Gran Hermano se encontraba “en monedas, en sellos postales, en pancartas, en envolturas de paquetes de cigarrillos, en tapas de libros, en todos los espacios visibles”. Nada muy distinto del plurinacional Hermano presidente.

En la novela, el partido gobernante sostiene que “… quien controla el pasado controla el futuro. Quien tiene potestad sobre el presente, la tiene sobre el pasado”. Me recordó a los tweets de nuestro presidente que comienzan diciendo “Un día como hoy…” y no siempre tienen el rigor histórico que sería de desear.

La parte del libro que habla de personal estatal encargado “… de reescribir nuevos párrafos del discurso del Gran hermano, a fin de hace coincidir la predicción con lo que en realidad había sucedido” invita a recordar tantas frases escuchadas en nuestro país que dicen algo así como “lo que el hermano presidente quiso decir fue que…” y similares.

Uno de los personajes de la novela, en algún momento dice de su esposa: “… era un ser por demás estúpido, vulgar y vacío como nunca había conocido. En el interior de su cabeza no se hallaba un solo pensamiento que no fuera un slogan. Aceptaba cuanta falacia le dictara el Partido”. Por eso la bautiza como “la cinta grabada humana”, de las cuales tenemos varias por estos lares.

Un párrafo que de tuvo la virtud de quitarme el tono risueño con que llevaba la relectura de 1984 dice: “…siempre será necesario disponer de fanáticos ignorantes y crédulos en los que prime el miedo, el odio, la adulación y una perpetua convicción de triunfo. En pocas palabras, ese hombre poseerá la mentalidad propia de la guerra”. Aquí resulta imposible no pensar en el tono permanentemente agresivo del gobierno actual (representado sobre todo en las palabras del vicepresidente), y las menciones permanentes de una lucha, contra la oposición, el imperio, los neoliberales, la derecha, o cualquier otro “enemigo”, real o imaginario creado para focalizar ese sentimiento (¿recuerdan ese patético momento en que nuestro presidente dijo que nuestros pueblos habían luchado incluso contra el imperio romano?).

Orwell dice sobre el gobierno por él imaginado que “La nueva aristocracia se constituía mayoritariamente por burócratas, hombres de ciencia, técnicos, organizadores sindicales, especialistas en propaganda, sociólogos, educadores, periodistas y políticos profesionales. Esta gente, cuyo origen se podía rastrear en la clase media asalariada y en capas superiores de la clase obrera, se formó y posteriormente agrupó en el mundo inhóspito de la industria monopolizada y el gobierno centralizado”. Huelgan comentarios.

Orwell propone en su novela un término (entre varios otros) muy interesante: El doblepensar, del que dice que es “la capacidad de sostener opiniones antagónicas de manera simultánea, creencias en oposición albergadas a un tiempo en la mente”. Dice luego que “el doblepensar está enraizado en el núcleo constitutivo del Ingsoc, ya que es acto esencial del Partido el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósitos característica de la honradez auténtica”. Es decir, algo así como defender en los discursos a la democracia, mientras en los hechos se pisotean sus principios más elementales. O algo así, al menos, entendí yo.

Respecto a la relación del partido gobernante con el poder, el autor dice que “El poder se funda en la capacidad de infligir a discreción dolor y humillación. El poder radica en la potencia de destrozar los espíritus para reconstruirlos luego bajo nuevas formas a elegir”. Cualquier semejanza con la realidad (políticos acosados judicialmente, periodistas y ciudadanos amenazados, persecución y satanización del que piensa diferente) lamentablemente en este caso no es una simple coincidencia.

Cabe hacer una mención especial a lo que en la novela se denomina “neolengua”, que es un nuevo idioma resultante de la mutilación del idioma anteriormente usado, y que tiene “… la intención deliberada de que una vez impuesta al quedar sepultada en el olvido la vieja lengua, todo pensar herético, toda divergencia de los principios del Partido, resultará impensable ante la imposibilidad de ser expresada , en tanto el pensamiento es dependiente de las palabras”. Escalofriante, la intención de limitar el pensamiento a través de la eliminación de palabras que representen ideas opuestas a la del partido gobernante. Me recordó al limitadísimo léxico que emplean nuestro presidente y varios otros funcionarios estatales, acaso como resultado de su también limitada capacidad de entender la realidad más allá de su propia y sesgada perspectiva.

Si este texto tuviera intenciones literarias, jugaría con la posibilidad de que George Orwell se haya trasladado en el tiempo para visitar el Estado Plurinacional actual para inspirarse y crear su clásica novela; o rechazando tal extremo, por lo inverosímil, que acaso nuestros gobernantes se hubieran basado en la novela para desarrollar su plan de gobierno (el verdadero, no ese imaginario del que hacen alarde ante las cámaras). Prefiero, sin embargo, considerando que estas líneas pertenecen ante todo a un espacio de opinión, concluir que el escritor británico autor de 1984, que alguna vez dijo que En tiempos de engaño universal,  decir la verdad se convierte en un acto revolucionario, fue una persona con un agudo sentido de observación y con gran conocimiento de la naturaleza humana, y que basado en esas cualidades, fue capaz de reconocer las características principales de los gobiernos totalitarios, y reflejarlas en su ya famosa novela.

Nos toca, ahora, ver cuántas de esas características plasmadas en la novela 1984 se repiten en nuestra realidad actual.